viernes, 31 de octubre de 2008

LA PARADA




DESAPARICIÓN TÍPICA DE UNA PARADA


Fue por aquel entonces que andaban por el barrio.
Cada quince minutos pasaba un colectivo,
y ya entrada la noche (no importaba el horario)
desde Córdoba o Vega llegaban sus rugidos.


Si pensamos un poco –cosa que a veces pasa-
supondremos que otrora aquello era posible:
Transporte de mil hombres que volvían a sus casas
y otros mil que arribaban “de José Paz a Wilde”.

Lo cierto es que una noche (según dicen, de estío)
se afanaron el poste un par de inadaptados
(el poste que se alzaba para marcar el sitio
en que paraba el bondi. ¡Qué terrible pecado!)

Cuatro o cinco muchachos lo subieron a un flete
y lo llevaron lejos: Caballito o Lugano;
pero ese es el chamuyo de falsos alcahuetes:
¡Fueron los atorrantes de la calle Serrano!

Y alzaron el bagayo… ¡pero en mitá del patio!
Hacerse una parada, qué cosa más oronda;
desde entonces no ha vuelto a pasar por el barrio
jamás un colectivo. Hoy nuestra pena es honda.

A falta de organito el estéreo de un auto
acompasa las siestas con tangos de De Caro.
El gordo de a la vuelta sigue opinando, incauto,
“andá a saber, hermano, capaz que andan de paro”

Yo tuve que tomarlo (para ir a cierta quinta):
Lo esperé cuatro días… al quinto ya era un zombi;
¡qué curiosa tardanza! La calle era la misma…
Sólo faltó una cosa: la parada del bondi.

Ya adivinan ustedes lo que hoy ocurre, es obvio:
los choferes comparten un presente irrisorio.

J.L.B.

en voz baja

Estaba por públicar una entrada y me encuentro con otro comentario de Unverto, así que aprovecho para agradecerle a él y a los demás comentaristas, que salvo el caso de holliwood en casa, creo que deben ser el propio Unverto adoptando otras personalidades.
También contaré que me alegró mucho ver que se ha ido generando una serie de acotaciones y comentarios de los más divertidos, emotivos e interesantes, mucho más de las tres cosas que las notas que los originaron. Y por mucho que Unverto se queje, yo me doy por muy bien pagado.
Nada más, muchas gracias, dice el equilibrista. Después mira para ambos lados y se aplaude él solo, efusivamente.

martes, 21 de octubre de 2008

MONTEVIDEO


Tenía que poner los pies en una plaza, en una en particular. Había oído hablar de ella mil veces y siempre creí que se trataba de un error. Sé de casos parecidos, es cierto, la avenida Carabobo, sin ir más lejos, pero esto me sonaba a una cargada enorme, no sé. Lo de la batalla se entiende, es el procedimiento habitual. Librada a los pies del arroyo homónimo, es natural que la recuerden con ese nombre. Pero una plaza céntrica a la que acude y alude todo el mundo debería tener un nombre menos jocoso. Así que ni bien pisé Montevideo le dije a Vilches que me llevara a la plaza Cagancha. Tenía que cerciorarme.

Mientras tanto, en el bondi, intentaba recordar todos los concejos que me habían dado a lo largo de mi vida por si alguna vez visitaba la ciudad, y me acordé de Mara. Éramos adolescentes, Mara, y caíste una noche a la placita del barrio. En aquella época la gente como nosotros se conocía en las plazas de Buenos Aires. Bastaba ver una guitarra para acercarse. Uno preguntaba si le dejaban tocar un tema, otro traía una birra y se quedaba a escuchar, y nos íbamos haciendo casi amigos. Hay que reconocerlo: éramos medio jipis. Fumábamos marihuana e intentábamos practicar el sexo libre. A veces lo conseguíamos. De vos me acuerdo porque el negro Limón me alertó. Esta chica, dijo, quiere oír tu rocanrol. Así que me puse a charlar contigo, como dicen acá en Montevideo. Estudiabas Bellas Artes. No te culpo, todos éramos medio bohemios. Alguna vez estuve en tu casa, por el bajo Belgrano, y vi tus trabajos. Los había muy buenos. Me acuerdo de algún retrato y de dos paisajes del puerto. Después te hiciste la linda. No, no; no quiero que te enamores, decías ¿te das cuenta? Hasta el momento nunca había conocido a nadie tan ególatra. Pusimos las cosas en claro, te dejaste de macanas y –sin jurarte amor eterno, ni siquiera transitorio- te quise por primavera, a eso de las nueve. Empezaste a llamar todos los días, al principio. Después varias veces al día. Yo me hacía un poco el boludo porque quería hacer otras cosas, también, y como un sopapo me batiste que te había pasado a vos lo que tenías miedo que me pasara a mí. Ahí se acabó nuestro idilio. Pero antes, en algún momento entre tu no me toques y tu amor fatal, me hablaste de Montevideo. Te encantaba. Me hiciste oír a Jaime Ross y me contabas historias con esquinas del Barrio Sur y con tambores y con negros. Yo me asusté un poco y me escabullí en cuanto pude. Un amor fugaz, pensaba al volver a casa un poco triste en el 55. Iba un poco triste porque era un bondi muy cómodo, casi de puerta a puerta.

