lunes, 29 de diciembre de 2008

EL ATAÚD


Cuando mis hijos mellizos, Gog y Magog, me pidieron consejo para empezar a estudiar música me sentí orgulloso de poder darles una mano. Les recomendé que, tal como había hecho su padre, se lo tomaran en serio, pero que a diferencia de él lo hicieran metódicamente. Con qué alegría les enseñé las primeras nociones, y con qué prontitud las hicieron suyas, requiriendo casi de inmediato la inscripción en la Escuela de Música Popular de Avellaneda. Allí se pusieron en contacto con otros músicos de su mismo nivel y en poco tiempo formaron su orquestita El Relós de Barba Negra, “un ensamble modesto –justifica Gog, con humildad- con el que apenas pretendemos acercar un poco a nuestros contemporáneos al Encuentro Definitivo, darles un empujoncito tímido hacia la Verdad Absoluta, tan solo”.

Esta tarde conversaba yo en la esquina de Mitre y Larrea con el portero del Colegio San José, cuando pasaron los chicos con sus instrumentos al hombro: Gog cargaba el “ataúd”, como llama al enorme estuche en el que transporta su contrabajo, y Magog su caja de cuero donde guarda el bandoneón diatónico. Los acompañaba el resto de la orquesta: Renato, violín, y Medina, piano. A Medina lo llaman por el apellido porque es bastante mayor que los demás (cumplió nueve en abril), pero se ajusta perfectamente a la fuerza innovadora y al profundo contenido en la manera de sentir y de trabajar musicalmente el tango del conjunto

-Qué hacés, papá- saludó Gog con la zurda, casi sin mirar, desde la vereda de enfrente. Y seguían caminando en dirección sur, así que me apresuré a alcanzarlos. Quería que me contaran qué tal había ido el ensayo, qué resultados consiguieron, en fin, buscaba alguna comunicación. Cosas de padres. Le señalé el estuche.

-¿Y eso?- pregunté. Y me sentí un idiota. ¿Qué iba a haber ahí adentro? ¡El contrabajo! Pero quería que me contaran, tenía que hacerlos hablar. Gog se hacía el boludo, como si no me hubiera escuchado, miraba para otro lado pero se lo veía incómodo. Magog intentaba distraerme. Repetí la pregunta varias veces. Incluso llegué a modificarla para peor:

-¿Qué tienen ahí? ¿Los instrumentos?

¡Imperdonable! ¿Qué iban a tener? Pero no me daban bola. Magog estaba ya un poco molesto ante mi insistencia. Medina, apoyado contra la pared y limpiándose las uñas con los dientes dijo como para nadie:

-Cuanto menos sepas, mejor.- y girando la cara con lentitud escupió un cachito de mugre para el otro lado. Yo seguí con la vista la parábola del recorrido y me sentí confundido. Renato, silbando, las manos en los bolsillos, pateaba piedritas a la calle.

Se hizo un silencio un poco largo. Los chicos parecían dispuestos a confesar un crimen horrible.

-Filiberto- dijo Gog, mirando para abajo.

-¿Qué?

-Acá adentro lo tenemos a Filiberto- dijo en voz baja. Y tras asegurarse de que no había nadie cerca, abriendo enormes los ojos agregó –A Juan de Dios Filiberto.

Yo me reí con ganas: era una respuesta de lo más graciosa. Los chicos parecían no entender mi reacción. Medina se había apartado un poco. Pendió un cigarrillo y seguía la acción con desinterés, como si le aburriera. Advertí que algo se me estaba escapando.

-¿Qué pasa, chicos?

-Yo me las tomo- anunció Medina. Y arrancó tarareando “Por culpa del escolazo”. Magog, que con toda desenvoltura había empezado a ensayar una explicación, lo atajó a tiempo.

-Dejame un faso.

El pianista abrió una ostentosa cigarrera de plata y ofreció dos cigarrillos que Magog estaba a punto de aceptar.

-¡Magog!- objeté en tono de reproche. Tomó uno solo. Dejó la caja del fuelle en el suelo, prendió el cigarro y arrancó:

-¿Vos sabías que los chinos resucitan muertos?

-¿Por qué te creés que son tantos?- contraatacó Gog, como quien no quiere la cosa.

-No, la otra vuelta…- (empiezan cualquier oración negando algo, imposible saber qué. “¿Cómo estás?”, se les pregunta. “No, bien”, contesta cualquiera de ellos, “cansado pero bien”)- hicimos onda con los chinos del súper y nos contaron, así de queruza, que tienen sus trucos, viste, para resucitar muertos y para otras tramoyas... Saben un montón de cosas, los chinos.

-Dentro de algún tiempo, seis meses, a lo mejor un año, van a dominar el mundo- Gog parecía tener una opinión muy firme. Hablaba como si hubiera meditado mucho sobre el tema. -Una masa los chinos.

-No, le entramos a dar vueltas- continuó Magog, más relajado- y se nos ocurrió que a lo mejor nos podían dar una mano, qué se yo. Para resucitar a alguien, más que nada. Entonces pensábamos, che ¿a quién resucitarías vos?, no sé, loco, una decisión difícil, te imaginás. Al final nos pareció que el más indicado era Filiberto.

-Juan de Dios Filiberto- explicó Gog con sobriedad- autor de tangos muy flasheros. “La vuelta de Rocha”, sin ir más lejos. Eso es un gotán. Lo demás son mariconadas.

-A la Chacarita nos mandamos los cuatro, eh, solo que encaró Medina porque tiene más labia. Elegimos a un empleado con caripela de gil, le tiramos unos mangos y todo bien.

Naturalmente, yo estaba desconcertado. ¿Me estaban tomando el pelo? Hablaban muy convencidos como para que así fuera y –por lo demás- el chiste ya se estaba haciendo largo. Intenté asumir la situación desde el lugar de ellos, a ver si lograba entender algo.

-¿Y Por qué Filiberto?- pregunté.- Teniendo la oportunidad de resucitar a alguien, ¿no hubiera sido más lógico elegir a Gardel, o a Troilo? ¿A Discepolín?

-¡No, sos loco! Vamos todo presos- dijo Magog, juntando las muñecas adelante y dejando caer las manos en vertical, imitando el gesto del cantor cuando dice arrésteme sargento y póngame cadenas -Saltaría la ficha enseguida, boludo. De la barra de Troilo todavía hay algunos vivos. A Gardel lo conoce todo el mundo. En cambio a Filiberto –la lógica de Magog era aplastante-¿quién lo juna? Los que lo trataron están todos muertos. Y los demás… sabemos que existió, pero… Decime: ¿Vos sabés cómo era? Digo físicamente. ¿Alguna vez viste una foto de Filiberto?

Antes de que yo alcanzara a reconocer que no, intervino Renato, el violinista:

-Yo tampoco- dijo, serio como bragueta de fraile.

***

lunes, 15 de diciembre de 2008

AUTORRETRATO de un EQUILIBRISTA



Ya por la foto se ve que no es un teórico. Trabaja sobre ideas, pero no es ningún teórico. Lo que sabe lo aprendió de prepotencia. Supo que no debía volver a confiar en un profesor a la temprana edad de nueve años. Se trata, por ende, de un autodidacto. Su perfil más favorable es el lado de la sombra. Especialmente si la proyectan luces de luna y almacén. Por otra parte a esta altura ya le va quedando poco de todo: pocos cigarros en el paquete arrugado que lleva en algún bolsillo (casi siempre Parisienes o Particulares 30, para más datos), poca capacidad pulmonar (quizá por eso le gusta tanto esa respiración asmática del fuelle de Pichuco), pocas ilusiones vacantes –las fue tachando de a una por imposibles-, poco tacto, pocos lápices con punta, poco pelo. Si lo mirás desde arriba le adivinás la rabia. Si lo mirás desde abajo parece a punto de caer o estar cayendo. Pero nunca cae del todo. A eso se dedica. Le revientan los aplausos. Para no oírlos usa un walkman del siglo veintiuno, un dispositivo del tamaño de un encendedor que guarda fácilmente en el bolsillo almacenando una cantidad increíble de canciones y que mediante una función llamada random o shuffle es capaz de reproducirlas en un orden también increíble: Los Redondos antes de Rivero y después de Manu Chao, por poner un ejemplo sin síncopas.

No tiene un pelo de sonso, pero lleva una peluca en la valija para cuando es necesario hacerse el boludo. Últimamente recurre a ella con demasiada frecuencia. A la peluca y a la valija, en la que también guarda páginas de Arribúa. Las repasa, piensa en cómo aprovecharlas algún día, y cuando al fin lo resuelve, las devuelve a su valija y se pone la peluca.

Tres marcas en la frente nos hablan de su oficio. La de la izquierda cuenta que pedaleó los Andes desde Salta hasta Quito, que los bajó rodando, que se hizo amigo de Dios y lo salvó un milagro. La vertical pequeña que le junta las cejas se la dio de propina una gitana en Granada. Y la tercera marca, un poco más arriba, habla de Buenos Aires. En rigor todo él habla de Buenos Aires. Sobre todo otra marca en el pecho y a zurda.

Con el gesto permanente de quien no termina de entender bien de qué se está hablando cambia de mesa, de grupo y de charla con la misma arbitrariedad que su walkman en random. Tiene un aire como de estar preparado para salir corriendo en cualquier momento. Parece siempre a punto de irse, como conciente de que no le queda mucho tiempo. Pero le encanta perderlo: caminar sin rumbo fijo las ciudades o los campos, navegar iluminando el caos de su pensamiento hasta el naufragio definitivo, comer aceitunas y tirarle los carozos a su cuñada en la cabeza con el único propósito de molestar, intentando que ésta no se de cuenta. Pero le resulta muy difícil, en general se da cuenta.

Además ama la música, las ciudades, el vino. Le encanta comer asados con los amigos, aunque el asado le importa bien poco. Le divierte observar las reacciones de la gente frente a un par de conductas que él adopta, cada tanto, para propio regocijo. Se confiesa incapaz de diferenciar una corchea de un "semitono", un flogger de un emo, un acorde menor disminuído de un solo de violín. Le enferman esos pseudo intelectuales, imbéciles incurables sin una sola idea propia y ¡tan satisfechos de sí mismos! Y en estos tiempos de crisis en los que todo el mundo añora seguridad, tiembla aterrado ante la mera posibilidad lejana de tener que firmar algún día un contrato indefinido.

Al final tenía que irse, no se queda mucho tiempo en ningún lado. Se va como distraído y con cierta indiferencia. Se va por la cuerda floja con el gesto sereno y la mirada en calma. Tiene el gesto y la mirada de quien ha sabido perdonar. Sonríe como cansado y no cuesta nada comprender que el tipo no guarda rencor a nadie. Ni siquiera a la hija de re mil putas de Gloria, esa conchuda de mierda que le destrozó la vida.

*

viernes, 28 de noviembre de 2008

(Inconveniencias de) CREER CIEGAMENTE

“El que tenga ojos que vea”
dijo el Señor.

Al despertar notó que algo no andaba como debería. Le tomó algunos minutos comprender que estaba ciego.

-De tanto hacerme la paja- reconoció.

No se lo notaba muy afectado. De chico se lo habían advertido. Entonces se había jurado practicar regularmente para cuando llegara el desenlace inevitable. Hasta hoy, apenas lo había hecho aquella vez.

Tanteando en la mesa de luz consideraba con alguna preocupación la manera de arreglárselas en el futuro, pero lo que más lo alarmaba era otra cosa.

-¿Dónde mierda habré dejado los puchos?

