jueves, 30 de abril de 2009

Primavera


Barcelona. Tarde de domingo primaveral. Fira de la Terra en el Parc de la Ciutadella, así que esta tarde el parque no es un buen punto de encuentro. A veces resulta útil llevar un teléfono en el bolsillo, reconoce el Pelado. Marca un número, y ahora está esperando respuesta, campaneando con atención entre la gente sosteniendo el teléfono junto a una oreja. No contestan. Hay tal cantidad de gente que no tiene más remedio que asegurar la bicicleta junto a un farol y empezar la búsqueda a pie. Holanda lo saluda y le pregunta si sabe por dónde andará el Gringo.

-Había quedado a las cinco, pero ahora no logro ubicarlo, no contesta. Y andá a encontrarlo entre tanta gente.

-Yo también lo estoy llamando pero no hay caso

Entonces suena el teléfono.

-Perdona que no haya atendido. -es la voz del Gringo al otro lado del teléfono- Me estaba dando un masaje. Estoy en el tercer puesto de la izquierda.

-Te vemos ahora- dice el Pelado.

Le comenta las coordenadas a Holanda y arrancan a su encuentro.

-¿Qué es un "puesto"? ¿Cómo "el tercer puesto de la izquierda"? –pregunta Holanda en el camino.

-Si entendí bien estamos llegando- contesta el Pelado, y ya empieza a ver agitarse, ahí adelante, los brazos del Gringo, llamándolos.

-No sabéis el masaje que me dieron, estoy como flotando.

-En mi mundo todos flotan- intervino un payaso que pasaba por al lado, se detuvo para brindar esta útil información y siguió su camino.

-Si Sergio no me lo hubiera propuesto- continuaba el Gringo, señalando a un hombre feliz que sonreía distraído (y hasta podría creerse que un poco drogado), llevando de la correa a un perro- jamás se me hubiera ocurrido darme un masaje, pero no sabéis lo bien que me dejó.

Cuando alguno de los presentes no es argentino, el Gringo jamás usa el voseo. Mientras tanto iban saliendo del parque, para el lado del Arco del Triunfo, y pasaban entre muchísimos puestos de comida ecológica. Al Gringo le había dado hambre. Al Pelado no.

-A mí entre tantos jipis me están entrando ganas de fumar marihuana y practicar el sexo libre- confesó. –Incluso de oír un disco de Jefferson Airplane o de algún otro falopero.

Tofu o toffi, creo que se llama. Mientras el Gringo se alimentaba, si es que el tofi puede considerarse un alimento, se habían sentado en el pasto y especulaban ante la posibilidad de ir a un concierto.

-Son unos conocidos míos- explicaba el Gringo- Hace mucho que no los veo. Ella toca el acordeón y él el violín. Viven en Suecia. Así que no creo que podamos oírlos de nuevo hasta dentro de algún tiempo. Por lo menos no en vivo.

-Habría que avisarle al Flaco, que no da señales- dijo el pelado, sacando el teléfono del bolsillo.

El Gringo interrumpió el almuerzo para ofrecerle rápidamente otro teléfono.

-Llamá de éste que es gratis- dijo- Se lo afané al masajista.

El Pelado aceptó la oferta con toda naturalidad, marcó y siguió la conversación todavía unos segundos. Después se apartó un par de minutos. Al volver informó que había que esperar al Flaco, que venía para acá.

-El concierto es a las siete y media, Pelado.

-No creo que tarde mucho en llegar, el Flaco vive acá en el Poblenou.

Al rato y tras varias llamadas e indicaciones concluyeron en que ya debía estar cerca, por lo que cada uno fue a buscar su bicicleta y quedaron en reencontrarse por el arco, donde había menos gente. El Gringo se encontró con el Ruso y el Pelado con el Flaco. A Holanda la perdieron en el camino.

El concierto era en Gràcia, muy cerca de Fontana, pero -nunca sabrán bien por qué- el Ruso insistía en tomar la línea amarilla hasta Joanic, así que salieron los cuatro en dirección a Urquinaona, el Gringo y el Pelado en bici pero a paso de hombre, el Ruso y el Flaco a pie. Hablaban del superclásico. Se jugaría esta tarde en Buenos Aires, a las ocho de acá.

