miércoles, 8 de octubre de 2008

SEPTIEMBRE, nunca setiembre.


Imagínese que si empezamos a decir setiembre, pronto nos encontraremos diciendo otubre con total impunidad.
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Martes

Es sabido, o al menos dado por cierto, que Buenos Aires es la capital del país más lindo del mundo. Esto nos lleva a la conclusión acaso apresurada pero no del todo errónea de que se trata de la ciudad más linda del mundo. Acá estoy, entonces; vine a hacer algunas cosas pero no a arreglar nada, por lo que no intentaré análisis de ningún tipo y dejaré que expliquen la situación de mi país y del mundo a los periodistas apocalípticos y a los gurúes de la economía que jamás dieron en la tecla. Yo no me toco, nunca oculté que soy un individualista bastante atorrante que asoma entre floggers y emos alzando la bandera de los egoístas descontentos, otra tribu urbana que me cuenta como fundador y único miembro.

Miércoles.

Yo tengo una suerte que no creo que compartan muchos: puedo volver, cada tanto, al cuarto de mi adolescencia. No digo volver en un viaje de la imaginación a la pieza ideal del recuerdo. No. Puedo volver en un incómodo vuelo de Iberia al cuarto físico de ladrillos y cemento en el que fui tan feliz y triste. Y no sólo volver como cualquiera al cuarto físico de la adolescencia al que nuevos moradores le han dado ya un espíritu distinto, sino que cuando digo volver a mi pieza estoy diciendo exactamente eso: volver a mi pieza, a la que compartí durante años con mi hermano el Pibe y que gracias a él –que aún la habita- conserva el espíritu que la hace todavía mi pieza, la que reconozco como propia mucho más allá del pequeño espacio y los materiales de la construcción.

Jueves.

Y por mucho que nos quejemos, uno se da cuenta de lo bien que se vive en Buenos Aires cualquiera de estas mañanas de lluvia, cuando vuelve caminando por Cabrera con un paquete lleno de facturas y tiene la certeza de que alguien, en casa, ya puso la pava al fuego.

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Y lo confirmás de nuevo cuando te dan una dirección cualquiera, Larrea 67, por ejemplo, y no hace falta preguntar más, ya sabés que es entre Rivadavia y Bartolomé Mitre, en la vereda de enfrente, si vamos desde acá.

Viernes.

¿Quién puede alegrarse de ver un trapo de piso? Yo. Minga de fregonas, viejo; en casa se usa un secador y un trapo de piso. Hace tiempo que no veía uno, puesto así sobre la te de goma y madera de los viejos secadores. Sí, ya sé que es más incómodo, pero el que va a secar el piso ahora soy yo, así que metete la fregona en el culo, y dejá que lo haga como lo hice toda la vida, hacé el favor.

Domingo.

Así está el panorama- Como cantaba el payador Gabino “en el remarque de precios ninguno se quedó corto/ vaya usted a comprar algo: le van a romper el… aro, aro, aro”.

La buena carne de siempre, arriba de los veinte mangos el kilo. Facturas, como a diez pesos la docena, los alfajores, viejo, y fijate que te estoy hablando de productos de primera necesidad, entre dos con cincuenta y tres. Los libros están caros: compré dos libritos de doscientas y trescientas páginas y se me fueron cien mangos. Pero atención -como sé que estas notas no las leen más que ustedes, les voy a pasar un datito-: Hace como diez años (en estos días me di cuenta de que todo pasó hace diez años. Eso es bastante jodido, che) la editorial Perfil lanzó una edición imprescindible de la obra completa de Marechal, el más grande de todos los nuestros. Esos libros, que en su momento no eran de los más baratos, hoy están casi al mismo precio. Creo que fue en el noventa y nueve cuando compré no sin esfuerzo el tomo que incluía la poesía toda. Lo pagué a diecinueve pesos, me acuerdo. Ayer compré el segundo tomo (El Teatro y los Ensayos) a veintiuno. Es decir, lo que valen tres kilos y medio de pan. Pero no todo es color de rosa, queridos amigos: no es nada fácil conseguirlos. El resto de la obra está publicada de este modo: –Las Novelas reunidas en dos tomos, uno incluye Adán Buenosayres y las Claves para su lectura –incluidas originalmente entre los ensayos de un librito buenísimo, Cuadernos de Navegación- y el otro El Banquete de Severo Arcángelo y Megafón o La Guerra. En otro tomo se publicaron los Cuentos y Otros Escritos –esas cosas siempre geniales, habitualmente inéditas y muchas veces inconclusas. En total: cinco tomos y un despelote de literatura.

El bondi sigue siendo el más barato del mundo: noventa centavos o un peso. Se acentuó el problema de las monedas. Me refiero a conseguirlas. Tal es el quilombo que ya las están vendiendo a un diez por ciento sobre su valor. Es lo que pasa con las mercaderías escasas. No falta mucho para que las monedas de un peso valgan dos, en papel. En los bancos sólo te cambian cinco mangos por persona, pero hay que hacer cola, claro. (Me cuenta Pancho que los pequeños comerciantes –quienes necesitan las monedas para trabajar- van dos o tres veces por semana a comprar monedas a las terminales de las líneas de colectivo, lo que de algún modo deja a la empresa un 10% más de ganancia y mantiene el boleto a un precio accesible).