Donde empezaba a recordar a Gutiérrez era 20 de febrero, me informaste. Gutiérrez era un porteño fanático de Montevideo. Creo que le hubiera encantado ser uruguayo. Había hecho de la cultura charrúa su devoción. No sólo amaba el carnaval y las murgas, el chivito y la caña de los 33 sino que además recomendaba el consumo irresponsable de medio y medio, una bebida exclusiva de estos pagos que creo que se logra mezclando en partes iguales sidra y vino y que el maestro Roldós vende embotellada. De todos modos yo no confiaba mucho en Gutiérrez. Empecé a sospechar que era un fantasma una tarde nublada, cuando -frente a mí- se desvaneció en el aire, desapareció. El bondi en el que veníamos, negra, tomó una avenida y enderezó para el centro.

-8 de Octubre- dijiste.

Fernando también hablaba maravillas de Uruguay. Le apasionaba el tablado, la costa de Rocha y los chivitos al plato. Yo, mientras tanto, consideraba que al porteño en general le gusta Uruguay, le encanta Montevideo; que se siente como en casa. Y eso que el oriental es muy nacionalista. “Multiahorro, el supermercado uruguayo”. “Canal 10, el canal uruguayo”. “El fin de semana murieron tantos uruguayos en accidentes de tránsito”. En cualquier otro lado se hubiera informado, por ejemplo, que durante el fin de semana perdieron la vida nosecuántos tipos, personas, ciudadanos, en las rutas del país. Acá te dicen que además son uruguayos, lo que lo hace mucho más trágico. Al porteño, reflexionaba yo mientras nos metíamos en un túnel, le encanta Montevideo. En cambio la viceversa no se da. O sí. En realidad el uruguayo alucina cuando va a Buenos Aires y ve las avenidas anchas, las grandes obras, los edificios de la década del veinte. Pero odian al porteño, lo que seguramente habla bien de ellos, de los uruguayos. Los motivos deben ser los mismos que tiene el resto del mundo. Quizá somos de verdad más indeseables de lo que creemos. Del túnel salimos a otra avenida

-18 de Julio- oí que me decías. A mí se me ocurrió que el tiempo pasaba de un modo extraño en Montevideo.

El Gordo me contaba de una Buenos Aires chiquita. Supongo que se trata de una Buenos Aires que existió y no conocimos, la Buenos Aires que nunca tuvimos, creo que escribió Borges. Y algo de eso hay. No por los cuchilleros y demás personajes increíbles, sino por los barrios Sur, Cordón, Palermo, Unión, Malvín, esa vida de barrio que yo no recuerdo haber conocido sino en los pueblos de provincia, el trato entre los vecinos, los pibes jugando el las veredas a veces todavía de tierra, los jóvenes juntándose en las esquinas con la excusa del tambor o de la birra, las viejas mateando en los umbrales urdiendo puteríos metafísicos, la costurerita que dio el mal paso, los chicos desangelados fumando pasta base en latas de gaseosa; en fin, las cosas lindas de la vida.

Y sí, tal como creía, la plaza Cagancha es un punto muy importante como para llamarse así. La gente se dio cuenta, por suerte. Popularmente se la conoce como Plaza Libertad. Mucho mejor. A mí me gustan las ciudades ajenas porque a medida que vas haciendo cosas ineludibles (sacar los pasajes de vuelta a Buenos Aires, por ejemplo) vas campaneando todo, vas bien alerta. Cuando entramos a la estación de Tres Cruces no digo que fuera un día peronista (“se afanaron hasta las nubes”), porque todavía tengo mis dudas de que el sol, tal como lo conocemos en el resto del mundo, exista en Montevideo, pero estaba más o menos lindo. Al salir, la niebla había cubierto casi todo y se sentía una levísima llovizna.

-¿y esto? Mirá lo feo que se puso- te dije.

-Bajó la cerrazón.

-¿Qué?

- Que bajó la cerrazón.

-¿La qué?

-La cerrazón. Bajó la cerrazón.

-No sé… sí, a lo mejor bajó; pero ¿no notás como una llovizna?

-¡Es la cerrazón!