Debían ser ya cerca de las diez de la mañana. Tal vez las tres de la tarde, no estaba seguro. De cualquier modo no serían más de las siete, ya que aun no oía al pianista del noveno intentando Anarchy in the U.K, como cada jornada al volver del trabajo.

-Ya sabía yo que este infeliz algún día me iba a servir para algo.


La nueva situación fue para él un desafío. Vestirse no le resultó demasiado difícil, ya que la ropa del día anterior estaba a los pies de la cama. Creía que se había puesto al revés el pulóver, pero no podía jurarlo. Encontraría más complicado, eso sí, afeitarse.

-Tal vez no sea necesario- pensó. No había dejado de afeitarse una sola mañana en los últimos doce años. Eso no podía ser del todo bueno. Hoy dejaría descansar su piel del trabajo infatigable de la gilette. Podía permitírselo: despertar ciego es algo que no ocurre muchas veces en la vida.

-Resulta asombroso comprobar cómo algunas pequeñas contrariedades nos impulsan a tomar las Grandes Decisiones.

Pensaba así, con mayúsculas. Y con un humor bastante siniestro. Los puchos. ¿Dónde mierda los habría dejado? No estaba en condiciones de intentar grandes búsquedas. Es más: la única que se le ocurría era en la mesita de luz. Y allí –ya lo había comprobado- no estaban. ¡Los bolsillos! Los escrutó sin éxito. Cabía la posibilidad de que al buscarlos en la mesita se le hubieran caído al suelo sin que lo notara. Pero hubiese oído el ruido. Ya se sabe que a los ciegos se les agudizan en grado sumo el resto de los sentidos. Salvo que hubieran caído debajo de la cama. Porque toda esa pelusa amortiguaría la caída del paquete, apagaría por completo su modesto sonido. Le asustaba un poco meter la mano debajo de la cama. ¿Con qué podía encontrarse? Hacía años que no revisaba. Creía que había unos patines, pelusa, una valija con juegos de mesa y cartas de truco y de amor, pelusa, (“¡y esta pelusa ¿quién la hace?! se preguntaba irritado, en ocasiones). Pero hacía años -años- que no revisaba debajo de la cama. Uno se deja estar. No quería tentar a la suerte en tan delicada situación. ¿Con qué podía encontrarse? ¿Una porción de fugazza de alguna antigua parranda? En ese caso mejor ni asomarse: debe haber -por lo menos- cucarachas. ¿Un xilofón de la infancia? ¿Cachitos de mortadela de una picada reciente? ¿Un diccionario en seis tomos que hacía tiempo no veía? ¿Una novia olvidada? Universos en los que es mejor no aventurarse, pensaba serio. Ya casi no tenía ganas de fumar. Pero después del café…

No sin dificultades llegó hasta la cocina. Tanteando, más o menos se ubicó. Vamos a ver dijo un ciego, balbuceó sonriendo, y prendió de un solo intento la cafetera Express. No le costó encontrar el casquillo, el medidor, ni el tarro de café. Abrió éste último, introdujo hasta el fondo el medidor, dio un par de golpecitos contra el borde, para que el café sobrante volviera al frasco, y vació el resto en el casquillo con toda naturalidad. Nadie hubiera dicho, al verlo, que estaba ciego. Apretó el café con el culo del medidor, lo ensartó en su órbita y sacó una taza grande, muy grande, del aparador. Mientras tanto se reía. El aparador. No tenía ni idea de lo que era el aparador, pero sonaba bien: “aparador”. Calculó el tiempo “a ojo” (sonreía con beatitud, era increíble) y cuando consideró que la cafetera había alcanzado su temperatura, le dio con gracia al botón.

-¡La puta que lo parió!- se sobresaltó de pronto -¿Y ahora? Tendría que haber comprado una cafetera de esas que paran solas… ¿¡Cómo no me di cuenta!?

Mediante el recurso abominable de meter el índice en la taza consiguió el largo deseado. En otras circunstancias jamás se hubiera permitido dicho recurso. La leche se la iba a echar fría, por no complicarse; pero se dijo que no renunciaría a esa exquisita espuma por el resto de sus días, que se sentía muy capaz de resolver el problema desde el primer momento, éste, y que iba a tener que acostumbrarse a darle a cada objeto una ubicación invariable. Por lo menos a los puchos. Con paciencia y con saliva, se decía gravemente mientras acercaba la jarrita metálica al vaporizador, el elefante se garchó a la hormiga. No creo que me cueste demasiado hacer mi vida de siempre. Algunas cosas me llevarán quizá más tiempo que hasta ahora, deberé estar más atento para otras que hasta hoy podía hacer sin que requirieran mi completa atención, pero no me parece que sea tan terrible quedarse ciego- reflexionó. Y se espantó inmediatamente ante una idea: -¡Algunos se quedan calvos!

El café, maravilloso; como cada mañana. Efectivamente, no le costaría demasiado adaptarse a las nuevas circunstancia. Especialmente porque no hacía gran cosa. Tomaba café, pensaba. Alguna vez, cada tanto, aceptaba bajar a la calle y campaneaba un cacho ‘e sol en la vereda. Alguna vez. Cada tanto. De adolescente se había propuesto ensayar su inevitable ceguera futura, y a raíz de un primer intento, fue atropellado por un colectivo de la línea 93. Más allá de una serie de desbarajustes en la cadera, la mandíbula y el fémur, no había sufrido consecuencias graves; pero había logrado cobrar una importante indemnización, haciendo realidad, de este modo, su sueño más sincero: vivir sin trabajar. Tuvo en adelante una vida sosegada: tomaba café, pensaba. Le aterraba cualquier imprevisto que interrumpiera su felicidad precaria y dulce. Intentaba por todos los medios evitarlos, por lo que se fue aislando en su departamento de Avenida La Plata, y al cabo de algún tiempo se había convertido en un solitario. Claro que esto no le parecía triste en absoluto: era una soledad que él mismo había construido y que podía quebrar cuando así lo quisiera, por lo tanto se sentía feliz de pasar los días del modo en que los pasaba. Tomaba café. Pensaba. Su experiencia contemplativa lo confirmó en la certeza de que bastaba con pensar las cosas. Pensarlas bien, ojo; idearlas con todo detalle en el plano interior pero jamás condescender al plano de lo concreto; jamás, ¡jamás! rebajarse al campo de la acción. Todo acto era mera redundancia. Todo consentimiento a la acción, un ejercicio de la vanidad. Al principio se molestó en aclarar que no era éste un trauma psicológico que le hubiera dejado el accidente, algún miedo acuñado desde entonces, sino que respondía a meditaciones muy anteriores. Después solamente lo pensaba. ¿Para qué contestar las preguntas que uno ya ha respondido hacia adentro? Este procedimiento era aplicable a cualquier disciplina. ¿Por qué tomarse el trabajo de ir a un lugar espantoso, intoxicarse con bebidas repugnantes, trabajarse de labia a una mujer, ponerse a bailar como un imbécil, hacerle creer que debería ella acostarse con uno, y finalmente –si hay suerte- lograr que se acueste con uno? ¿Para qué? ¿Para qué si uno puede simplemente imaginar el encuentro físico? Menos mal que de chico se lo habían advertido. La ceguera no lo había tomado por sorpresa.

Se sentía fresco como una lechuga cuando el pianista del noveno entró a castigar su instrumento.

-Ya son más de las siete. ¡Como pasa el tiempo!

¿Había dormido más de lo habitual? ¿O acaso el empeño por resolver las contrariedades de su jornada invidente le habían hecho volar las horas? Estamos condenados a vivir en la incertidumbre, solía pensar a veces, en la panadería. Estudiaba largo rato las bandejas de facturas y concluía exhalando desalentado:

-Decisiones…- y movía la cabeza hacia ambos lados, desolado, como negando algo.

Ahora que el pianista del noveno le cantaba las cuarenta a su jefe mediante su pobre e inocente instrumento sintió de repente que no sería tan fácil como pensaba. Eran más de las siete. ¿Cómo se mide el tiempo de los ciegos?

-Se me va a complicar bastante, me da la impresión.

Preocupado, abrió los ojos. Lo primero que vio fue el paquete de cigarrillos. Prendió uno instintivamente. No estaba preparado. En absoluto. Iba a tener que ajustar unas cuántas cosas. Muchas. Frente al espejo, se pasaba con insistencia el revés de la mano por el mentón.

-Voy a tener que practicar más seguido- pensó. Y dispuso todo para afeitarse.


***

martes, 18 de noviembre de 2008

VEINTE AÑOS DESPUÉS



"Esas tardes tan claras en casa de un amigo
A la vera de Banfield hube paz de suburbio,
Vi la pampa tirada igual que un soguerío
Y el cielo azul y blanco como nueve de Julio."


J.L.B.


Durante el último viaje a Buenos Aires un equilibrista tomó esta foto para tener un recuerdo del cielo porteño, que –como pueden apreciar en la imagen- es mucho más lindo que cualquier otro. Estaba pensada para la sección “Álbum particular”, en la que ya he publicado otra y seguiré publicando quizá, pero me aseguraba un drogón de mi barrio que una foto acompañada de texto “pega más”. Yo había pensado en un poema ajeno para acompañarla, más que en un poema en una estrofa de ese poema. Una estrofa lindísima de Borges que mi viejo recitaba seguido, pero nunca habíamos logrado recuperar el resto del poema (hasta que mi viejo –cansado de recorrer librerías de usados y bibliotecas públicas- abandonó el método tradicional de búsqueda y tecleó el primer verso en Google), ya que estuvo incluido únicamente en la primera edición de Luna de enfrente, siendo excluido después de toda reedición como condición del autor para autorizar la publicación de sus Obras Completas. Pensaba titular la entrada con el lugar y la fecha en que tomé la foto, y como fue en Septiembre de 2008, Buenos Aires, Argentina, fui a parar derechito a la canción de Cacho Castaña -escrita veinte años antes- que, con unas poquísimas correcciones que me permití sobre el original, transcribo a continuación.


Septiembre de 2008, Madrid, España.


Querido amigo, recibí tu carta de África y me alegra mucho saber que todo está bien. Aquí la cosa está chunga. Tirandillo. La crisis se pasea por las calles y la tristeza del pueblo es como un avión que no logra despegar y se hace mierda al costado de la pista. No es una metáfora, querido amigo, ocurrió hace unos días en Barajas. No sé qué pasó, no sé cómo fue;
pero no te vuelvas. Te diré por qué:



Si vieras qué triste que está nuestra España,
Todo abandonado, los rincones llenos de telas de araña,
Aquí muertos de asco, todos en el paro,
Casi tres millones de desocupados,
Y aquel edificio que empezamos juntos…
…No está terminado.


Si vieras qué triste está el reino de España,
Tiene el ‘cante jondo’ de los indigentes que ya no se bañan.
¡Esto es una ruina, ya no hay nada sano!
¡¡Salieron corriendo los ecuatorianos!!
Y rumbo a Marruecos salen las pateras…
¡¡¡Llenas de africanos!!!


Si vieras qué cara que está nuestra España…
Los economistas dicen que no hay caso: ni fuerza ni maña.
En vez de al gimnasio a correr la coneja,
Ni jamón ni gambas: ¡hartos de lentejas!
(Hay una ventaja: si quieres las comes…
…y si no las dejas.)


Si acaso te encuentras con otro paisano,
Dile que en su pueblo todo el mundo está con el culo a dos manos
La risa del niño parece una mueca,
La tierra se queja de cansada y seca…
¡Aunque venda el alma no cubro la cuota
De la hipoteeeeeeeeeeeeeeca!


