jueves, 7 de mayo de 2009

Paréntesis


(Permítanme un paréntesis antes de seguir brindando. Pueden beber si quieren, no me miren así. Algún día, lo sé, voy a querer regalar ese recuerdo. Es algo en lo que he pensado mucho. Ya saben que soy bastante afecto a hacer regalos “distintos”. Sí, es cierto, bastante absurdos. Un día se me ocurrió que sería extraordinario regalar un recuerdo. Se trata de elegir uno extraño y hermoso, y contarlo –contárselo al destinatario del regalo- por última vez. No volverá a ser nuestro. Podremos recordarlo, sí, pero ya no contarlo a nadie nunca más. De otro será, de otro, como antes de mis besos. Ya no nos pertenecerá. Dejen entonces que lo recuerde ahora, antes de regalarlo: Estábamos reunidos en el piso de la calle Obispo Hurtado, en el cuarto de Mariano, el del balcón. Se respiraba un clima de bohemia muy agradable. Nos bañaba la iluminación precisa, una luz pobre pero muy cálida, y ahí estábamos porque afuera se hacía de noche y era invierno y sabíamos que allí, juntos, estábamos a salvo. Seríamos los cuatro o cinco de siempre y más de uno de los ocasionales. Estaba Luiggi, que había traído el whisky. Sonaba un disco de Tom Waits, un disco que podía ser Small Change – o algún otro de esos con unas cuántas baladas tristonas- y nosotros charlábamos andá a saber de qué, pero en un ambiente de alegría no ruidosa, de serena alegría. Cada uno sorbía despacio su vaso de escocés. Hoy me resulta extraño en aquella época tormentosa, me llama la atención esa manera lenta de beber, aquella conversación tranquila, ese clima de recogimiento tan poco habitual en esos días. La gente iba llegando. Esa casa tenía esta particularidad. Nunca supimos el motivo, pero era habitual que la gente fuera llegando. Y entonces entró Tino. Entró Tino y anunció que estaba nevando. Nosotros no nos sorprendimos. Abrimos las cortinas e inmediatamente nos sentimos parte del espectáculo, en perfecta armonía con esa música simple y bella, un poco invadidos por el efecto embriagador del whisky, contemplando aquella especie de lluvia lenta y blanca que caía milagrosamente sin siquiera hacer ruido. Me acuerdo que sonreíamos. Habíamos tomado aquello con absoluta naturalidad, sin la menor desconfianza, como si representáramos una escena perfectamente dispuesta por el Dramaturgo, pensada en todo detalle; agradecidos. Fue un instante perfecto, inolvidable, unos de esos momentos de equilibrio que no ocurren casi nunca. En fin, sólo quería recordarlo antes de que fuera demasiado tarde, porque sé que algún día, en Mallorca, voy a querer regalárselo a una pebeta uruguaya, y desde entonces no podré volver a contarlo nunca. Simplemente era eso, sigamos brindando, pues.)

*

2 comentarios:

juancito cameleador dijo...

Brindemos, si. Sigamos brindando por aquel recuerdo hermoso, "como si todo estubiera perféctamente dispuesto por el dramaturgo" aún la serena alegría. Gracias Equilibrista por contarlo aquí por última vez, si no yo, que no estube en ese cuarto cuando entró Tino, ni conozco a Luggi, ni pisé ese balcón, jamás me hubiese enterado de una velada tan linda.
Luega será de una uruguaya, pero mientras tanto es nuestro, de todos.
Salu, sigamos brindando

Orestes! dijo...

Como en lanús nebo una sola ves no se muy bien como es pero me lo imagino porque lo vi en fotos varias veces. el wisky lo conozco bien criadores tomo yo. brindo con ustedes ojala pueda conoser francia pronto pero el tren de escalada no llega y con el doge me gsato una fortuna en nasta.
Saludos
Orestes de remedios de escalada