-Ah.

En Montevideo no se habla igual que en Buenos Aires, aunque a muchos les suene parecido. El ejemplo más habitual es el de los championes.

-Hacete la moña de los championes, gurí.

Pero hay otros, bo. ¿Cuántos porteños habrán entrado a la panadería a pedir una docena de facturas? Acá les dicen bizcochos, y se venden al peso ¿tá? Al porteño le divierten estas diferencias. Y es en las diferencias donde yo encuentro lo que me gusta de Montevideo. No que sea el Buenos Aires que nunca tuvimos; es decir, también me gusta, pero lo que más me gusta de Montevideo es lo que no tiene y no tuvo Buenos Aires: su Rambla, su Ciudad Vieja, sus barrios sobre la playa, sus bulevares, su acento levemente parecido al nuestro, su gente.

Desde hace algunos años se viene discutiendo fuerte sobre las papeleras. Cualquiera, gente como vos o como yo, es decir, gente que no pincha ni corta, gente que no tiene nada que hacer con respecto a las papeleras se para largo rato a perder por lo menos el tiempo. Los que no tienen ni voz ni voto han creado resentimientos y odios a raíz de un tema que no los toca en absoluto. Gente de uno y otro lado del río odia a los del otro lado por el conflicto de las papeleras. Que odien a los porteños vaya y pase, pero esto ya es demasiado. Un porteño standard es incapaz de diferenciar a un entrerriano de un uruguayo, si por algún motivo inusual el yorugua no llevara el termo bajo el brazo.

Al revés que a ellos, a mí sí me gustan los uruguayos. Bueno, en realidad más las uruguayas que los uruguayos, debo reconocerlo.

*

miércoles, 8 de octubre de 2008

SEPTIEMBRE, nunca setiembre.


Imagínese que si empezamos a decir setiembre, pronto nos encontraremos diciendo otubre con total impunidad.
…………………..

Martes

Es sabido, o al menos dado por cierto, que Buenos Aires es la capital del país más lindo del mundo. Esto nos lleva a la conclusión acaso apresurada pero no del todo errónea de que se trata de la ciudad más linda del mundo. Acá estoy, entonces; vine a hacer algunas cosas pero no a arreglar nada, por lo que no intentaré análisis de ningún tipo y dejaré que expliquen la situación de mi país y del mundo a los periodistas apocalípticos y a los gurúes de la economía que jamás dieron en la tecla. Yo no me toco, nunca oculté que soy un individualista bastante atorrante que asoma entre floggers y emos alzando la bandera de los egoístas descontentos, otra tribu urbana que me cuenta como fundador y único miembro.

Miércoles.

Yo tengo una suerte que no creo que compartan muchos: puedo volver, cada tanto, al cuarto de mi adolescencia. No digo volver en un viaje de la imaginación a la pieza ideal del recuerdo. No. Puedo volver en un incómodo vuelo de Iberia al cuarto físico de ladrillos y cemento en el que fui tan feliz y triste. Y no sólo volver como cualquiera al cuarto físico de la adolescencia al que nuevos moradores le han dado ya un espíritu distinto, sino que cuando digo volver a mi pieza estoy diciendo exactamente eso: volver a mi pieza, a la que compartí durante años con mi hermano el Pibe y que gracias a él –que aún la habita- conserva el espíritu que la hace todavía mi pieza, la que reconozco como propia mucho más allá del pequeño espacio y los materiales de la construcción.

Jueves.

Y por mucho que nos quejemos, uno se da cuenta de lo bien que se vive en Buenos Aires cualquiera de estas mañanas de lluvia, cuando vuelve caminando por Cabrera con un paquete lleno de facturas y tiene la certeza de que alguien, en casa, ya puso la pava al fuego.

…………………………

Y lo confirmás de nuevo cuando te dan una dirección cualquiera, Larrea 67, por ejemplo, y no hace falta preguntar más, ya sabés que es entre Rivadavia y Bartolomé Mitre, en la vereda de enfrente, si vamos desde acá.

Viernes.

¿Quién puede alegrarse de ver un trapo de piso? Yo. Minga de fregonas, viejo; en casa se usa un secador y un trapo de piso. Hace tiempo que no veía uno, puesto así sobre la te de goma y madera de los viejos secadores. Sí, ya sé que es más incómodo, pero el que va a secar el piso ahora soy yo, así que metete la fregona en el culo, y dejá que lo haga como lo hice toda la vida, hacé el favor.

Domingo.

Así está el panorama- Como cantaba el payador Gabino “en el remarque de precios ninguno se quedó corto/ vaya usted a comprar algo: le van a romper el… aro, aro, aro”.