C.C.

ALCAHUETES y otras especies de anteayer


Esta tarde revisando mi correo encontré un mensaje que decía: el duende ha dejado un comentario en su entrada GÉNESIS. Como era el primer duende que me deja un comentario me apresuré a leerlo. Y debo reconocer que, al principio, hinchó mi vanidad. Ya ven que hasta los Grandes Hombres somos débiles ante al elogio. Era evidente que el duende sabía de qué estábamos hablando. Incluso me confirmó en la sospecha de que muchas cosas que decía el texto habían sido pasadas por alto. Llegué a pensar que se trataba de Horacio Ferrer. (Es un chiste, un chiste inevitable). Me alegré porque estaba muy bien escrito. Además engrandecía el texto, por lo menos lo aclaraba, lo hacía inteligible para todos. Y digo que al principio me hinché de vanidad porque enseguida el comentarista adoptó un aire de gran entendido (lo que no sería nada, ya que seguramente lo es) y se mandó por encima del resto de lectores como diciendo “aprendan, manga de giles”. Lo hacía intentando comprarme con sus elogios, y entonces comprendí todo: “He aquí un alcahuete”, me dije.

Yo agradezco su interés y me alegro de verdad de que haya comprendido íntegramente el texto, como asegura, salvo por lo de Polansky, que sé que otros lectores agarraron al vuelo. Y sé que se rieron –me lo han dicho- con el chiste del “¡¡¡etcétera!!!”, aunque tal vez no hayan pasado por alto otros más “finos” que usted jura haber descubierto. Alrededor de este escritorio en el que se amontonan mis apuntes casuales hay gente que se fue acercando de distintos modos. Nadie pidió permiso, fueron cayendo. Nadie les ha exigido que para acercarse a la mesa supieran de ésta u otra materia. No. Alguno de ellos viene comentando los textos desde hace un año o más. Todos, seguro, nacieron en Buenos Aires. Por lo que puedo contestar que sí, que alguna vez habrán oído un gotán. Pero no es un requisito para acercarse al escritorio. Son seguramente más jóvenes que usted, duende milenario, de la generación del rock o la electrónica, por lo que comentarían más cómodos notas en ese estilo. Pero a mí se me ocurrió hacer una nota tanguera, y ellos aceptan, no exigen. Se pelean entre ellos, puede ser; pero ninguno salta de alcahuete del que reparte los apuntes. Esto de ponerse de mi lado para denigrar a los demás es una actitud que a esta altura no debería seguir funcionando. Alrededor de esta mesa, por lo menos, no funciona. Lamento que su primer comentario –a pesar de su esmerada redacción- haya sido tan desafortunado. Se lo invita a quedarse, si cambia de actitud. Y si prefiere seguir en esa, haga un favor: váyase al bosque con los otros enanitos, esos gnomos que comparten su misma talla moral.
ADEMÁS:
Mientras escribo estas líneas, llenas de caridad, leo el comentario de Hollywood y lo agradezco sinceramente. No estaba seguro de acertar con esta nota hasta que hizo oir su voz.
Siempre abierto a recibir nueva gente me queda
UNA INCERTIDUMBRE: ¿cómo llega un boludo de la altura del duende ("petiso de mierda", "alto pelotudo") a los arrabales de mi escritorio?

lunes, 10 de noviembre de 2008

TITULARES


El pasado miércoles 5 de noviembre, la prensa española (supongo que la de todo el mundo) se hizo portavoz del resultado de las elecciones presidenciales de Estados Unidos. Gran optimismo por el triunfo aplastante del morocho Obama. “Nueva Era” titulaba La Vanguardia en primera plana, el diario que leo habitualmente. Y el resto de los diarios más o menos lo mismo. Salvo La Razón, que cumplía no sé qué aniversario y puso en la portada una foto de la fiesta. Pero la más original de las portadas fue la del Periódico de Catalunya en su edición especial de las 5:00 hs. ¡Una foto de Marthin Luther King del año ’65! El titular: “Ya no es un sueño”.

Creo que fue Arlt quien dijo que el periodismo no es una vocación sino una frustración. Yo celebro hoy a este poeta romántico tal vez frustrado pero en alerta constante para sorprender -cuando llega el momento- con una muestra de independencia creadora.





Para compensar el exceso, en la contratapa, un argentino da clases sobre relaciones de pareja.

sábado, 8 de noviembre de 2008

GÉNESIS


A Ignacio Colinas.

“Abuelito dime tú
Lo que gime el fuelle rezongón,
Abuelito dime tú
Qué penas llora el bandoneón…”

En el principio fue la guitarra, el violín y la flauta. Pero este dios orillero ya había previsto a Maffia, a Arolas, a Laurenz, y sobre todo a Pichuco. Entonces dijo “Hágase el mandoleón”. Y el mandoleón se hizo. Sólo que se hizo en Alemania, y como no entendían el lunfardo divino, lo llamaron bandoneon o bandonium. Realmente importaría poco, porque el instrumento iba a lograr toda su voz en una región muy lejana en la que pronto lo rebautizarían definitivamente: cuando el bandoneón desembarcó en Buenos Aires pasó a llamarse para siempre el fuelle.

No fue ni por soberbia ni por desobediencia: Pasó que el Gordo Troilo no sabía leer música. ¿Cómo iba a respetar la partitura? Al verse con el fuelle en las rodillas frente a un atril torcido y lleno de papeles indescifrables, tocó lo que sentía que le estaba reclamando su ciudad. Y al oír esa música tan triste y tan hermosa se dijo nuestro dios porteño “no es bueno que Pichuco esté solo, le haré compañía idónea para él”. Y

con cuatro varillas del fuelle del Gordo
y el pulso canyengue de su corazón
amasó en silencio –Pichuco dormía-
a Osvaldo Pugliesse.

Después hizo a Grella
con una tristeza del de Villa Crespo,
con las cuerdas bajas de su primer piano
y la última noche de Discepolín.

Y de prepotencia se mandó a Vardaro
con la botonera derecha de un fuelle,
contra-altos de whisky
y un poco de esplín.

Llegó el sexto día y algo le faltaba.
(Al séptimo –es justo- iba a descansar).

Moría la tarde en el Río de La Plata y nuestro dios reo gritó amenazante: “¡No he venido a traer la paz sino la guerra! ¡¡Vengo a levantar al hijo contra el padre, al hermano contra la hermana!! ¡¡¡etcétera!!!”. (Y acá permítanme una observación: esta fue la única vez -me parece- que Dios empleó la palabra “etcétera”. Al menos hasta donde yo sé). Ipso facto cachó las herramientas de las grandes ocasiones (medidor y coctelera) y ahí nomás se armó la gorda:

Mezcló la arrogancia que le negó a Rovira
con cinco compases de música jazz,
le agregó violines (Vivaldi y Vardaro),
dos tardes nubladas,
las muelas de juicio de Julio De Caro,

y

las bordonas de una viola
garufera y vibradora.

Agitó la coctelera y volcó todo (incluido el hielo) en un vaso bajo, peinado pa’ atrás. Decoró con las fantasías sexuales de un escribano público y cató. Durante un par de segundos pareció estar evaluándolo, muy serio, pero en seguida sonrió con picardía -¡le había gustado!-. Luego, de motus propio, olvidó la receta. Pero ya lo había creado y hasta le había puesto nombre: Piazzolla.

La Obra estaba por fin concluida. Y como era sábado a la noche, nuestro queridísimo dios porteño se empilchó de gala, se engominó el marulo y -ajustándose la corbata en el camino, por Corrientes hacia el bajo- enderezó apurado para el Tabarís. El problema es que hacía años -años ya- que el tango no se bailaba. En lugar del cabaret se encontró un cine, pero de cualquier modo no se afligió demasiado. Con suerte daban una de Polansky.

¡Me preguntan cada cosa!


Antes que nada quiero contar que estoy muy contento con los comentarios que siguen generándose, que complementan y mejoran los textos y les aportan la pimienta de la polémica.
A mí me gustaba decir que me leían algunos familiares y amigos (dos), pero me temo que ahora son casi el doble. He perdido un lindo chiste.

Con respecto a la petición de Hollywoodencasa, debo reconocer que me llenó de alegría e irritación. De alegría porque me pareció que podía abrir un ciclo de textos originados en preguntas y respuestas, al estilo de las payadas criollas que podría hacerse divertido. Y de irritación por dos motivos. El primero, que no sólo ignoro el "verdadero origen" del tango de Discepolín, sino que tampoco conozco el falso. Es más: ignoraba que tuviera un origen más interesante que cualquier otro gotán. Pensé en contestar usando el método de los historiadores: un par de datos concretos y muchísima imaginación, pero asomó ahí el segundo motivo irritante:

El hecho de escribir por cuenta propia tiene -fundamentalmente- la ventaja de que no estoy en la obligación de agradar a nadie. Nadie me paga por estas notas, por lo que no tengo jefe, ni reglas, puedo hacer lo que quiera, mentir como un desgraciado, insultar a los amigos y elogiar a los enemigos, o -tan sólo- cagarme en to' lo que se menea, o incluso cagarme en Tolo, que se menea.

No vaya a creer, amigo hollywood (y dejeme que lo llame así, prescindiendo de su apellido, creo que a esta altura no le resultará un atrevimiento), no vaya a creer, le venía diciendo, que me ofende su pedido; más bien al contrario, me halaga. Pero no le haré caso, lo siento. No pierda la fe, amigo, si quiere siga insistiendo con este o con otros temas, quizá un día me digne a contestar. Y para que no se me ofenda, hollywood, puede tomar la nota que sigue como una sentida disculpa.

ADEMÁS:

¡Te hice saltar, flor de tu secreto!

¡Te recuperé, Jaime!

viernes, 31 de octubre de 2008

LA PARADA




DESAPARICIÓN TÍPICA DE UNA PARADA


Fue por aquel entonces que andaban por el barrio.
Cada quince minutos pasaba un colectivo,
y ya entrada la noche (no importaba el horario)
desde Córdoba o Vega llegaban sus rugidos.


Si pensamos un poco –cosa que a veces pasa-
supondremos que otrora aquello era posible:
Transporte de mil hombres que volvían a sus casas
y otros mil que arribaban “de José Paz a Wilde”.

Lo cierto es que una noche (según dicen, de estío)
se afanaron el poste un par de inadaptados
(el poste que se alzaba para marcar el sitio
en que paraba el bondi. ¡Qué terrible pecado!)

Cuatro o cinco muchachos lo subieron a un flete
y lo llevaron lejos: Caballito o Lugano;
pero ese es el chamuyo de falsos alcahuetes:
¡Fueron los atorrantes de la calle Serrano!

Y alzaron el bagayo… ¡pero en mitá del patio!
Hacerse una parada, qué cosa más oronda;
desde entonces no ha vuelto a pasar por el barrio
jamás un colectivo. Hoy nuestra pena es honda.

A falta de organito el estéreo de un auto
acompasa las siestas con tangos de De Caro.
El gordo de a la vuelta sigue opinando, incauto,
“andá a saber, hermano, capaz que andan de paro”

Yo tuve que tomarlo (para ir a cierta quinta):
Lo esperé cuatro días… al quinto ya era un zombi;
¡qué curiosa tardanza! La calle era la misma…
Sólo faltó una cosa: la parada del bondi.

Ya adivinan ustedes lo que hoy ocurre, es obvio:
los choferes comparten un presente irrisorio.