-¿Soy el único bostero?- se alarmó el Ruso.

-No sé ¿vos, Gringo, de qué cuadro sos?

El Gringo es un argentino un poco atípico en algunas cosas. No es hincha de ningún cuadro, por ejemplo. Además es vegetariano. Esto posiblemente se debe a que no vive en la Argentina desde hace muchos años, y habiendo probado aquella carne ya no vale la pena seguir insistiendo. Se habrá resignado a no encontrar nunca, en ningún otro país, una carne como aquella.

Bajaron a la estación de metro con las bicicletas al hombro. Por costumbre, no pagaron ni un solo billete. A mitad de camino, el Pelado les señala a un pibe que se acercaba por el vagón con una camiseta de River, y el Flaco al verlo se levantó antes de que se le escapara y lo encaró de frente:

-¿Dónde vas a ver el partido?

-A la filial

-¿Dónde está la filial? ¡Soy socio de River desde hace diez años!

-En Vía Jùlia.- contestó el pibe- Y hoy hay asado.

-¡Uh!- exclamaron a coro el Pelado, el Ruso y el Flaco

Se miraron largamente en completo silencio. El Gringo dijo:

-Como quieran, a mí me da igual.

-No te gusta el fútbol y no comés carne ¡te vas a cagar de angustia!- se compadecieron.

-Más vale que esté bueno el concierto.

Cuando salieron del metro el Ruso y el Pelado se habían adelantado un poco.

-¿Y estos dónde se metieron?- indagó el Pelado, girando sobre sí al tiempo que veía emerger de la boca del metro al Flaco, subiendo la bici del Gringo y una pesada maleta.

-¡No, ya se afanaron una valija!- exclamó, pasándose la mano por la frente, hasta el fin de la pelada.

Inmediatamente emergió el Gringo, con otra maleta. Desde cierta distancia, el Ruso y el Pelado evaluaban por dónde convendría salir corriendo, cuando notaron que las dueñas del equipaje estaban agradeciéndole al Gringo su desinteresada ayuda, mientras le pedían información sobre una calle y –de paso- su número de teléfono.

-¡Es un monstruo!- el Ruso no salía de su asombro- ¡Ahí donde nadie se da cuenta de nada, el Gringo ve una posibilidad de ponerla!

-Un fenómeno- reconocía el Pelado- Siempre listo, como un boy-scout.

Lo cierto es que el concierto iba a tener que estar muy bueno, porque varias cuadras después, mientras buscaban la calle Les Carolines, todavía hablaban del asunto:

-Muy bueno va a tener que estar el concierto, querido, porque a su favor hemos renunciado al River-Boca, al asado y a ese par de bombones…

-¡Qué buena que estaba la morocha!- se emocionaba el Flaco

-Viste qué gambas- el Pelado no lo podía creer- Yo me la llevo a jugar a Platense, viejo.

-Y esa carita de puta- recordaba el Ruso, conmovido.

Y sí que estuvo bueno el concierto. No les costó mucho encontrar la cortada. Espai Carolines Culture, rezaba un cartel visible, y alguna gente esperaba reunida en la entrada que empezara el espectáculo Dodó live intime, que llevaba más de una hora de retraso.

Al violín un flaco muy pasional que también intervenía oportunamente con algunos toques de percusión doméstica (rejas de heladera, tablas de lavar) y una pianola de juguete o un xilofón. A la guitarra una mina –gran ejecutante- de cuyo instrumento brotaban febrilmente timbres muy particulares que creaban climas aparte, climas livianos como un poema inconcluso, o acentuaban los compases más fuertes de la composición que así lo exigiera. Y el alma mater del grupo era otra mina sueca, una voz impecable llena de matices diversos e imprevisibles, que se turnaba además entre la batería, la trompeta y el acordeón. Tres músicos que juntos se llaman Dodó.

