miércoles, 24 de junio de 2009

Confesiones con cuchillo y tenedor


Era cosa de familia. En casa de mis viejos, en Palermo, había bastantes libros. Algunos intelectuales sonríen con suficiencia cuando me oyen, como diciendo: “esta bestia habrá visto veinte libros juntos y creyó que eran bastantes”; pero es cierto que había varios. Siempre supe que eran unos cuántos. Yo calculo ahora, un poco a ciegas, que cuando empecé a interesarme por ellos, es decir, a leerlos, debía haber en casa unos diecisiete mil volúmenes. Quizá más. De cualquier modo no serían más de diecisiete mil cinco. Diecisiete mil libros, dicho así no parece gran cosa, pero si te ponés a pensar son una punta de libros.

El primero que leí fue uno que reunía la obra completa de Oscar Wilde. A partir de allí fui leyendo íntegramente el resto de la biblioteca, uno por uno, hasta agotarla, con la única excepción de una Influencia Británica en el Río de la Plata, de Scalabrini Ortiz, ex Canning. Es cierto que mi interés por la lectura –al contrario que en otros miembros de mi familia- se manifestó tarde: no abrí aquel libro de Wilde hasta las once de la noche. Tras esta primera lectura seguí sin ningún orden aparente leyendo todos y cada uno de los libros que había en casa –con la salvedad mencionada- y cuando los hube agotado me puse a robar libros según nuevos intereses. Al principio fui recogiendo obras de autores que ya había leído y de los que me había quedado con ganas de más. De Da Vincci, por ejemplo, de quien había leído el Tratado de pintura, por lo que tuve que robar -es una obsesión- el Códice Atlántico de Milán. Pronto agoté la obra de cada uno de los autores que había en casa. Ya la biblioteca había crecido notablemente, y yo había dado por fin con un oficio: tenedor de libros.

Enseguida sentí curiosidad por una serie de nombres leídos al pasar, citados de forma secundaria en los libros que había en casa. Busqué incansablemente –en algunos casos fue un trabajo casi arqueológico- los libros que me interesaban y –naturalmente- también los robé. A la hora de leerlos me encontré con que la inmensa mayoría (unos ocho o nueve mil) eran aburridísimos (el Códice Atlántico, sin ir más lejos). Un plomazo total. Así que cambié el sistema: empecé a robar por género.

Teatro universal. Dediqué los seis primeros meses de mi nueva etapa a robar y leer sistemáticamente todo lo relacionado con el Sainete porteño y el Grotesco Criollo. Esto motivó mi búsqueda de Ionesco, que desembocó en Artaud y me condujo al teatro de Abelardo Castillo y finalmente de Shakespeare. En ese desorden.

La historia es larga. Fui ideando y agotando sistemas de robo y lectura con un único propósito. A mis sesenta y siete años llevo robados y leídos una cantidad inconmensurable de libros de los que apenas recuerdo nada. Y para peor los almaceno. Sólo espero que mi propósito esté cerca de cumplirse. Cuando durante aquellos primeros años de aprendizaje di con la historia de un manchego veterano que se había vuelto colifa de tanto leer novelas de caballería supe que mi destino estaba escrito. Leo, pues, como mi héroe, para volverme loco.

En estos días, mientras ponía en práctica un nuevo sistema, me dió por considerar que quizá estuviera fallando en el método: es imposible que mi admirado Alonso Quijano se hubiera vuelto loco solamente por leer unas cuántas novelas de caballería. Resulta muy poco material para alcanzar un desequilibrio tan supremo. Tuvo que haber leído y releído hasta el hartazgo aquellas novelas. La clave está entonces -y mi última esperanza- en el hecho simplísimo de releer. Últimamente mi interés se volcó hacia los libros de ochocientas páginas. Sin importarme el contenido, robo y leo libros que tengan esa cantidad exacta de páginas. Por eso resulta esperanzador el hallazgo: esta tarde, en una librería de Avenida de Mayo, encontré una edición del Quijote que cumple el requisito.

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5 comentarios:

Un martes dijo...

Que groso loco! yo podría colaborar, tengo el casa el manual del Dodge 1500 mod 78, no llega a las ochocientas, pero es algo.
Si no te interesa avisame que por ahi lo quiere Orestes.

Jaime dijo...

Equilibrista: ¿Qué le hace pensar que aún no logró su objetivo?

Orestes! dijo...

Yo tengo la colecion de solofulbo todas juntas tien un monton de paginas. si falta tengo tanbien el grafico de la epoca de comas y grasiani que tanbien volvieron locos a uno cuanto. martes mi doge es disel fijese si me sirve me lo trae a escalada o lo busco por el centro. saludos.
Orestes de remedios de escalada

Ángeles dijo...

jajajaja... leés para volverte loco?? ¡qué buena motivación!!

GATO dijo...

"Es cierto que mi interés por la lectura –al contrario que en otros miembros de mi familia- se manifestó tarde: no abrí aquel libro de Wilde hasta las once de la noche." ¡Qué hijo de puta!