martes, 23 de marzo de 2010

Regalos

Por lo que a mí respecta, a caballo regalado no se le miran los dientes. Lo que me resulta imperdonable es no implicarse por completo en los preparativos. Porque el hecho de hacer un regalo te deschava. A través de lo regalado cualquiera puede descubrir en el autor cualidades como la generosidad o la holgazanería, la necedad o la nobleza, el buen gusto, la intolerancia y hasta la miopía. Por mucho que nos pese, un regalo saca a la luz los rincones más oscuros de nuestra personalidad.

No deberíamos tomarnos tan a la ligera el hecho de regalar, porque en cierto modo un regalo te define. Define tu relación con el mundo, o por lo menos con el destinatario del regalo. ¿Cuánto estoy dispuesto a invertir? ¿Solamente dinero, o algo más? ¿Tiempo? ¿Energía? A mí los regalos que me gusta hacer y recibir son esas cosas que no se consiguen de otro modo. Pero reconozco que no es lo más habitual. En general uno tiene que contentarse con otra corbata, un perfume o un reloj.

Desde muy chico supe que lo que podamos hacer nosotros paga mucho más que cualquier cosa comprada. Lo descubrí con cinco años, en la emoción de mi viejo al recibir para el día del padre un cenicero que había hecho yo mismo en el jardín con un pan de jabón blanco de lavar la ropa, emoción que no fue menoscabada en absoluto por la circunstancia nimia de que él no fumara. A partir de esta temprana comprobación intenté continuar siempre regalando de mi propia cosecha, salvo en casos complicados en los que la originalidad de otra ocurrencia como posible regalo o el muy frecuente de no contar con el tiempo necesario desestimara por completo la idea de ponerse a componer una copla, esculpir un bloque de granito, elaborar once docenas de empanadas.

Si uno está en situación de invertir únicamente dinero, convengamos en que la única opción razonable es regalar una o varias botellas de vino. Pero hay otros regalos digamos no artesanales, no tan especiales, que no requieren tanto esfuerzo como un soneto o un vals en do menor, pero que están un escalón por arriba de la botella de vino o de cualquier otro regalo en lo que no se invierta más que dinero, porque además del vento ha habido que dedicarle horas de meditación, una dosis grande de intuición y buen grado de riesgo. Son los regalos que a simple vista pueden parecer materiales, pero que en realidad son materia para la realización espiritual. Como ejemplo se me ocurren dos: un bandoneón y sesenta kilos de arcilla, pero si te ponés a buscar debe haber más.

Entre los regalos que no fueron de mi propia factura, sin duda el mejor se lo llevó mi amigo Diego Fútbol cuando se mudó al departamento de la calle Lambaré. No, no le regalé un bandoneón ni sesenta kilos de arcilla sino un potus; por parecerme éste un regalo mucho mejor que una licuadora. Pero no crean por eso que se salvó de mis creaciones, ya que unos años más tarde, para su casamiento, consideré muy oportuno intervenir entre la obligada vajilla de uso diario, los muebles y los electrodomésticos que son de rigor, haciendo acto de presencia -desde el exilio- con mi regalo incorpóreo, su Tema de Diego Fútbol, una vieja canción que a él le había gustado una tarde en un patio de Palermo, y que decidí grabarle como regalo de boda para que no tuviera que preocuparse por darle una ubicación entre las típicas cajas de los recién casados y un potus que acaso arrastrara desde épocas pretéritas.

Fui siempre miembro de familia numerosa y pobre, y por ello especialista en hacer regalos más “espirituales”, en contraposición con los llamados “materiales”. Recuerdo por ejemplo una de mis primeras pinturas, que regalé al gordo Colinas una primaveral mañanita porteña, con el propósito oculto de incomodarlo. Mismo destinatario tuvo mi primera obra impresa, Orquestra, que le obsequié con motivo de su cumpleaños aquella tarde irrepetible del treinta y cinco de agosto. Mi primera obra impresa constó de ese único ejemplar, con lo que regalándosela al gordo la puse a salvo para siempre. Confío plenamente en que la haya perdido, por eso se la regalé. El gordo Colinas era uno de esos tipos a los que uno podía confiarle cualquier cosa que quisiera que desapareciese para siempre. Bastaba con dejarlo en cualquier rincón de su pieza, en Villa Crespo.

