domingo, 7 de junio de 2009

El Cliente

Después, desafiante, fue hasta la barra. Pidió otro sobre de azúcar.

-O mejor dos. Dos sobrecitos más, por favor.

Endulzó el café mirando al mozo con agresiva seriedad. Revolvió con violencia, volcando el contenido del pocillo y, sin probarlo, le echó dos monedas dentro como si fuera una fuente. Todavía mirando al mozo, agradeció de mala manera.

-Gracias- dijo muy serio; y salió del bar silbando una canción de los rolin’.

Antes, un par de cuadras antes, había sentido espantado un ruido sordo, algo como un trueno que naciera de sí mismo, y el primer retorcijón en el estómago. Repentinamente desesperado buscó con la mirada un bar. Pensó que no llegaba. La puta que lo parió, pensó, mientras apuraba el paso iniciando una cautelosa carrera. Dos cuadras son largas y tormentosas cuando se siente que no se puede hacer nada por detener aquello que está ahí, amenazante, y que estallará en cualquier momento. Durante dos larguísimas cuadras sintió que no podría sostener la situación ni un segundo más; hasta que por fin y como una bendición encontró lo que necesitaba. Entró como una tromba y se detuvo a veinte centímetros del mozo. Estaba pálido y transpiraba un sudor helado. Los ojos empezaban a inundársele, pero la circunstancia exigía un último y colosal esfuerzo: formular la pregunta.

-Perdone ¿puedo usar el servicio, por favor?

El mozo, imperturbable, no le dijo que no; le dijo que los servicios eran para uso exclusivo de la clientela.

-Son para uso exclusivo de la clientela, lo siento.

-Bien, en ese caso le voy a pedir un café, por favor… aquí en la barra nomás- y apretando cachetes bajó unas escaleritas a toda velocidad. Había logrado sentarse justo a tiempo y, ya aliviado -secándose el sudor y las lágrimas o lo que fuera eso que le salía de los ojos- le dio por pensar en el mozo. Volvió a inquietarse. “¿Querías que me cagara en la calle, hijo de puta, en la calle querías que me cagara?” Ya no pensaba: estaba hablando como para si mismo, en voz muy baja pero llena de odio, mientras que con un cepillito que encontró en un rincón del baño, junto al inodoro, una escobilla de limpiar inodoros, iba esparciendo la mierda primero por el espejo y después por las cuatro paredes del baño, enajenado, al tiempo que murmuraba con aliento rabioso “a ver si al próximo le decís que es sólo para los clientes, hijo de puta, a ver si…”

De pronto fue como si volviera en sí. Estaba agitado. Se pasó una mano por la frente y descubrió en la otra el cepillito como si recién ahora lo reconociera. En ese momento supo lo que acababa de ocurrir. Entonces contempló su obra con cierto orgullo, se arregló bien la ropa y con paso resuelto subió una pequeña escalera.

Después, desafiante, fue hasta la barra.

*


1 comentario:

Untal Alvarez dijo...

Justicia poética...