martes, 21 de octubre de 2008

MONTEVIDEO


Tenía que poner los pies en una plaza, en una en particular. Había oído hablar de ella mil veces y siempre creí que se trataba de un error. Sé de casos parecidos, es cierto, la avenida Carabobo, sin ir más lejos, pero esto me sonaba a una cargada enorme, no sé. Lo de la batalla se entiende, es el procedimiento habitual. Librada a los pies del arroyo homónimo, es natural que la recuerden con ese nombre. Pero una plaza céntrica a la que acude y alude todo el mundo debería tener un nombre menos jocoso. Así que ni bien pisé Montevideo le dije a Vilches que me llevara a la plaza Cagancha. Tenía que cerciorarme.

Mientras tanto, en el bondi, intentaba recordar todos los concejos que me habían dado a lo largo de mi vida por si alguna vez visitaba la ciudad, y me acordé de Mara. Éramos adolescentes, Mara, y caíste una noche a la placita del barrio. En aquella época la gente como nosotros se conocía en las plazas de Buenos Aires. Bastaba ver una guitarra para acercarse. Uno preguntaba si le dejaban tocar un tema, otro traía una birra y se quedaba a escuchar, y nos íbamos haciendo casi amigos. Hay que reconocerlo: éramos medio jipis. Fumábamos marihuana e intentábamos practicar el sexo libre. A veces lo conseguíamos. De vos me acuerdo porque el negro Limón me alertó. Esta chica, dijo, quiere oír tu rocanrol. Así que me puse a charlar contigo, como dicen acá en Montevideo. Estudiabas Bellas Artes. No te culpo, todos éramos medio bohemios. Alguna vez estuve en tu casa, por el bajo Belgrano, y vi tus trabajos. Los había muy buenos. Me acuerdo de algún retrato y de dos paisajes del puerto. Después te hiciste la linda. No, no; no quiero que te enamores, decías ¿te das cuenta? Hasta el momento nunca había conocido a nadie tan ególatra. Pusimos las cosas en claro, te dejaste de macanas y –sin jurarte amor eterno, ni siquiera transitorio- te quise por primavera, a eso de las nueve. Empezaste a llamar todos los días, al principio. Después varias veces al día. Yo me hacía un poco el boludo porque quería hacer otras cosas, también, y como un sopapo me batiste que te había pasado a vos lo que tenías miedo que me pasara a mí. Ahí se acabó nuestro idilio. Pero antes, en algún momento entre tu no me toques y tu amor fatal, me hablaste de Montevideo. Te encantaba. Me hiciste oír a Jaime Ross y me contabas historias con esquinas del Barrio Sur y con tambores y con negros. Yo me asusté un poco y me escabullí en cuanto pude. Un amor fugaz, pensaba al volver a casa un poco triste en el 55. Iba un poco triste porque era un bondi muy cómodo, casi de puerta a puerta.

Donde empezaba a recordar a Gutiérrez era 20 de febrero, me informaste. Gutiérrez era un porteño fanático de Montevideo. Creo que le hubiera encantado ser uruguayo. Había hecho de la cultura charrúa su devoción. No sólo amaba el carnaval y las murgas, el chivito y la caña de los 33 sino que además recomendaba el consumo irresponsable de medio y medio, una bebida exclusiva de estos pagos que creo que se logra mezclando en partes iguales sidra y vino y que el maestro Roldós vende embotellada. De todos modos yo no confiaba mucho en Gutiérrez. Empecé a sospechar que era un fantasma una tarde nublada, cuando -frente a mí- se desvaneció en el aire, desapareció. El bondi en el que veníamos, negra, tomó una avenida y enderezó para el centro.

-8 de Octubre- dijiste.

Fernando también hablaba maravillas de Uruguay. Le apasionaba el tablado, la costa de Rocha y los chivitos al plato. Yo, mientras tanto, consideraba que al porteño en general le gusta Uruguay, le encanta Montevideo; que se siente como en casa. Y eso que el oriental es muy nacionalista. “Multiahorro, el supermercado uruguayo”. “Canal 10, el canal uruguayo”. “El fin de semana murieron tantos uruguayos en accidentes de tránsito”. En cualquier otro lado se hubiera informado, por ejemplo, que durante el fin de semana perdieron la vida nosecuántos tipos, personas, ciudadanos, en las rutas del país. Acá te dicen que además son uruguayos, lo que lo hace mucho más trágico. Al porteño, reflexionaba yo mientras nos metíamos en un túnel, le encanta Montevideo. En cambio la viceversa no se da. O sí. En realidad el uruguayo alucina cuando va a Buenos Aires y ve las avenidas anchas, las grandes obras, los edificios de la década del veinte. Pero odian al porteño, lo que seguramente habla bien de ellos, de los uruguayos. Los motivos deben ser los mismos que tiene el resto del mundo. Quizá somos de verdad más indeseables de lo que creemos. Del túnel salimos a otra avenida

-18 de Julio- oí que me decías. A mí se me ocurrió que el tiempo pasaba de un modo extraño en Montevideo.