Tampoco se me pasa una lámpara de pie que con mis propias manos hice y regalé a mi primera mujer. Llevaba una leyenda en la pata (un tronco de lo más rústico) en la que -citando al flaco Spinetta- le recordaba: “de ti saldrá la luz, tan sólo así serás feliz” (Me pareció divertido que una lámpara, fuente de luz, sentenciara aquellos dos versos del flaco). Tuve que hacer magia negra para transportarla hasta Córdoba en un bondi del estilo Costera Criolla. Tras recibir el regalo, ella me abandonó a los pocos días. No la culpo, era incomodísima la lámpara esa.

Otro resignado destinatario de mis berretines fue el bueno de Pablo Ryan, pobre. En poco menos de un año recibió dos mamotretos de no sé cuántas páginas -y para peor manuscritas- con los relatos de un viaje en bicicleta por Sudamérica que -por si fuera poco- ya había sufrido en vivo y en directo junto a mí. No conforme con eso, varios años después y cuando ya se creía a salvo de mi alcance, le mandé para su casamiento la grabación de un tema que había compuesto en Bolivia, durante aquel viaje, con un charango potosino y mi borrachera y mi mala voz.

No me queda más remedio que hablar ahora de Lorena, pobre santa, mi mujer actual y quiera Dios que por muchos años. Ella sí que ha sufrido a lo largo de estos últimos años mis regalos de todo tipo, menos de aquellos en los que sólo se invierte guita. Lo primero que le regalé, cuando todavía estábamos de novios y vivíamos en una isla en el Mar Mediterráneo fue esta emoción disfrazada de poema, que para mí sigue teniendo su encanto ahora, varios años después de haberla escrito:


Una emoción con ojeras

y verde como un milagro,

liviana como un poema

o la primera luz del día;

una emoción todavía,

permanente o pasajera;

acá tenés mi regalo:

una emoción con ojeras.


Es verde como un milagro

y anda descalza en invierno,

tiene gusto a mate amargo,

huele a pan recién horneado,

es un día libre ganado

tras derrocar un gobierno;

nació conmigo en Palermo

y es verde, como un milagro.


Una emoción bien canyenge,

¡sinfónica, victoriosa!

como un concierto de duendes

reos de risa despierta;

una emoción siempre abierta,

una emoción “parasiempre”,

como quien te da una rosa

te doy mi emoción canyengue.


Mallorca; 28 de enero de 2004.


A partir de aquel primer regalo ya me solté y fui festejándola en cada oportunidad. Le regalé desde una pintura que cuelga en el living de casa hasta un recuerdo de mis días en Granada. El regalo más trivial que le hice fue una cámara réflex, que entraría en la clasificación de “materia para la realización espiritual” de uno de los primeros párrafos. Tan trivial resultó que casi podría decirse que la uso exclusivamente yo. Siempre preferí hacer regalos de los llamados “originales”. Juzgo que este tipo de regalos bastante personales son los que de verdad valen la pena. Así se lo explicaba a ella una Navidad helada de hace algunos años en el pirineo catalán:



Milonga de Nochebuena

(Villancico algo resentido para celebrar la pobreza de espíritu y la otra)


Algo que no se pueda pagar con guita,

hoy la miseria me invita /a escribirte esta canción,

un regalo que abra fuego con pólvora de dos mangos,

rotundo como los tangos /y pelado como yo.


Algo que nadie más pueda regalarte,

para gambetear con arte /la situación

y arrancarte una sonrisa de esas que me gustan tanto

cuando al fin oigas mi canto /aunque ya no tenga voz.


Algo que no se compre, que no se venda;

busco un regalo que ofenda /a los que hoy recibirán

licuadoras y corbatas, perfumes finos y agendas

que me están sobrando tiendas /y faltando Navidad.


Que rabien los andorranos en sus hoteles de lujo:

¡Abran cancha porque empujo /con la fuerza de un avión

implacable y sorpresivo como el once de septiembre!

rabien porque en un pesebre /-con los pobres- nace Dios.


Habrá milonga esta noche, milonga para Lorena,

milonga de Nochebuena /aunque nos corten la luz,

habrá al menos tu milonga hecha con estas dos manos

y un corazón gordo y sano /como el niñito Jesús.


Escaldes Engordany; 24 de diciembre de 2005.


***