J.L.B.

en voz baja

Estaba por públicar una entrada y me encuentro con otro comentario de Unverto, así que aprovecho para agradecerle a él y a los demás comentaristas, que salvo el caso de holliwood en casa, creo que deben ser el propio Unverto adoptando otras personalidades.
También contaré que me alegró mucho ver que se ha ido generando una serie de acotaciones y comentarios de los más divertidos, emotivos e interesantes, mucho más de las tres cosas que las notas que los originaron. Y por mucho que Unverto se queje, yo me doy por muy bien pagado.
Nada más, muchas gracias, dice el equilibrista. Después mira para ambos lados y se aplaude él solo, efusivamente.

martes, 21 de octubre de 2008

MONTEVIDEO


Tenía que poner los pies en una plaza, en una en particular. Había oído hablar de ella mil veces y siempre creí que se trataba de un error. Sé de casos parecidos, es cierto, la avenida Carabobo, sin ir más lejos, pero esto me sonaba a una cargada enorme, no sé. Lo de la batalla se entiende, es el procedimiento habitual. Librada a los pies del arroyo homónimo, es natural que la recuerden con ese nombre. Pero una plaza céntrica a la que acude y alude todo el mundo debería tener un nombre menos jocoso. Así que ni bien pisé Montevideo le dije a Vilches que me llevara a la plaza Cagancha. Tenía que cerciorarme.

Mientras tanto, en el bondi, intentaba recordar todos los concejos que me habían dado a lo largo de mi vida por si alguna vez visitaba la ciudad, y me acordé de Mara. Éramos adolescentes, Mara, y caíste una noche a la placita del barrio. En aquella época la gente como nosotros se conocía en las plazas de Buenos Aires. Bastaba ver una guitarra para acercarse. Uno preguntaba si le dejaban tocar un tema, otro traía una birra y se quedaba a escuchar, y nos íbamos haciendo casi amigos. Hay que reconocerlo: éramos medio jipis. Fumábamos marihuana e intentábamos practicar el sexo libre. A veces lo conseguíamos. De vos me acuerdo porque el negro Limón me alertó. Esta chica, dijo, quiere oír tu rocanrol. Así que me puse a charlar contigo, como dicen acá en Montevideo. Estudiabas Bellas Artes. No te culpo, todos éramos medio bohemios. Alguna vez estuve en tu casa, por el bajo Belgrano, y vi tus trabajos. Los había muy buenos. Me acuerdo de algún retrato y de dos paisajes del puerto. Después te hiciste la linda. No, no; no quiero que te enamores, decías ¿te das cuenta? Hasta el momento nunca había conocido a nadie tan ególatra. Pusimos las cosas en claro, te dejaste de macanas y –sin jurarte amor eterno, ni siquiera transitorio- te quise por primavera, a eso de las nueve. Empezaste a llamar todos los días, al principio. Después varias veces al día. Yo me hacía un poco el boludo porque quería hacer otras cosas, también, y como un sopapo me batiste que te había pasado a vos lo que tenías miedo que me pasara a mí. Ahí se acabó nuestro idilio. Pero antes, en algún momento entre tu no me toques y tu amor fatal, me hablaste de Montevideo. Te encantaba. Me hiciste oír a Jaime Ross y me contabas historias con esquinas del Barrio Sur y con tambores y con negros. Yo me asusté un poco y me escabullí en cuanto pude. Un amor fugaz, pensaba al volver a casa un poco triste en el 55. Iba un poco triste porque era un bondi muy cómodo, casi de puerta a puerta.

Donde empezaba a recordar a Gutiérrez era 20 de febrero, me informaste. Gutiérrez era un porteño fanático de Montevideo. Creo que le hubiera encantado ser uruguayo. Había hecho de la cultura charrúa su devoción. No sólo amaba el carnaval y las murgas, el chivito y la caña de los 33 sino que además recomendaba el consumo irresponsable de medio y medio, una bebida exclusiva de estos pagos que creo que se logra mezclando en partes iguales sidra y vino y que el maestro Roldós vende embotellada. De todos modos yo no confiaba mucho en Gutiérrez. Empecé a sospechar que era un fantasma una tarde nublada, cuando -frente a mí- se desvaneció en el aire, desapareció. El bondi en el que veníamos, negra, tomó una avenida y enderezó para el centro.

-8 de Octubre- dijiste.

Fernando también hablaba maravillas de Uruguay. Le apasionaba el tablado, la costa de Rocha y los chivitos al plato. Yo, mientras tanto, consideraba que al porteño en general le gusta Uruguay, le encanta Montevideo; que se siente como en casa. Y eso que el oriental es muy nacionalista. “Multiahorro, el supermercado uruguayo”. “Canal 10, el canal uruguayo”. “El fin de semana murieron tantos uruguayos en accidentes de tránsito”. En cualquier otro lado se hubiera informado, por ejemplo, que durante el fin de semana perdieron la vida nosecuántos tipos, personas, ciudadanos, en las rutas del país. Acá te dicen que además son uruguayos, lo que lo hace mucho más trágico. Al porteño, reflexionaba yo mientras nos metíamos en un túnel, le encanta Montevideo. En cambio la viceversa no se da. O sí. En realidad el uruguayo alucina cuando va a Buenos Aires y ve las avenidas anchas, las grandes obras, los edificios de la década del veinte. Pero odian al porteño, lo que seguramente habla bien de ellos, de los uruguayos. Los motivos deben ser los mismos que tiene el resto del mundo. Quizá somos de verdad más indeseables de lo que creemos. Del túnel salimos a otra avenida

-18 de Julio- oí que me decías. A mí se me ocurrió que el tiempo pasaba de un modo extraño en Montevideo.

El Gordo me contaba de una Buenos Aires chiquita. Supongo que se trata de una Buenos Aires que existió y no conocimos, la Buenos Aires que nunca tuvimos, creo que escribió Borges. Y algo de eso hay. No por los cuchilleros y demás personajes increíbles, sino por los barrios Sur, Cordón, Palermo, Unión, Malvín, esa vida de barrio que yo no recuerdo haber conocido sino en los pueblos de provincia, el trato entre los vecinos, los pibes jugando el las veredas a veces todavía de tierra, los jóvenes juntándose en las esquinas con la excusa del tambor o de la birra, las viejas mateando en los umbrales urdiendo puteríos metafísicos, la costurerita que dio el mal paso, los chicos desangelados fumando pasta base en latas de gaseosa; en fin, las cosas lindas de la vida.

Y sí, tal como creía, la plaza Cagancha es un punto muy importante como para llamarse así. La gente se dio cuenta, por suerte. Popularmente se la conoce como Plaza Libertad. Mucho mejor. A mí me gustan las ciudades ajenas porque a medida que vas haciendo cosas ineludibles (sacar los pasajes de vuelta a Buenos Aires, por ejemplo) vas campaneando todo, vas bien alerta. Cuando entramos a la estación de Tres Cruces no digo que fuera un día peronista (“se afanaron hasta las nubes”), porque todavía tengo mis dudas de que el sol, tal como lo conocemos en el resto del mundo, exista en Montevideo, pero estaba más o menos lindo. Al salir, la niebla había cubierto casi todo y se sentía una levísima llovizna.

-¿y esto? Mirá lo feo que se puso- te dije.

-Bajó la cerrazón.

-¿Qué?

- Que bajó la cerrazón.

-¿La qué?

-La cerrazón. Bajó la cerrazón.

-No sé… sí, a lo mejor bajó; pero ¿no notás como una llovizna?

-¡Es la cerrazón!

-Ah.

En Montevideo no se habla igual que en Buenos Aires, aunque a muchos les suene parecido. El ejemplo más habitual es el de los championes.

-Hacete la moña de los championes, gurí.

Pero hay otros, bo. ¿Cuántos porteños habrán entrado a la panadería a pedir una docena de facturas? Acá les dicen bizcochos, y se venden al peso ¿tá? Al porteño le divierten estas diferencias. Y es en las diferencias donde yo encuentro lo que me gusta de Montevideo. No que sea el Buenos Aires que nunca tuvimos; es decir, también me gusta, pero lo que más me gusta de Montevideo es lo que no tiene y no tuvo Buenos Aires: su Rambla, su Ciudad Vieja, sus barrios sobre la playa, sus bulevares, su acento levemente parecido al nuestro, su gente.

Desde hace algunos años se viene discutiendo fuerte sobre las papeleras. Cualquiera, gente como vos o como yo, es decir, gente que no pincha ni corta, gente que no tiene nada que hacer con respecto a las papeleras se para largo rato a perder por lo menos el tiempo. Los que no tienen ni voz ni voto han creado resentimientos y odios a raíz de un tema que no los toca en absoluto. Gente de uno y otro lado del río odia a los del otro lado por el conflicto de las papeleras. Que odien a los porteños vaya y pase, pero esto ya es demasiado. Un porteño standard es incapaz de diferenciar a un entrerriano de un uruguayo, si por algún motivo inusual el yorugua no llevara el termo bajo el brazo.

Al revés que a ellos, a mí sí me gustan los uruguayos. Bueno, en realidad más las uruguayas que los uruguayos, debo reconocerlo.

*

miércoles, 8 de octubre de 2008

SEPTIEMBRE, nunca setiembre.


Imagínese que si empezamos a decir setiembre, pronto nos encontraremos diciendo otubre con total impunidad.
…………………..

Martes

Es sabido, o al menos dado por cierto, que Buenos Aires es la capital del país más lindo del mundo. Esto nos lleva a la conclusión acaso apresurada pero no del todo errónea de que se trata de la ciudad más linda del mundo. Acá estoy, entonces; vine a hacer algunas cosas pero no a arreglar nada, por lo que no intentaré análisis de ningún tipo y dejaré que expliquen la situación de mi país y del mundo a los periodistas apocalípticos y a los gurúes de la economía que jamás dieron en la tecla. Yo no me toco, nunca oculté que soy un individualista bastante atorrante que asoma entre floggers y emos alzando la bandera de los egoístas descontentos, otra tribu urbana que me cuenta como fundador y único miembro.

Miércoles.

Yo tengo una suerte que no creo que compartan muchos: puedo volver, cada tanto, al cuarto de mi adolescencia. No digo volver en un viaje de la imaginación a la pieza ideal del recuerdo. No. Puedo volver en un incómodo vuelo de Iberia al cuarto físico de ladrillos y cemento en el que fui tan feliz y triste. Y no sólo volver como cualquiera al cuarto físico de la adolescencia al que nuevos moradores le han dado ya un espíritu distinto, sino que cuando digo volver a mi pieza estoy diciendo exactamente eso: volver a mi pieza, a la que compartí durante años con mi hermano el Pibe y que gracias a él –que aún la habita- conserva el espíritu que la hace todavía mi pieza, la que reconozco como propia mucho más allá del pequeño espacio y los materiales de la construcción.

Jueves.

Y por mucho que nos quejemos, uno se da cuenta de lo bien que se vive en Buenos Aires cualquiera de estas mañanas de lluvia, cuando vuelve caminando por Cabrera con un paquete lleno de facturas y tiene la certeza de que alguien, en casa, ya puso la pava al fuego.

…………………………

Y lo confirmás de nuevo cuando te dan una dirección cualquiera, Larrea 67, por ejemplo, y no hace falta preguntar más, ya sabés que es entre Rivadavia y Bartolomé Mitre, en la vereda de enfrente, si vamos desde acá.

Viernes.

¿Quién puede alegrarse de ver un trapo de piso? Yo. Minga de fregonas, viejo; en casa se usa un secador y un trapo de piso. Hace tiempo que no veía uno, puesto así sobre la te de goma y madera de los viejos secadores. Sí, ya sé que es más incómodo, pero el que va a secar el piso ahora soy yo, así que metete la fregona en el culo, y dejá que lo haga como lo hice toda la vida, hacé el favor.