Gran repunte en la industria alfajorera. Atenti a los productos de El Cachafaz.

Lunes.

Enchufé la guitarra, subí la perillita metálica del viejo amplificador y en el frente del equipo, arriba, a la izquierda, se encendió una lucecita roja. No toqué el ecualizador ni la reverberación, apenas subí el volumen hasta los cuatro puntos. Di una última pitada larga al cigarrillo y recién entonces, con firmeza, metí el primer guitarrazo. Un acorde seguro, fuerte. Yo no puedo explicar cómo sonó. Lo que sí puedo decir es que si bien nunca había oído sonar así una guitarra, ya conocía ese sonido: era el que estuve buscando y persiguiendo sin éxito durante toda la adolescencia. No mentiré que me sentí adolescente de nuevo, no; básteme confesar que ese primer acorde se convirtió en Honky Tonk woman. Sobra aclarar que sonó mucho más rockera que cualquier Fender Telecaster usada por Keith Richard. Pero ésta era una FAIM (Fábrica Argentina de Instrumentos Musicales) modelo L.P. (Les Paul).

Miércoles.

Gracias a Dios siguen existiendo lugares como el Tita Merelo o el Gaumont. Si tenés ganas, por cuatro mangos podés ver una película de esas que vos creías que no existirían nunca, una de esas que se llaman El Café de los Maestros, en las que aparece Salgán, Mores, Federico, Stamponi, Suárez Paz y otros grandes interpretando esos viejos tangos sensacionales con el nuevo sonido de Santaolalla, también sensacional.

También siguen existiendo lugares como el Museo de Arte Decorativo, donde en estos días exhiben una muestra buenísima de Rodin. O lugares como el patio de una casa de Serrano al 1400, donde acuden los iniciados a sus liturgias paganas, a abandonarse en el arte del asado y el recuerdo.

Epílogo

Con este mes de septiembre el equilibrista cierra esta sección habiendo compartido un año –aunque fragmentado- de su vida inestable. Quiso la suerte que lo cerrara en Buenos Aires, ciudad de sus amores, en la que –como Marechal- cosechó más espinas que flores. El equilibrista agradece a sus lectores (¡ahora tres!) su gratísima compañía y espera sinceramente haber divertido a alguno o al menos haberlo hecho rabiar.
Agradece y se va, miralo,
se va por la cuerda floja,
se va con paso de murga,
se va,
se va………

5 comentarios:

La flor de tu secreto dijo...

Apropósito de recuerdos
rioplatenses,
me gustaría entonces
despedir al equilibrista
con unos versos
-siempre presentes en mi romántica memoria-
de aquel cuaderno de navegación.

"El surubí le dijo al camalote: / no me dejo llevar por la inercia del agua. / Yo remonto el furor de la corriente para encontrar la infancia de mi río."
En tal manejo de fuerzas estoy ahora:
soy un retrógrado,
pero no un "oscurantista",
ya que voy,
precisamente,
de la oscuridad hacia la luz.

Anonymous dijo...

A propósito de su apunte de lunes, Equilibrista, donde hace usted referecia a un hallazgo importante pero a destiempo, es decir, que ya no le sirve, creo que vuelve usted a hacer bandera de su fracaso sin ningún argumento válido, pues este sonido que tan bien le habría llegado al momento de su búsqueda no responde -evidentemente- a una ecualización determinada de su guitarra o de su equipo ("apenas subí el volumen", confiesa) sino que es el resultado de un proceso largo indispensable para lograr cualquier expresión artística que se precie. Lo que quiero decirle, amigo, es que el sonido que encontró en su pieza de adolescente, cincuenta años después, cuando ya era demasiado tarde, no fue obra de la casualidad: Estoy convencido de que habrá aprendido a tocar como quería de adolescente.

Gracias por todo, Equilibrista, y será hasta el próximo post.

Enriqe A. Pócrifo dijo...

No seas botón Anónimo deschavate puto. Salí del armarioooo

hollywoodencasa dijo...

creo saber quien es ese delincuente anonimo.....

Unverto dijo...

Dice el loro que siempre sonó bien la viola pero que con los años uno aprendió a escucharla. En fin, se pone medio místico con la lluvia y el vino porque es un poco borracho y porteño, lo que no quita que si fuera correntino o uruguayo le pasara lo mismo.
Por cierto, quiere el loro meterse en entuertos ajenos y dice, "He visto que usté es un autor prolífico, Don Anónimo. Y aunque la mayoría de sus letras me gustan, sobre todo esa excepcional obra "el lazarillo de Tormes", le cuestiono ¿Porqué no saltás y te hacés cargo y pintás tus banderas así le vemos el color, alcahuete?"
El otoño lo pone agreta. Saludos