El Gordo me contaba de una Buenos Aires chiquita. Supongo que se trata de una Buenos Aires que existió y no conocimos, la Buenos Aires que nunca tuvimos, creo que escribió Borges. Y algo de eso hay. No por los cuchilleros y demás personajes increíbles, sino por los barrios Sur, Cordón, Palermo, Unión, Malvín, esa vida de barrio que yo no recuerdo haber conocido sino en los pueblos de provincia, el trato entre los vecinos, los pibes jugando el las veredas a veces todavía de tierra, los jóvenes juntándose en las esquinas con la excusa del tambor o de la birra, las viejas mateando en los umbrales urdiendo puteríos metafísicos, la costurerita que dio el mal paso, los chicos desangelados fumando pasta base en latas de gaseosa; en fin, las cosas lindas de la vida.

Y sí, tal como creía, la plaza Cagancha es un punto muy importante como para llamarse así. La gente se dio cuenta, por suerte. Popularmente se la conoce como Plaza Libertad. Mucho mejor. A mí me gustan las ciudades ajenas porque a medida que vas haciendo cosas ineludibles (sacar los pasajes de vuelta a Buenos Aires, por ejemplo) vas campaneando todo, vas bien alerta. Cuando entramos a la estación de Tres Cruces no digo que fuera un día peronista (“se afanaron hasta las nubes”), porque todavía tengo mis dudas de que el sol, tal como lo conocemos en el resto del mundo, exista en Montevideo, pero estaba más o menos lindo. Al salir, la niebla había cubierto casi todo y se sentía una levísima llovizna.

-¿y esto? Mirá lo feo que se puso- te dije.

-Bajó la cerrazón.

-¿Qué?

- Que bajó la cerrazón.

-¿La qué?

-La cerrazón. Bajó la cerrazón.

-No sé… sí, a lo mejor bajó; pero ¿no notás como una llovizna?

-¡Es la cerrazón!

-Ah.

En Montevideo no se habla igual que en Buenos Aires, aunque a muchos les suene parecido. El ejemplo más habitual es el de los championes.

-Hacete la moña de los championes, gurí.

Pero hay otros, bo. ¿Cuántos porteños habrán entrado a la panadería a pedir una docena de facturas? Acá les dicen bizcochos, y se venden al peso ¿tá? Al porteño le divierten estas diferencias. Y es en las diferencias donde yo encuentro lo que me gusta de Montevideo. No que sea el Buenos Aires que nunca tuvimos; es decir, también me gusta, pero lo que más me gusta de Montevideo es lo que no tiene y no tuvo Buenos Aires: su Rambla, su Ciudad Vieja, sus barrios sobre la playa, sus bulevares, su acento levemente parecido al nuestro, su gente.

Desde hace algunos años se viene discutiendo fuerte sobre las papeleras. Cualquiera, gente como vos o como yo, es decir, gente que no pincha ni corta, gente que no tiene nada que hacer con respecto a las papeleras se para largo rato a perder por lo menos el tiempo. Los que no tienen ni voz ni voto han creado resentimientos y odios a raíz de un tema que no los toca en absoluto. Gente de uno y otro lado del río odia a los del otro lado por el conflicto de las papeleras. Que odien a los porteños vaya y pase, pero esto ya es demasiado. Un porteño standard es incapaz de diferenciar a un entrerriano de un uruguayo, si por algún motivo inusual el yorugua no llevara el termo bajo el brazo.

Al revés que a ellos, a mí sí me gustan los uruguayos. Bueno, en realidad más las uruguayas que los uruguayos, debo reconocerlo.

*

4 comentarios:

Unverto dijo...

La maga también era uruguaya, dice el loro. Y cree que fue un guiño de Cortazar, o tal vez una especie de chiste que solo los porteños entienden. Este loro es bastante piola, le diré, Don Equilibrista. Me dice algo acerca del gordo pero no llegó a entenderlo. Mueve los ojos para ambos lados lentamente y al mismo tiempo... No, no dice nada del gordo, es que está empachado y va a potar. Un loro magnífico, señor. 20 pesos, ¿tá? (aparte, cada vez que un uruguayo me habla, tengo la sensación de que me están diciendo algo que nadie mas debe saber aparte de él y yo. Te hablan y miran para los costados como si estuvieran planeando una revolución, ¿tá?) En fin, un placer leerte tan seguido

Unverto dijo...

Me parece como el culo que no comenten nada. Y cuando digo culo, hablo de uno mas bien tirando a feo. Alienten al autor y sean constantes, putos. Vuelvo al reposo habitual. Adiós.

hollywoodencasa dijo...

Estimado unverto celebro y comparto su euforia, hay que alentar al autor, pero for favor querido amigo no sea tan soes con los comentarios, deduzco que usted tiene una gran verborragea , usala pues :
una cola es igual que un culo y un maricon no es mas que un puto.

Con respecto a Nuestro gran hacedor de sonrisas y recuerdos DOn equilibrista debo pedirle un favor muy particular:
corren diferentes versiones del origen del tango malavaje, nos podria usted ilustrar con su gran exegesis ,el real , unico y verdadero origen de aquel tango??
desde ya muchas gracias
pd: a veces el anomimato carece de modestia alguna, generando solo misterio y desorientacion, pero muchas otras (en su mayoria) es una expresion viva de humildad, asi que contradiCiendome por mis comentarios anteriores acerca de DON ANONIMO, LO DEJO EN PAZ SI QUIERE SER ANONIMO QUE ASI SEA

Yosoy Unoquepasaba dijo...

El párrafo de Mara es un cuento aparte, encantador, como tener 20 por un rato.