Domingo.

Así está el panorama- Como cantaba el payador Gabino “en el remarque de precios ninguno se quedó corto/ vaya usted a comprar algo: le van a romper el… aro, aro, aro”.

La buena carne de siempre, arriba de los veinte mangos el kilo. Facturas, como a diez pesos la docena, los alfajores, viejo, y fijate que te estoy hablando de productos de primera necesidad, entre dos con cincuenta y tres. Los libros están caros: compré dos libritos de doscientas y trescientas páginas y se me fueron cien mangos. Pero atención -como sé que estas notas no las leen más que ustedes, les voy a pasar un datito-: Hace como diez años (en estos días me di cuenta de que todo pasó hace diez años. Eso es bastante jodido, che) la editorial Perfil lanzó una edición imprescindible de la obra completa de Marechal, el más grande de todos los nuestros. Esos libros, que en su momento no eran de los más baratos, hoy están casi al mismo precio. Creo que fue en el noventa y nueve cuando compré no sin esfuerzo el tomo que incluía la poesía toda. Lo pagué a diecinueve pesos, me acuerdo. Ayer compré el segundo tomo (El Teatro y los Ensayos) a veintiuno. Es decir, lo que valen tres kilos y medio de pan. Pero no todo es color de rosa, queridos amigos: no es nada fácil conseguirlos. El resto de la obra está publicada de este modo: –Las Novelas reunidas en dos tomos, uno incluye Adán Buenosayres y las Claves para su lectura –incluidas originalmente entre los ensayos de un librito buenísimo, Cuadernos de Navegación- y el otro El Banquete de Severo Arcángelo y Megafón o La Guerra. En otro tomo se publicaron los Cuentos y Otros Escritos –esas cosas siempre geniales, habitualmente inéditas y muchas veces inconclusas. En total: cinco tomos y un despelote de literatura.

El bondi sigue siendo el más barato del mundo: noventa centavos o un peso. Se acentuó el problema de las monedas. Me refiero a conseguirlas. Tal es el quilombo que ya las están vendiendo a un diez por ciento sobre su valor. Es lo que pasa con las mercaderías escasas. No falta mucho para que las monedas de un peso valgan dos, en papel. En los bancos sólo te cambian cinco mangos por persona, pero hay que hacer cola, claro. (Me cuenta Pancho que los pequeños comerciantes –quienes necesitan las monedas para trabajar- van dos o tres veces por semana a comprar monedas a las terminales de las líneas de colectivo, lo que de algún modo deja a la empresa un 10% más de ganancia y mantiene el boleto a un precio accesible).

Gran repunte en la industria alfajorera. Atenti a los productos de El Cachafaz.

Lunes.

Enchufé la guitarra, subí la perillita metálica del viejo amplificador y en el frente del equipo, arriba, a la izquierda, se encendió una lucecita roja. No toqué el ecualizador ni la reverberación, apenas subí el volumen hasta los cuatro puntos. Di una última pitada larga al cigarrillo y recién entonces, con firmeza, metí el primer guitarrazo. Un acorde seguro, fuerte. Yo no puedo explicar cómo sonó. Lo que sí puedo decir es que si bien nunca había oído sonar así una guitarra, ya conocía ese sonido: era el que estuve buscando y persiguiendo sin éxito durante toda la adolescencia. No mentiré que me sentí adolescente de nuevo, no; básteme confesar que ese primer acorde se convirtió en Honky Tonk woman. Sobra aclarar que sonó mucho más rockera que cualquier Fender Telecaster usada por Keith Richard. Pero ésta era una FAIM (Fábrica Argentina de Instrumentos Musicales) modelo L.P. (Les Paul).

Miércoles.

Gracias a Dios siguen existiendo lugares como el Tita Merelo o el Gaumont. Si tenés ganas, por cuatro mangos podés ver una película de esas que vos creías que no existirían nunca, una de esas que se llaman El Café de los Maestros, en las que aparece Salgán, Mores, Federico, Stamponi, Suárez Paz y otros grandes interpretando esos viejos tangos sensacionales con el nuevo sonido de Santaolalla, también sensacional.

También siguen existiendo lugares como el Museo de Arte Decorativo, donde en estos días exhiben una muestra buenísima de Rodin. O lugares como el patio de una casa de Serrano al 1400, donde acuden los iniciados a sus liturgias paganas, a abandonarse en el arte del asado y el recuerdo.

Epílogo

Con este mes de septiembre el equilibrista cierra esta sección habiendo compartido un año –aunque fragmentado- de su vida inestable. Quiso la suerte que lo cerrara en Buenos Aires, ciudad de sus amores, en la que –como Marechal- cosechó más espinas que flores. El equilibrista agradece a sus lectores (¡ahora tres!) su gratísima compañía y espera sinceramente haber divertido a alguno o al menos haberlo hecho rabiar.
Agradece y se va, miralo,
se va por la cuerda floja,
se va con paso de murga,
se va,
se va………

martes, 30 de septiembre de 2008

OTOÑO PORTEÑO




Del otro lado de esta puerta hay una cama, un escritorio y un ropero. También hay un montón de fotos pegadas en las paredes. Hay un violín afónico, un charango boliviano, hay unos cuantos tambores y tres o cuatro guitarras. Del otro lado de esta puerta hay una Remington rand de los años veinte, hay un amplificador IONIC –enorme, industria nacional- de la década del setenta y una antigua copiadora que sabe de fotos en blanco y negro, de fotos como aguafuertes. También hay viejos discos de vinilo: la colección de rock nacional más envidiada del barrio. Al menos lo era hasta que llegaran los nuevos vecinos, tan retros ellos. Habrá unos cuatrocientos o quinientos libros, caóticamente ordenados, que fuimos trayendo y leyendo durante la adolescencia y primera juventud.

Del otro lado de la puerta está Gonzalo Arribúa. Se refugió en esta pieza allá en los años noventa. (Cuando el uruguayo hablaba, de este lado de la puerta florecían los malvones). Están Mariano y el Ruso escuchando una viola y una voz que intentan una primera versión de Yilavsiuié -toman whisky nacional o caña quemada Legui que ha ofrecido el anfitrión- (después irán los tres a golpear las puertas de varias bailantas, puertas mucho menos gratas que esta puerta). Están Pancho, Diego Fútbol, Pocho, Juan –el de la calle Honduras-, están el Pibe y el Largo, (todos matean largamente); está Ryan una tarde de festivos carnavalitos y otra tarde donde el blues marcaba el pulso y otra más sin cigarrillos ni instrumentos, y –fijate- por las juntas de la puerta salen unos versos sueltos, fragmentos de bandoneón, riffs de guitarra over-drive. Me gusta pensar incluso que del otro lado de la puerta todavía está el negro Limón, el propio gordo Colinas. Era difícil hacer que el gordo moviera el culo, pero mirá bien la puerta: ahí atrás se lo adivina.

Esta puerta da a una pieza en la fuimos creciendo, descubriendo, creyendo y descreyendo, en la que fuimos queriendo. No voy a hablar de las minas distraídas o no tanto que perdieron o ganaron algo del otro lado de esta puerta, aunque también las recuerde con indecible gratitud; hablo de otro tipo de amor: el que no se confiesa -ni hace falta confesar-, el que se reconoce entre palabras ocasionales y largos tragos de vino, el que se adivina entre dos canciones, el que asoma gigante entre una puteada cabrera y un cachito indiferente de vacío hecho a la brasa. Hablo del cariño enorme de los que están siempre cerca: la familia y los gomías, que también son la familia.

Es curioso: yo la recordaba abierta. Siempre. Aunque hiciera un frío de cagarse la puerta quedaba abierta para que cambiara el aire; para que se fuera el humo, supongo. Jodido verla cerrada, porque estuvo siempre abierta durante aquella nuestra eterna primavera. Acaso ya entonces presentíamos una respuesta, se habrá cantado alguna vez del otro lado de esta puerta. No me acuerdo quién sería, pero alguno lo cantó, o lo cantamos todos juntos tras esta puerta cerrada. Va a hacer falta un buen otoño tras un verano tan largo.
***

lunes, 22 de septiembre de 2008

BUENOS AIRES BLUES (Una página para recordar a Osvaldo Azul)


Vas a tener que acordarte, viejo, porque estas cosas pesan mucho en la memoria de uno solo, y porque si uno se pone a contarlas suenan a sensiblería, a nostalgia arrabalera. Cómo contar esas historias que empiezan una noche de lluvia en Buenos Aires pero que adquieren todo su significado varios años después, al leer de casualidad –salvo que las casualidades no existen- una dedicatoria un poco absurda y quizá por ello hermosa, una dedicatoria en la que no había reparado en su momento.


Cómo contar una historia que empieza una noche de lluvia en Buenos Aires y termina hoy, una historia que estaba esperando terminar hoy, cuando alguno de los dos la escribiera para decirle al otro que todavía está lloviendo y que seguimos hablando con un pobre viejo que sabe todo lo que vamos a pasar en los próximos años, que fueron estos últimos años. Porque llovía a lo loco y nos refugiamos en una de esas estaciones de servicio tan modernas e iluminadas a tomar un vino. Una de esas estaciones de servicio en las que no nos hubiésemos metido nunca para tomar un vino, si hubiese habido algún otro lugar cerca, si no lloviera como llovía.


Vas a tener que acordarte de las luces frías, de las góndolas con golosinas y galletitas junto a las mesas de acrílico, de las vidrieras enormes y los vasitos de plástico. Ahora acordate del viejo, una especie de linyera que desentonaba tanto como nosotros en ese lugar, una especie de linyera con un carrito de supermercado lleno de cachivaches y cartones recogidos de la basura, que dejó el carro cerca de nosotros y se mandó para el lado de las góndolas, un poco rengo o arrastrando los pies, o las dos cosas. Ahí a nuestro lado, sin ningún disimulo, cachó un chocolate y se lo guardó en el bolsillo. Después se vino para las mesas, arreglándose los harapos, y se sentó a nuestro lado. Me acuerdo que el pibe que atendía lo campaneaba resignado, se hizo el boludo y cuando el viejo se sentó, nos miró, piola. Entró a revolver en el carrito, el viejo. Sacaba cosas y las iba desparramando en la mesa. Nosotros pedimos otro vaso y ya que estábamos otra botella de vino, no sé si por caridad o para charlar con alguien, ya que con esa lluvia la noche no iba a darnos otra opción.


En esa época yo estaba muy interesado en la música de Piazzolla y la conocía bastante a fondo, interés que vos no compartías en absoluto. Durante los años inmediatamente anteriores había estudiado con mucho ahínco sus versiones y arreglos para las distintas formaciones, y el viejo éste sabía muchísimo. Recordaba perfectamente todas las formaciones hasta el año ’70, los nombres de todos los músicos desde el primer quinteto hasta la época en que tocaba con trece o catorce músicos, haciendo especial hincapié en el Octeto Buenos Aires; era increíble lo que sabía el viejo de esta materia, que por otra parte no era algo de lo que se pudiera hablar con mucha gente, al menos entre nuestros conocidos. Estuvimos charlando un rato largo, el viejo me ayudó y me corrigió varias veces –Elvino Vardaro, Kicho Díaz, Héctor De Rosas- cuando intentaba rearmar viejas formaciones. En el momento oportuno recitó un poema suyo, una suerte de celebración al quinteto del ’47; y más allá de la anécdota –que ahora sí te acordarás bien- de la licencia poética que nos explicó aquella noche, que nos está explicando todavía, aquella palabra descubierta por él para cerrar un verso, acustina por acústica, o más bien por algo que reuniera en sí las propiedades de la acústica y la poética; más allá de la anécdota, digo, lo que llama la atención es que haya reconocido la grandeza de aquella música en el momento en que se hacía, no veinte o treinta años después, como casi todos los demás, como yo, sino ahí mismo, cuando -salvo algunos músicos grandes de verdad- la gente se incomodaba con los tangazos del quinteto.