Salieron encantados con el concierto, no tenían parámetros para comparar lo que habían presenciado con otra cosa distinta, salvo, quizá, el segundo tema que a juicio del Pelado "era bastante canyenge al estilo del Troesma del Nuevo Gotán, por momentos". Como ya estaban en el barrio de Gràcia, lo más apropiado era ir a morfar algo a lo del Gringo. Cantando tangos, arrancaron despacito, haciendo inventario de los instrumentos con los que contaban para la performance particular que pensaban improvisar en cuanto llegaran. Venían muy metidos en el tema, pedaleando a contramano por la mitad de la calle cuando el Pelado se encontró de frente con una mina que bajaba la calle. Se detuvo, analizó la situación y pidió disculpas.

-Se quedó alucinada, Pelado, la mataste.

-Y qué querés, con esta pinta…

-Viste cómo te sonrío, boludo.

-Es que los pelados somos muy seductores; las minas nos ven y se vuelven locas, les entran unas ganas irreprimibles de acariciarnos la pelada. Un arrastre bárbaro tenemos los pelados.

El Gringo se adelantó para ir pidiendo las pizzas y enseguida entraban los otros tres a un portal de la calle Sant Lluis. Primero un pasillito, tres o cuatro escalones, después un patio. Un Patio estupendo, con naranjos en flor y ese olor a primavera que hace que el mundo todavía sea por momentos un lugar agradable. Increíble. Alguien cachó la viola, otro un violín, los otros, influidos por las percusiones domésticas que habían incorporado en el concierto, se pusieron a dar golpecitos a todo lo que consideraban apropiado. Descorcharon vino, comieron pizza y siguieron tocando.

Se ve que estaban haciendo un poco de quilombo, porque de pronto el vecino de arriba empezó a hacer más quilombo. Se puso a golpear como loco, fuera de sí, contra el suelo, las paredes e incluso les pareció que hasta algunos muebles. (Aparentemente, en este barrio, si te molesta el quilombo que está haciendo un vecino tenés que hacer más quilombo. No suena muy lógico pero es así, es lo que ocurre). Intentaron bajar el volumen, pero el vecino no daba el brazo a torcer, lo que empobrecía sobremanera las melodías que estaban interpretando, así que tuvieron que volver a tocar con fuerza.

-Acá va a haber problemas- dijo el Gringo, arremangándose. Estaba a punto de hacer algo cuando reparó en su teléfono.

-Tengo un mensaje nuevo.- Lo leyó en silencio ante la evidente impaciencia del personal. -Son las guiris- dijo sonriendo, e hizo una pausa innecesaria- están en Opium, dicen que vayamos para allá.

-¡Ni en pedo! ¿Sabés lo que es Opium? Es un lugar típico para ellas, para guiris recién llegados, dejame de joder… Además en la loma del culo, queda- se resistía el Ruso.

-Algo habrá que decirles.

-Si estamos lo más bien acá, que no nos hagan mover. Deciles que se vengan.

-Ya, pero queda como el orto "vengan para casa". ¿Vos te pensás que van a venir? Conocen a unos pibes en el metro y se le meten en la casa ante la primera propuesta... estás loco.

-Yo qué sé, escribiles que hay una fiesta linda, con gente piola.

-Sí, y cuando lleguen se encuentran con que ni ruido se puede hacer con estos vecinos de mierda… No, otra cosa.

-No te querés quemar, no prometas- intervino el pelado. –Sin titubear da por sentado que ésta es la mejor oferta de la noche. No embauques, no prometas, exigí. ¿Sabés cual es el mensaje que le tenés que mandar?

El Pelado había estirado la mano izquierda hacia el Gringo, la palma hacia arriba, movía los dedos con rapidez como quien pide a otro que se acerque pronto. El Gringo, con desconfianza, le dio el teléfono, El Pelado escribió:

"Sant Lluis Nº 37, timbre 5. Traigan vino"

Y le dio al botón de enviar.


***

1 comentario:

Untal Alvarez dijo...

Tal como alguna vez señaló el maestro "lo mejor es no mover... Traéme puchos, querés, en casa hay una peli"