La buena carne de siempre, arriba de los veinte mangos el kilo. Facturas, como a diez pesos la docena, los alfajores, viejo, y fijate que te estoy hablando de productos de primera necesidad, entre dos con cincuenta y tres. Los libros están caros: compré dos libritos de doscientas y trescientas páginas y se me fueron cien mangos. Pero atención -como sé que estas notas no las leen más que ustedes, les voy a pasar un datito-: Hace como diez años (en estos días me di cuenta de que todo pasó hace diez años. Eso es bastante jodido, che) la editorial Perfil lanzó una edición imprescindible de la obra completa de Marechal, el más grande de todos los nuestros. Esos libros, que en su momento no eran de los más baratos, hoy están casi al mismo precio. Creo que fue en el noventa y nueve cuando compré no sin esfuerzo el tomo que incluía la poesía toda. Lo pagué a diecinueve pesos, me acuerdo. Ayer compré el segundo tomo (El Teatro y los Ensayos) a veintiuno. Es decir, lo que valen tres kilos y medio de pan. Pero no todo es color de rosa, queridos amigos: no es nada fácil conseguirlos. El resto de la obra está publicada de este modo: –Las Novelas reunidas en dos tomos, uno incluye Adán Buenosayres y las Claves para su lectura –incluidas originalmente entre los ensayos de un librito buenísimo, Cuadernos de Navegación- y el otro El Banquete de Severo Arcángelo y Megafón o La Guerra. En otro tomo se publicaron los Cuentos y Otros Escritos –esas cosas siempre geniales, habitualmente inéditas y muchas veces inconclusas. En total: cinco tomos y un despelote de literatura.

El bondi sigue siendo el más barato del mundo: noventa centavos o un peso. Se acentuó el problema de las monedas. Me refiero a conseguirlas. Tal es el quilombo que ya las están vendiendo a un diez por ciento sobre su valor. Es lo que pasa con las mercaderías escasas. No falta mucho para que las monedas de un peso valgan dos, en papel. En los bancos sólo te cambian cinco mangos por persona, pero hay que hacer cola, claro. (Me cuenta Pancho que los pequeños comerciantes –quienes necesitan las monedas para trabajar- van dos o tres veces por semana a comprar monedas a las terminales de las líneas de colectivo, lo que de algún modo deja a la empresa un 10% más de ganancia y mantiene el boleto a un precio accesible).

Gran repunte en la industria alfajorera. Atenti a los productos de El Cachafaz.

Lunes.

Enchufé la guitarra, subí la perillita metálica del viejo amplificador y en el frente del equipo, arriba, a la izquierda, se encendió una lucecita roja. No toqué el ecualizador ni la reverberación, apenas subí el volumen hasta los cuatro puntos. Di una última pitada larga al cigarrillo y recién entonces, con firmeza, metí el primer guitarrazo. Un acorde seguro, fuerte. Yo no puedo explicar cómo sonó. Lo que sí puedo decir es que si bien nunca había oído sonar así una guitarra, ya conocía ese sonido: era el que estuve buscando y persiguiendo sin éxito durante toda la adolescencia. No mentiré que me sentí adolescente de nuevo, no; básteme confesar que ese primer acorde se convirtió en Honky Tonk woman. Sobra aclarar que sonó mucho más rockera que cualquier Fender Telecaster usada por Keith Richard. Pero ésta era una FAIM (Fábrica Argentina de Instrumentos Musicales) modelo L.P. (Les Paul).

Miércoles.

Gracias a Dios siguen existiendo lugares como el Tita Merelo o el Gaumont. Si tenés ganas, por cuatro mangos podés ver una película de esas que vos creías que no existirían nunca, una de esas que se llaman El Café de los Maestros, en las que aparece Salgán, Mores, Federico, Stamponi, Suárez Paz y otros grandes interpretando esos viejos tangos sensacionales con el nuevo sonido de Santaolalla, también sensacional.

También siguen existiendo lugares como el Museo de Arte Decorativo, donde en estos días exhiben una muestra buenísima de Rodin. O lugares como el patio de una casa de Serrano al 1400, donde acuden los iniciados a sus liturgias paganas, a abandonarse en el arte del asado y el recuerdo.

Epílogo

Con este mes de septiembre el equilibrista cierra esta sección habiendo compartido un año –aunque fragmentado- de su vida inestable. Quiso la suerte que lo cerrara en Buenos Aires, ciudad de sus amores, en la que –como Marechal- cosechó más espinas que flores. El equilibrista agradece a sus lectores (¡ahora tres!) su gratísima compañía y espera sinceramente haber divertido a alguno o al menos haberlo hecho rabiar.
Agradece y se va, miralo,
se va por la cuerda floja,
se va con paso de murga,
se va,
se va………