Como me interesé en el poema nos lo escribió en un cacho de cartón que tenía entre los cachivaches de su carrito. Es una lástima que algunas partes se hayan borroneado un poco hasta el punto de hacerse ilegibles, pero acá te dejo lo que aun se puede leer:


Musical


Misterioso sonido de voz wagneriana

Dan los radiantes ecos de su bandoneón

El violín con romance y paganía gitana

Impregna con fluidos de su armonioso son

Del chelo su boca de gaita (¿gaita? No está muy claro) acustina

Cual nube gris………….(ilegible)

Bañando con su mano

Los brillantes clamores del piano

Mas la orquesta al conjunto emana una tibieza

De nardo etéreo en noches estivales

Aroma lunar de los arrabales!



Osvaldo Azul

AÑO 1947



Sí, ya sé, demasiado barroco, si querés, pero a mí me parece de muy buena calidad. Además deberíamos tener en cuenta que está escrito a propósito de la orquestita de Piazzolla de 1947, así que el tono es muy adecuado.


Después, cuando nos despedíamos, buscó entre las cosas del carrito y nos dejó la tapa de un long play de Piazzolla. ¿Pudo haberlo encontrado ese mismo día, en algún tacho de basura? Quien sabe, lo cierto es que ahí lo tenía, y nos lo dedicó. ¿Qué pudor secreto nos llevó a tomárnoslo un poco para la joda? Te acordás cuando nos presentamos, uno de nosotros dijo ser uruguayo y el otro rosarino. Se ve que esto nos parecía muy gracioso. Cuando leí en la dedicatoria del poema a los amigos oriental y rosarino me di cuenta de que éramos dos pelotudos. Por suerte se dio cuenta, y en la contratapa del disco que nos regaló dejó la dedicatoria que después de tantos años –él lo sabía- me haría recordarlo más allá de la anécdota y el carrito de linyera. Una dedicatoria que escapó a la contaminación de aquel chiste pelotudo, una dedicatoria pura que a través de estos años de destierro cobra todo su sentido profético y hondo:


Para Juan y Mariano

les deseo un futuro de amigos inseparables-


10 de noviembre 2001

Osvaldo Azul



***









miércoles, 3 de septiembre de 2008

AGOSTO... PERRA... PERRA!!


Miércoles.

Muchas veces me han dicho que pese a los años que llevo lejos de casa, parece que todavía viviera en el barrio. Mi manera de hablar no ha cambiado gran cosa, ni siquiera mi forma de vivir, siempre haciendo equilibrio. Pero esta tarde comprendí que de algún modo misterioso, el gallego ha infiltrado en mí su influencia. Estuve volviéndome loco con una serie de trámites, corriendo de aquí para allá en busca de papeles, certificados, avales… Quería conseguir un préstamo, hablo de un crédito importante, que me exigía cada vez más papeles. Entonces, en mitad de la locura, en medio de este ir y venir, reparé en el motivo. ¿Valdría realmente la pena pedir otra hipoteca para comprar un jamón?


Viernes.

Hace unos meses se me encargó la crítica de la pieza titulada Garage violines, cuya autoría reconoce a uno de nuestros más altos compositores vivos de música de cámara, el Lungo Paz. Supongo que el hecho de haber cobrado anticipadamente el trabajo, de algún modo ya me había comprometido, pero no me sentí en deuda con los interesados hasta que me hube gastado el vento todo. Si bien es cierto que el plazo fue postergado varias veces, a pesar de mis indudables esfuerzos no conseguí entregar el trabajo a tiempo. Pero un equilibrista tiene un profundo sentido de la responsabilidad, y para no defraudar la confianza depositada en él a la hora de abonar íntegramente todas sus exigencias, cumplirá tarde pero cumplirá, dejando su crítica en este fragmentario. Hela aquí:


Garage violines, de Javier Paz.

Granate intenso con ribetes de mora. Más bien violáceo. (1) De óptima capa. En la apertura se manifiestan notas profundas de antiguas maderas (contrabajos, violonchelos). Casi enseguida da lugar a una carnosidad suave, en la que destacan la elegancia de las especias (canela, violines) y la frescura persistente de las frutas (ciruela ácida y flauta, principalmente). A pesar de ser un producto joven (2008) se advierten tonos de honda madurez, especialmente tras un lapso breve de reposo. En conjunto equilibrado pero vivaz y suelto, sorpresivo sin llegar a ser desconcertante. De final grato y persistente, largo, con recuerdos de granos (acné, probablemente remite a la adolescencia del maestro) y hongos alucinógenos (también).


(1) Juicio cromático sugerido por las concepciones plásticas de Kandinsky en el capítulo VI. Teoría, de su famoso ensayo, si mal no recuerdo.


Miércoles.

Desde que trabajo aquí arriba estoy mucho más tranquilo. Al aire libre, sin jefes, con unas vistas bárbaras del mar y de la ciudad. Podría incluso fumar marihuana, si quisiera. No digo que lo haga, ojo, digo que podría. Hoy descubrí unos viejos edificios pintados de color teja y amarillo rancio, allá lejos, sobre el mar, que me recordaron a un pueblito de Italia en el que, durante la segunda guerra, perdí a mi abuelo en el campo de batalla, a raíz de una ingesta desmedida de kiwis. En cuanto a la música, hay allí una serie de discos que deberían sonar durante la jornada, según quieren mis superiores (los otros setecientos nueve empleados de la casa), pero resultan tan degradantes -Summer Ibiza (1982), o Chill out groggie- que me he tomado el atrevimiento de llevar unos cuántos discos míos, más o menos dentro del estilo pretendido, pero de mejor calidad, de esos que nunca quedan mal: algunas baladas de Coltrane, la Suite Troileana de Piazzolla, un poco de Bob Marley, Lou Reed, Ben Harper, algo del piojo Johansen, un disquito de Hermética en Obras...

Antes de empezar aquí arriba, recuerdo que algunos compañeros me decían con cierta envidia

-Estarás de puta madre en la piscina: currando a tu bola, al aire libre, rodeado de tías guapas… te cansarás de ver tetas.

Pero no es cierto. Yo no me canso.


Viernes.

Esta tarde me encontré de casualidad, por la barceloneta, con un viejo amigo. La última vez que nos habíamos visto habrá sido más o menos, calculando así al tuntún, hace mil años. Charlamos un ratito y como andábamos cortos de tiempo le propuse que nos juntáramos esta noche a tomar unas copas.

-Ya no bebo- me dijo, sorprendiéndome muchísimo.

Toda la tarde estuve dándole vueltas al asunto y –francamente- no logro explicármelo… Si tenía un pedo que no veía.


Por la noche.

Primer día entero sin fumar. Los síntomas: una vitalidad arrolladora, una energía desbordante y unas ganas bárbaras de fumar. También, algunas erecciones sin justificación aparente.


Sábado.

Esta tarde leí el comentario que dejó Unverto en la página de Julio. Yo sé que leen este bloc (sic) algunos familiares y amigos (dos). Y además Unverto. Un día apareció Unverto y dejó su primer comentario. Indescifrable, por supuesto, pero ahí estaba. Era mi primer lector capturado fuera del ámbito de conocidos. El primero de quien yo tuviera conciencia. Puede decirse que él había llegado de motus propio, muy al contrario del resto de mis lectores (dos) a quienes puse en la obligación de leerme y luego controlaba periódicamente con preguntas tramposas, a ver si habían cumplido. Qué macanudo este Unverto, que no sólo me hace llegar –afortunadamente de modo más íntimo- sus críticas lapidarias sino que deja comentarios públicos, al principio para que no me sintiera tan solo, y ahora incitando a mis lectores (dos) a manifestar su aprobación o su disconformidad. Yo no tengo más que palabras de agradecimiento para mi amigo Unverto (creo que a esta altura ya puedo considerarlo un amigo), y a pesar del asombro que me produce el origen cibernético de nuestra relación, veo su foto y me da la impresión de que lo tengo junado de alguna parte. Me hace acordar a alguien, no sé…


Domingo.

De dónde los sacan- Como cada mañana, ni bien llegado, antes de emprender cualquier otra actividad, mi compañero se dio a preparar su zumo de tomate. Vació el contenido de la botellita en un vaso bajo old fashioned, le agregó el jugo de medio limón exprimido, bastante sal, un poco de pimienta, salsa lea & perrins, tabasco y decoró con sal de apio. Yo, mientras tanto, cruzado de brazos y apoyado contra la puerta, lo miraba hacer, divertido, prediciendo mentalmente sus movimientos. Hasta allí todo venía como cada mañana de los últimos tres meses, pero quiso el destino que hoy se cruzara con un zumo de naranjas abierto. Lo examinó con toda seriedad, y agregó un chorrito al vaso de su desayuno. Revolvió largamente y lo probó. Acto seguido y sin variar en absoluto la expresión de la cara, vació el vaso en el desagüe de la pileta. Yo seguía cruzado de brazos, siguiendo toda la acción, por lo que mi compañero se sintió en el compromiso de dar alguna explicación. Tras un silencio breve, con gesto afectado dictaminó:

-La naranja no le va nada bien al zumo de tomate.

Levantando las cejas y frunciendo un poco la jeta, lo dijo. Después se desgració con cierto ímpetu.


Miércoles.

Tras la semifinal olímpica de fútbol, en la que la selección argentina apabulló a la brasileña por 3-0, el diario Mundo Deportivo (edición del 20 de agosto, págs. 1 a 6) publicó varias notas poniendo de manifiesto el espíritu de sana competitividad de nuestros pibes. Ninguno de ellos, pese a los esfuerzos de los periodistas, quiso reconocer que habían humillado a Brasil. “En fútbol no se humilla, sólo ganamos divirtiéndonos” (Riquelme). Gago también rechazó el término: “porque eso no es bonito, pero sí ganamos a Brasil jugando alegre, atacando, sin perder nuestra identidad”.

Después entraron al vestuario cantando. Transcribo un par de párrafos de otra nota del mismo diario:

Maradona siguió los cánticos del grupo, la más hiriente de las canciones para un brasileño: “Siga, siga el baile, al compás del tamboril, que esta noche nos ‘cogemos’, a los p… de brasil”. Habían entrado cantando la otra estrofa de las grandes ocasiones, la que hace tiempo no entonaban, el “mirad, mirad, mirad, sacad una foto, se van para brasil con el c… roto”(…)


Jueves.

“…y a la salida
de la milonga
se oye a una nena
pidiendo pan,
por eso es que en el gotán
siempre solloza una pena”

Lástima que no todo se olvide con el champán, como aseguraba el tango. Lo que sí es cierto es aquello de que risas y llanto muy juntos van.

