lunes, 22 de septiembre de 2008

BUENOS AIRES BLUES (Una página para recordar a Osvaldo Azul)


Vas a tener que acordarte, viejo, porque estas cosas pesan mucho en la memoria de uno solo, y porque si uno se pone a contarlas suenan a sensiblería, a nostalgia arrabalera. Cómo contar esas historias que empiezan una noche de lluvia en Buenos Aires pero que adquieren todo su significado varios años después, al leer de casualidad –salvo que las casualidades no existen- una dedicatoria un poco absurda y quizá por ello hermosa, una dedicatoria en la que no había reparado en su momento.


Cómo contar una historia que empieza una noche de lluvia en Buenos Aires y termina hoy, una historia que estaba esperando terminar hoy, cuando alguno de los dos la escribiera para decirle al otro que todavía está lloviendo y que seguimos hablando con un pobre viejo que sabe todo lo que vamos a pasar en los próximos años, que fueron estos últimos años. Porque llovía a lo loco y nos refugiamos en una de esas estaciones de servicio tan modernas e iluminadas a tomar un vino. Una de esas estaciones de servicio en las que no nos hubiésemos metido nunca para tomar un vino, si hubiese habido algún otro lugar cerca, si no lloviera como llovía.


Vas a tener que acordarte de las luces frías, de las góndolas con golosinas y galletitas junto a las mesas de acrílico, de las vidrieras enormes y los vasitos de plástico. Ahora acordate del viejo, una especie de linyera que desentonaba tanto como nosotros en ese lugar, una especie de linyera con un carrito de supermercado lleno de cachivaches y cartones recogidos de la basura, que dejó el carro cerca de nosotros y se mandó para el lado de las góndolas, un poco rengo o arrastrando los pies, o las dos cosas. Ahí a nuestro lado, sin ningún disimulo, cachó un chocolate y se lo guardó en el bolsillo. Después se vino para las mesas, arreglándose los harapos, y se sentó a nuestro lado. Me acuerdo que el pibe que atendía lo campaneaba resignado, se hizo el boludo y cuando el viejo se sentó, nos miró, piola. Entró a revolver en el carrito, el viejo. Sacaba cosas y las iba desparramando en la mesa. Nosotros pedimos otro vaso y ya que estábamos otra botella de vino, no sé si por caridad o para charlar con alguien, ya que con esa lluvia la noche no iba a darnos otra opción.


En esa época yo estaba muy interesado en la música de Piazzolla y la conocía bastante a fondo, interés que vos no compartías en absoluto. Durante los años inmediatamente anteriores había estudiado con mucho ahínco sus versiones y arreglos para las distintas formaciones, y el viejo éste sabía muchísimo. Recordaba perfectamente todas las formaciones hasta el año ’70, los nombres de todos los músicos desde el primer quinteto hasta la época en que tocaba con trece o catorce músicos, haciendo especial hincapié en el Octeto Buenos Aires; era increíble lo que sabía el viejo de esta materia, que por otra parte no era algo de lo que se pudiera hablar con mucha gente, al menos entre nuestros conocidos. Estuvimos charlando un rato largo, el viejo me ayudó y me corrigió varias veces –Elvino Vardaro, Kicho Díaz, Héctor De Rosas- cuando intentaba rearmar viejas formaciones. En el momento oportuno recitó un poema suyo, una suerte de celebración al quinteto del ’47; y más allá de la anécdota –que ahora sí te acordarás bien- de la licencia poética que nos explicó aquella noche, que nos está explicando todavía, aquella palabra descubierta por él para cerrar un verso, acustina por acústica, o más bien por algo que reuniera en sí las propiedades de la acústica y la poética; más allá de la anécdota, digo, lo que llama la atención es que haya reconocido la grandeza de aquella música en el momento en que se hacía, no veinte o treinta años después, como casi todos los demás, como yo, sino ahí mismo, cuando -salvo algunos músicos grandes de verdad- la gente se incomodaba con los tangazos del quinteto.


Como me interesé en el poema nos lo escribió en un cacho de cartón que tenía entre los cachivaches de su carrito. Es una lástima que algunas partes se hayan borroneado un poco hasta el punto de hacerse ilegibles, pero acá te dejo lo que aun se puede leer:


Musical


Misterioso sonido de voz wagneriana

Dan los radiantes ecos de su bandoneón

El violín con romance y paganía gitana

Impregna con fluidos de su armonioso son

Del chelo su boca de gaita (¿gaita? No está muy claro) acustina

Cual nube gris………….(ilegible)

Bañando con su mano

Los brillantes clamores del piano

Mas la orquesta al conjunto emana una tibieza

De nardo etéreo en noches estivales

Aroma lunar de los arrabales!



Osvaldo Azul

AÑO 1947



Sí, ya sé, demasiado barroco, si querés, pero a mí me parece de muy buena calidad. Además deberíamos tener en cuenta que está escrito a propósito de la orquestita de Piazzolla de 1947, así que el tono es muy adecuado.


Después, cuando nos despedíamos, buscó entre las cosas del carrito y nos dejó la tapa de un long play de Piazzolla. ¿Pudo haberlo encontrado ese mismo día, en algún tacho de basura? Quien sabe, lo cierto es que ahí lo tenía, y nos lo dedicó. ¿Qué pudor secreto nos llevó a tomárnoslo un poco para la joda? Te acordás cuando nos presentamos, uno de nosotros dijo ser uruguayo y el otro rosarino. Se ve que esto nos parecía muy gracioso. Cuando leí en la dedicatoria del poema a los amigos oriental y rosarino me di cuenta de que éramos dos pelotudos. Por suerte se dio cuenta, y en la contratapa del disco que nos regaló dejó la dedicatoria que después de tantos años –él lo sabía- me haría recordarlo más allá de la anécdota y el carrito de linyera. Una dedicatoria que escapó a la contaminación de aquel chiste pelotudo, una dedicatoria pura que a través de estos años de destierro cobra todo su sentido profético y hondo:


Para Juan y Mariano

les deseo un futuro de amigos inseparables-


10 de noviembre 2001

Osvaldo Azul



***









2 comentarios:

Unverto dijo...

Don Equilibrista: Seguramente su amigo se ha puesto a llorar. El peso de la palabra años se le ha vuelto un estigma y usté se empeña en usarla e incluso darle otra forma y tan extensa y significativa, como si todo ese conglomerado de palabras la repitiera incesantemente. Además, el meteorólogo dice que llovía en el sur de la península. Seguramente su amigo se habrá ido a comprar vino y no solo para ese día sino para los 3 o 4 siguientes. Y en el Río de la plata también caería agua de Dios y el chino tendría el Legui barato. Y no, no eran tan pelotudos, o sí, pero aunque parezca que no entendí, entendé, las maneras de incluir a alguien en tu planeta son muchas y rarísimas. "Rosarino, uruguayo, peronistas y de Racin". Fue justo antes de todo esto, justo, justo. Un abrazo. Me mató.

Unverto dijo...

...Callao y Riobamba, que después se hace Combate de los Pozos...