I- Los hechos

No terminábamos de festejar el triunfo de la selección cuando en el aeropuerto de Barajas un avión se hacía mierda antes de despegar, dejando un saldo de como ciento cincuenta muertos. Los periodistas averiguaron de dónde eran los pasajeros muertos y se fueron a los distintos pueblos a hablar con la gente. Yo no sé quién los orienta a estos hijos de puta. Quién será el guía de esta plaga nefasta que nos invade sin descanso desde todos los ángulos para decirnos cómo tenemos que pensar, qué consumir, con qué escandalizarnos o afligirnos. Y que me perdone algún buen periodista, si es que lo hay. En el pueblo de una de las víctimas (creo que era el piloto) encontraron a una vieja. No habrá sido la única entrevista que hicieron allí, pero fue la que editaron y publicaron. Aunque acaso resulte larga, la transcribiré entera:

(PRIMER PLANO DE LA VIEJA. ILUMINACIÓN NATURAL)

LA VIEJA:-Un chico joven, muy amable, muy… (se detiene un momento a pensar, y tras una breve pausa retoma) …alto, muy guapo.

A mi me encantaría saber quién es el imbécil que haciendo esto cree que justifica algún sueldo. Para cortarle las pelotas, más que nada.


II- Puras suposiciones

Pero aparte de toda esta basura y no obstante la tragedia, hay algo que está muy por encima de mi entendimiento. El piloto, antes del accidente, dio parte –según lo que dicen nuestros amigos, los periodistas- de algún desperfecto con los motores. ¿Cómo es que aún así, sabiendo que la cosa no va del todo bien, intenta despegar? Cuando agarro mi bicicleta para ir a algún lado y noto algún problema, intento solucionarlo antes de salir, para no quedarme a pata. ¿Cómo es que un tipo que sin duda conoce los riesgos de manejar uno de esos bichos, se larga a volar sabiendo que alguna cosa no funciona como debería? Yo supongo que lo primero que tienen que asumir los pilotos es que saldrán únicamente cuando no pueda fallar nada. Especialmente los pilotos de líneas comerciales. Seguramente cuando informó del problema, algún hijo de puta le habrá dicho

-No pasa nada, arrancá nomás… Si no salís no vamos a tener más que problemas… vos dale.

Por supuesto, no encuentro ningún consuelo en el hecho de que ahora este hijo de puta tenga que indemnizar a los familiares de las víctimas. Lo que quiero que se note es que a veces son peores los boludos que los hijos de puta. Si el piloto no hubiera sido un boludo, si se hubiera negado a salir hasta que el problema se resolviera de verdad, quizá solamente se hubiera ganado la bronca del jefe. Quizá solamente se hubiera quedado sin laburo. Pero hoy todas estas familias no estarían con la pala en la mano, cavando fosas.


Sábado.

¡Campeones!

Por la tarde:

Me preguntan si reconozco haber perdido en mi batalla personal contra el tabaco. Contesto que en absoluto. Simplemente me di cuenta de que no hay que ser tan dogmático.


domingo, 24 de agosto de 2008

LA ESTANTERÍA SUPERIOR


Hoy no, hijo mío, no jodas. Acaso debí habértelo advertido antes, pero intenta comprender que no todos los días son apropiados para saltar en la colchoneta, hundir la cuchara en el tarro de dulce de leche y escuchar los mejores discos de D’Arienzzo. Pronto sabrás que el alma, a veces, necesita de inmediato una anestesia. No jodas, hijo mío, te lo he dicho ya mil veces: hoy no. Entiende que no ha sido un gran día para papá. En casos como éste poco consuelo brinda la colchoneta. De nada servirá el compás canyengue. Ni siquiera el dulce de leche. Papá recurre entonces a la Estantería Superior. ¿En qué idioma hablo, hijo? Suéltame ya la mano y haz el favor de prestar atención. De izquierda a derecha, in cresccendo, he ordenado rigurosamente las botellas según la gravedad, digamos, de las necesidades a cubrir. Quizá hoy no le des gran importancia, pero el día de mañana, querido hijo, nunca se sabe. Deja ya de tirar de mi mano hacia la colchoneta, hoy no he tenido un gran día: Acabo de enterarme de que tu madre –Dios la perdone- se entiende con un japonés. Cosa difícil si las hay. Yo me pregunto entonces ¿con quién no se entenderá? Voy a darte una información importante, no insistas con aquello y escúchame bien. Entre tantas botellas, la intuición, la corazonada, valen casi tanto como la experiencia. Lo más importante del asunto es acertar en la elección, es escabiar del brebaje adecuado. Allí al final, a la derecha, tras la última botella, está el nudo con el que se ahorcó tu abuelo Hipólito. Quiera Dios que no lo precisemos nunca.

lunes, 4 de agosto de 2008

ANOTACIONES DE JULIO

Martes.

La riqueza del idioma- Es hermoso comprobar cómo van surgiendo las palabras a medida que uno las necesita. En el hablar cotidiano, habitualmente uno maneja un número más bien limitado de palabras, pero cuando un pensamiento nuevo necesita ser expresado, surge -de manera maravillosa y espontánea- el término adecuado, preciso, para expresarlo. Yo, por ejemplo, hasta que mi suegra no vino a vivir con nosotros, jamás había pensado en la palabra “defenestración”.

Miércoles

Soy de los más entusiastas defensores del reciclaje de basura. Es cierto que me costó aceptarlo, pues me negaba a trabajar gratis para que otros hagan el negocio. Para mejor, quienes se enriquecían con nuestro trabajo eran los que más estropeaban el mundo con otros de sus negocios. Pero supongo ahora que aún así, de algún modo ganamos todos.

Uno se pregunta, cada diez días, por qué debe bañarse en cinco minutos con el fin de ahorrar diez litros de agua cuando en la fábrica en la que trabaja se desperdician hectolitros diarios, por negligencia de los dueños. ¿Por qué motivo debería uno acortar la ducha hasta convertirla en una especie de tortura, si en el complejo en el que se desempeña riegan todos los días las canchas de golf durante cuatro o cinco horas? ¿Con qué cara me piden que ahorre yo energía cuando en el hotel en el que trabajo los equipos de aire acondicionado funcionan incesantemente las 24 horas, aunque los ambientes estén vacíos? (No mencionaré los regadores de la Gran Vía, especialmente a la altura del distrito de Sant Martí, que desde el pasto apuntan a la calle, ya que se trata –sin lugar a dudas- de la obra de un melancólico).

La respuesta es simple. Los dueños de la batuta no van a cambiar ni sus métodos ni sus costumbres. Sus métodos les dan los medios para vivir de acuerdo a sus costumbres, de otra manera –para ellos- el mundo no tendría sentido. Y como no van a hacer nada, nos toca hacerlo a nosotros. Por eso lanzan campañas para concienciarnos. Aunque ellos sigan despilfarrando millones de litros de agua por día, nosotros al menos habremos ahorrado dos. Aunque ellos continúen derrochando energía, nosotros –en la medida en la que nos toca, y no sin sacrificio- habremos hecho algo por cuidarla. Es injusto, claro. Pero de otra manera estarían gastando ellos y nosotros; que tal vez sería más justo pero más devastador.

En cuanto al reciclaje, qué le vamos a hacer, otra vez nos toca laburar a nosotros. Son tan pajeros que hasta te dicen que no tires botellas con tapa. -¡Qué lo separen ellos, que son los que la convierten en guita!- se queja la monada. Pero ellos no lo separan. Si no viene todo como corresponde, no se hace. Por eso nos vuelve a tocar a nosotros. Tendremos que separar: por acá vidrio, allá latas, tetras y demás plásticos, acá papel… Se supone que reciclando papel se salvará algún que otro árbol, que reciclando plástico se necesitará menos petróleo… Se supone. En casa ya lo tenemos sabido: la bolsa del Alcampo es para el plástico, latas y tetra-bricks; la del Condis para vidrio; para papel y cartón la del Mercadona. La del Lidl la sacamos de circulación porque te la cobran, teníamos que gastar tres guitas cada vez que tirábamos la basura; y nos resultó indignante: ¡a ver si además de tiempo y laburo me van a hacer gastar vento! Hasta aquí yo colaboro. Pero no estoy dispuesto –como el señor Buenafuente- a reciclar todo tipo de basura.

Yo había oído hablar de una banda que hizo furor acá en España en los ochenta, había oído algo así como que eran los más rockeros, yo qué se. Hablaban de ellos como si fueran los Rolling Stones. A esta altura del partido no ignoro que el rock español deja bastante que desear, claro, imaginen que uno de los máximos exponentes es Miguel Ríos. Pero como esta banda estaba integrada (y creo que dirigida) por un par de argentinos, entré como un caballo. (Los argentinos, permítanme el paréntesis, de rock algo sabemos) Creí que a lo mejor eran buenos, aunque nunca me ocupé de buscar nada de ellos. Simplemente sabía que existían: RON. Uno de ellos era una especie de mezcla entre un hermano de Javier Calamaro (que también había tenido éxito acá en España) y el de los ratones paranoicos, el que canta, pero antes del accidente que le dejó la jeta así. Del otro sabía que había producido un disco de Sabina muy bueno. Hasta que los agarró Buenafuente en su programa –un programa al que uno llega haciendo zapping y lo deja porque faltan cinco minutos para que empiece Larry David, por ejemplo- (sé ve que Buenafuente pensó que podía entrar en el negocio y hacerse unos mangos reciclando basura: hace unos meses no le fue tan mal con una guitarrita de juguete que habrá encontrado en un contenedor), los agarró Buenafuente, decía, y me sacó de dudas. Ahí salieron: no sé si el pelado es puto pero parece. El otro, más que puto parece un preadolescente de cuarenta y cinco años sin sexualidad definida. Hasta aquí, por supuesto, nada anunciaba el escándalo. Pero cantaron. Transcribo un par de estribillos, en prosa, porque no sé bien como separar los versos: “No, no, que el tiempo no te cambie. No, no, que el tiempo no te cambie. No, no, que el tiempo no te cambie, ¡no!” (los signos de puntuación son míos. La exclamación final la deduje por los gestos del pelado). El otro estribillo, acaso más interesante por cuanto expresa deseos inconfesables dice: “Quiero, quiero, quiero besarte. Quiero, quiero, quiero besarte. Quiero, quiero, quiero besarte. ¡Ah!”(idem)

Viernes.

¿Qué locos berretines me llevaron a alejarme de un país en el momento quizá no único pero sí justo en que se daban allí todas las condiciones para la felicidad?

Se ve que lo dije en voz alta.

-¿Por qué lo decís, papá?- preguntó mi hijo Berutti, tomado de mi mano pero con la vista perdida en el infinito. No era fácil explicárselo a un purrete de seis años.

-La familia, los gomías…

-¿Había garufa?- preguntó.

-Ya lo creo que la había.

-¿y dulce de leche?

- siempre, hasta en las medialunas; y florecían los malvones.

-¿como en casa, florecían?

-De otro modo. Malvones blancos y rojos… el patio parecía el monumental en tarde de domingo.

-¿y sonaban viejos tangos de De Caro?

Demoré un par de segundos, pero terminé asintiendo tristemente.

-Tomábamos el sol reo de Palermo o San Isidro…

-los burros...- me interrumpió grave, aunque parecía un poco ausente.

-Y además, hijo- arriesgué tímidamente (¿comprendería él, con sus seis años, todo el drama que encerraba mi confesión?)- además no había laburo.

-Un país hermoso la Argentina- dijo un ratito después, cuando llegábamos a casa.

Sábado.

Mirá que hay maneras lindas de jugar con el idioma. El vesre dio palabras hermosas, el lunfardo… y la mezcla, por supuesto, la más linda de todas las formas. A mí la que me gustaba era la de los apellidos: “¿Qué me Contursi?”, “¿qué Disarli?” “Escasany a la Rubiales que se la va a llevar de Arribúa…” . Acá todo lo que hacen es cortar la palabra en cuestión y agregarle un ata. Al bocadillo (un sánguche) le baten bocata. Al Cuba Libre (nombre de trago que no debería abreviarse ni cambiarse) le baten cubata. Al ordenador (la compu), ordenata. A los faloperos les dicen drogatas. ¿Y a qué no sabés cómo le baten a las papas?

Miércoles.

“LUGARES COMUNES”

“Calor en la ciudad. No me importa nada: tengo sevená”

Polonia, un día largo. Cuántas vueltas. Con tanto ir y venir, que pasara Xavi fue como un respiro. Me vino a ver al laburo, me trajo un libro a modo de excusa –como si necesitara excusas- y charlamos un rato. Después otro montón de cosas que hacer, anduve a lo loco hasta ahora. Hasta hace cinco minutos, que llegué a casa. Tengo que desconectar. Llamo a Marco, un tano amigo, a ver si anda con ganas de ir a tomar una o dos, esta noche. Un poco insólita esta necesidad de salir. Soy un tipo de casa, pero últimamente –desde que somos tantas almas viviendo bajo el mismo techo- parece que en cualquier lado se estará mejor que acá. No atiende.

Lo de tomar una o dos es una manera de decir, ya que con Marco nunca son menos de quince. Nunca son menos de quince con nadie, el problema debo ser yo. Resulta mucho más económico hacerla casera, por eso siempre guardo género suficiente encanutado en lugares un poco estratégicos; lo que me falta ahora es lugar: tengo –por ejemplo- un negro durmiendo en mi escritorio. Y mi escritorio no es un ambiente, como en las casas de los ricos; me refiero al mueble, mi mesa. Se duermen en cualquier lado estos morochos. Mientras espero que se despierte para poner algún disco e ir preparando la salida de esta noche me hago un gin-tonic, y recibo un mensaje de Laura. Laura tiene veintiún años de edad y me sonreía cada vez que nos cruzábamos. A los tres días de conocernos supuso en voz alta que mi mujer debía estar muy contenta conmigo. No queda ninguna duda de que –pelado y todo- sigo arrasando entre las jovencitas. Tom Waits al Forum.-decía el mensaje- S N vas amb la teva noia trkm y kdms. (“Si no vas con tu chica, llámame y quedamos” ya me había escrito en jeroglíficos antes, y me había enseñado a descifrarlos, allá cuando mis respuestas a sus primeros mensajes fueran signos de interrogación). Como no iría con mi mujer, la llamé para quedar. No habrá sexo, me prometí, sólo drogas y rock n’ roll. De todos modos no iba a haber sexo ni drogas ni rock n’ roll porque cuando hablé con ella me informó que las entradas costaban nada menos que cien mangos. Ya me iré a verlo a Memphis o adonde viva, allá debe tocar gratis para los amiguetes en el bar de toda la vida. Ya iré a verlo allá a su barrio, dentro de mil años- me dije.

El segundo gin-tonic me dio hambre, pero al abrir la heladera no encontré nada reconocible: mamaderas y potitos que sin lugar a dudas pertenecían a una compañera de piso que -increíblemente- en poco menos de dos años parió –de a uno- siete cholitos, bebidas insólitas (zumos de frutas, coca-colas, cajas de vino blanco y hasta ¡leche!), y un plato con pelotitas pequeñísimas que parecían fideos, pero yo estaba seguro que no lo eran. Pregunté a uno de mis compañeros que responde al hermoso nombre de Mohamed Hussein de qué se trataba. Su respuesta fue algo así como cuscús, que acaso sea el nombre del plato o quizá “no entiendo un pomo” en árabe, ya que el Cotur, como lo llamamos, no habla nuestro idioma. Resignado, me hago otro gin-tonic.

Como Ruth me había dejado su teléfono por cualquier cosa la llamo a ver si tenía ganas de salir. En verano los días serán insoportables, pero las noches son espectaculares, dan ganas de vivirlas enteras sentado en cualquier terracita. A Ruth, lo sé, le gustan los ravioles carbonara. Dos veces me invitó a comer, y las dos veces comimos ravioles carbonara. Yo la invité una vez a tomar café. Eran las nueve de la mañana (no es que haya madrugado: venía girado), me pedí un café con leche y un croissant. Ella un plato de ravioles. Pero esta noche la hicieron para mandarse unos tragos largos al aire libre (esta terracita tan linda que abrieron acá abajo, sin ir más lejos). Ahora que corre vientito, ahora que se está tan bien. Antes de poner a hervir la pasta, corta cebolla bien chiquita y la fríe en mantequilla, me contó. Si la llamo a ella es porque no vive lejos, y fundamentalmente porque el día fue uno de esos que parece que nunca acabarán. Por suerte era sólo una impresión: acabó, y no me vendría nada mal desenchufar un poco, charlar de boludeces, tomar el aire fresco de la noche. Cuando se pone amarilla y medio transparente, le echa el beicon.

El número de Ruth estaba en la cartelera, pinchado con una chinche, “por cualquier cosa” decía en la servilleta con letra de niña aplicada, y después, en mayúsculas, su nombre. Entonces le mete crema de leche, nata, como la llama, y la deja reducir un poco, no mucho. Ruth es judía, pero come jamón y no me discrimina. Más bien creo que intenta incriminarme, aunque todavía no sé en qué. Sospecho, eso sí, que en algo turbio; pero como la noche bien vale el riesgo y la cuerda floja es el hábitat natural de un equilibrista; y ya que -en definitiva- me había dejado su número por cualquier cosa, la llamo.

-Estaba pensando que podíamos bajar a tomar algo, no sé si notaste lo linda que está la noche- le digo.

Yema de huevo. Es muy importante la yema de huevo. Si quieres obtener una carbonara auténtica, es primordial echarle yema de huevo. Hablaba como si me estuviera dando instrucciones para desactivar una bomba atómica. Un plomazo esta mina, pero últimamente ¿lo dije? parece que en cualquier lado se estará mejor que en casa.

-¿Qué te parodi?- pregunto, pero ella tenía otros planes, así que decido llamar a Octavio, pobre, que vive más lejos pero seguro que tiene ganas de salir un rato.

Con vino tinto le gusta bajar los ravioles. Cuando no tiene vino tinto hace una mezcla de balsámico y alcohol fino de farmacia. Después vierte un poquito de cáscara de naranja rayada y revuelve, pero prefiere el vino.

Ocupado, salta el contestador y grabo mi mensaje. Sin embargo no me quedo tranquilo. Octavio ignora que tiene un contestador. Varias veces le comenté que le había dejado mensajes e invariablemente se asombraba, luego reía asumiendo que yo estaba bromeando y contestaba “casi cuela, pero no tengo contestador”. Se puede hablar de diversas cosas con Octavio, porque no se entera de nada. Apenas le queda un dejo de su acento dominicano. Lo que sí se le nota bastante es que es puto. De cualquier modo, aún no lo ha asumido públicamente, y esto lo atormenta. Recuerdo una de nuestras primeras conversaciones:

- Se te ve tan bien, tan feliz, tan liberado… Me encantaría dar el paso, vivir como tú… pero no me atrevo- dijo, a mi me pareció que coqueteando.

En vano le expliqué que soy heterosexual, que estoy casado y hasta felizmente casado. Él estaba convencido de que yo también me la lastraba. Lo comprendió bien varios días después, cuando –en legítima defensa- le tuve que romper el comedor. A partir de entonces hemos conseguido una relación bastante buena, basada principalmente en el terror.

Con tal de salir de casa soy capaz de ir a buscarlo. Logro eludir con criterio a los gitanos, reunidos en la sala, que intentaron un trapicheo de oro o de falopa o de una bicicleta (no se les entiende gran cosa a los gitanos). En cuanto llego al pasillo se me vienen encima los rumanitos. Mido la distancia y evalúo las posibilidades. Acaso consiga atravesar el pasillo sano y salvo, pero ¿me quedará entereza de ánimo para enfrentarme a los gallegos, allá en el hall? Son los dueños de la torta, los que cobran el peaje. De algún modo estoy frente a ellos, tras haber gambeteado dos intentos de robo con armas pesadas y un secuestro. En cuanto el viejo me juna, me escabullo bien debute por un wing y de pedo llego a manotear el picaporte de la puerta que da a la piecita. Antes de que el gallego reaccione, cierro tras de mí la puerta y estoy en el ambiente más pequeño de la casa: metro y medio. Allí moran Octavio y nueve más. Se van turnando. Octavio no, porque se niega a abandonar su sitio, pero los demás se turnan. Un día siete, otro dos. Hoy –por suerte- sólo hay cuatro. Duermen como angelitos. Ya las ganas de salir de casa se convirtieron en una necesidad, más bien en una cuestión de vida o muerte. ¡Con lo bien que se está afuera, ahora en verano! Intentando molestar lo menos posible a los durmientes dejo tras de mí la cama y llego hasta el ropero. Golpeo. No contestan, de modo que lo abro. Busco entre la ropa y las perchas, abro un par de cajones, pero es inútil. Allí no hay nadie. Entonces una alegría incontenible me colma de golpe. Sé que no voy a salir, ya he agotado vanamente todos mis recursos, pero la noche, después de todo, no tiene por qué ser tan mala si ahí tengo para empezar una novela de Vargas Llosa que me dejó Xavi esta tarde y si acabo de saber que Octavio -por fin- salió del armario.

Domingo.

-Qué angustiante el paso del tiempo- dijo Julio a la salida del concierto. Fue el primero que habló, después de tres o cuatro cuadras de silencio. ¿En qué momento esa mujer que tanto nos había emocionado con sus discos, con sus tangos, se había convertido en esta vieja sensiblera que tuvimos que aguantar casi con vergüenza durante una hora y media, hablando en lugar de cantar, quejándose más que hablando, en un tono que pretendía ser poético?

-No tanto el paso del tiempo. La cagada es volverse viejo y pelotudo- se lamentó el poeta.

Lunes.

Me levanté temprano. Muy temprano. Desconfiarán ustedes, naturalmente, cuando quien acusa es un equilibrista un tanto bipolar aunque suficientemente calvo, pero deberán reconocer que las seis y cuarenta es tempranísimo. Y me fui a laburar un rato. Me hizo muy bien el madrugón, así que tendré que confesar que estoy bastante agradecido con el trabajo. Si no me hubieran dado esas horitas extra jamás me hubiera dado cuenta de lo bueno que resulta ponerse en actividad temprano: sobre el mediodía –hora en que suelo levantarme- no sólo había hecho algo de ejercicio (ciclismo hasta el laburo), guita (cuatro horas extra), y me quedaba aún el día entero por vivir, sino que además había generado las primeras experiencias de mi corta vida anteriores al mediodía. Puede que dormir menos de lo necesario sea una buena opción para quien –como yo- se ha convertido en un imbécil incapaz de hacer –no ya las Grandes Cosas que intentaba en la adolescencia- sino siquiera algunas boludeces, más acordes a mi eterna juventud. Tomo hoy esta idea y emprendo a partir de ahora la hermosa aventura de las mañanas, de la actividad febril y apasionada, de las vitaminas c, la homeopatía y la acupuntura.

Por la noche:

Qué siestita más linda: ¡seis horas!

Miércoles.

Estado vegetativo:

La monedita acusa síntomas graves de disfunción eréctil. La azalea se secó por completo, pero adoptando un tono marrón-anaranjado que la dota de una belleza que no había conocido en plena juventud. El cardo Ricardo evoluciona parecería que hacia otra especie. Y la marihuana, está re loca, esa.