domingo, 12 de abril de 2009

Gris Canción de Ausencia


Todavía está lloviendo. No ha parado en cuatro días. Antes de ayer no importaba porque como estaba Pocho apenas era un detalle secundario. Pero se fue ayer a la mañana y ahora sí que me rompe las pelotas. Y encima esa cosa triste que siempre tiene la lluvia, carajo. O ese espacio vacío del que habla la canción.

Ahora andará por Italia, en uno de esos viajes terribles que tenemos que hacer los argentinos para conocer Europa, durmiendo mal y poco, en los trenes o en los catres de amigos o familiares exiliados, asimilando de golpe una cantidad enorme de información, tomando apuntes y fotos a lo loco, pateando cuarenta ciudades en veinte días. Ahora andará por Italia o por Francia, y acá estoy yo medio triste porque me hubiera gustado que se quedara unos días más, por lo menos hasta que deje de llover, hasta que pare un poco esta lluvia que no logró amargarnos, pero que ahora sigue cayendo con esa mala leche un poco poética, la de la lluvia que apunta justo a los días libres que uno tiene, apunta y se zambulle en mis días libres, en esta ciudad a la que siempre le critiqué que sólo llovieran cinco días al año.

-¡No te vas a ir con esta lluvia!- le tendría que haber dicho- Quedate hasta que pare, Pocho, no seas boludo.

Pero no le dije nada. Me acordé de un personaje de Cien Años de Soledad que se iba a quedar hasta que escampara y –cuenta García Márquez- no dejó de llover en los siguientes siete años, creo. Por eso no le dije nada: tenía mucho por ver, mucho trecho por delante. Ahora andará por Florencia, o por París o por Londres. Esos viajes terribles que tenemos que hacer los argentinos que queremos ver algo más viejo que la injusticia. Somos una raza inquieta. Otros nacen a un par de horas de París o de Londres pero ni se calientan por conocerlas. El que estuvo alguna vez fue a comprar pilchas o perfumes. A veces vuelven desilusionados porque los bares cierran temprano. Costumbres.

Con Pocho nos conocemos de guachos. Yo creo que el único bien que nos hizo aquel colegio de mierda en el que nos conocimos fue justamente habernos puesto en contacto. Entre nosotros y con algunos más, pero Pocho era el más friqui de todos ¡Con diez años leía a Stephen King! Eso sí que es ser friqui, no me vengan con boludeces. Y rescataba frases de canciones de Charly García que le impresionaban y las anotaba en cualquier parte: “la mediocridad para algunos es normal, la locura es poder ver más allá”, o “no existe una escuela que enseñe a vivir”. Un fenómeno. Yo no sé si no le empecé a dar bola a García por las frases que leía en la carpeta de Pocho, mirá lo que te digo. A los once pasó de Stephen King a Lovecraft y a Poe, pero a García no lo abandonó nunca; el otro día me contaba que había estado en un recital reciente. ¿Ves? La palabra “recital” ya casi la estaba perdiendo, entre tanto “concierto” al que se convoca por estos pagos; por suerte estaba Pocho para recordármela ¿qué podía importar la lluvia, cuando era el riego necesario para que no se marchitara la alegría?

Para un cumpleaños –nos acordábamos el otro día- me regaló a Salinger. “El guardián en el centeno”, me trajo de regalo cuando cumplí sesenta y dos. Y entonces, de ser un inofensivo friqui, pasó a figurar en un archivo de la C.I.A. como posible asesino serial en potencia. (Tiene todo el tipo, por otra parte). Los libros siempre estuvieron muy ligados a nuestra relación. Los libros y el arte en general. Creo que en el noventa y cinco le regalé Rayuela. Otro regalo suyo fue una novela de Agresti. Además nos prestábamos y recomendábamos un montón de libros y películas. Él estuvo siempre muy al tanto en materia cinematográfica. Las mejores películas que vi me las había recomendado Pocho. Y las peores. Tan lleno de inquietudes artísticas como el uruguayo Arribúa, siempre anda en alguna movida interesante: de adolescente me dejó copias de unos cuántos poemas (algunos de los cuales musicalicé a su tiempo), algún guión; más tarde hacía cine, habitualmente actúa en alguna obra de teatro; y desde hace unos cuántos años vive también del arte, de la parte comercial del arte, esa que sirve para pagar el almuerzo: creativo publicitario.

Durante estos días, en el café de una librería, un café lleno de estudiantes, untelectuales, y a pocos metros de Lucía Febrero (una minita que tomaba café y apuntes junto al estuche rígido de su violonchelo), tomamos medianas y conversamos amigablemente mientras reponíamos fuerzas de larguísimas caminatas por los barrios barceloneses. Vimos una exposición de pintura en La Pedrera, volviendo del Parque Güell, donde no pudimos perdernos entre los árboles, como otras veces, a hacer un pic-nic con algún salamín, pan y una botella de vino, mientras oíamos llegar desde lejos las melodías de algún músico ambulante. Contemplamos bajo la lluvia la silueta enorme de la Sagrada Familia con el fondo negro del cielo, como en un cuento de Poe (siempre que uno hiciera abstracción de los gringos que, a los pies del templo, hacían cola para entrar). Disfrutamos en un viejo bodegón de mala muerte de su primera paella, un bodegón atendido por una chica rumana que mi amigo creyó catalana, por el acento. Nos empapamos por las calles del barrio de Gràcia, de la Barceloneta, del Poblenou, y al volver a casa, descorchábamos un vino y seguíamos de charla hasta las cuatro de la matina. No importaba que quizás al otro día hubiera que ir a laburar. Una noche lo agasajé con mi especialidad: unos tortellini a la carbonara que yo mismo compro. De postre, como no había pensado en nada, improvisé en pocos minutos mi especialidad: unos tortellini a la carbonara que yo mismo compro. Por la mañana él sufría el acoso de mi sobrina de año y medio, que corriéndolo por la casa repetía en falsete

-Pocho, Pocho…- y después agregaba una serie de sílabas incongruentes a las que mi amigo respondía con criterio

-No me hables en catalán que no te entiendo.

(Conmigo mi sobrina tiene otro comportamiento: me mira repitiendo la palabra “pelo” y me pasa la mano por la pelada, como haciendo notar su ausencia.)

Preparábamos café, arreglábamos un par de cosas y otra vez salíamos al ruedo: el Borne, la playa de punta a punta, parando oportunamente a reponer fuerzas con una cerveza y una tapa de chipirones en el Puerto Olímpico o ya sobre la vuelta en los bares de Diagonal y Rambla Prim. Después yo me iba a laburar y él seguía de excursión. Fueron días intensos, exprimidos hasta la última gota, inolvidables.

Pateamos esta Barcelona como nuestra Buenos Aires de entonces, recordando viejos tiempos y charlando de novedades y proyectos a futuro. Descubrimos (ya lo sabíamos) que estamos tan cerca como entonces, cuando caíamos por Ipiranga cada fin de semana, y tocábamos la viola, y escuchábamos vinilos y había pizza, birra y faso. Y minusas. Tan sólo nos pusimos al día. Él me contaba cómo estaba la mano por allá, en qué andan cada uno de los pibes, y yo le fui contando cómo nos las arreglamos nosotros para seguir vivos. Lo que no llegamos a descubrir fue qué mierda vamos a hacer con nuestras vidas como el panorama no mejore un poco. Quizá si le hubiera dicho que no se podía ir con esta lluvia, que se quedara hasta que pare, lo hubiésemos resuelto. Ahora andará por Italia, pensando en otras cosas.

Lo pasamos bárbaro, pero lo mejor fueron los ratos de charla sin distracciones, en aquel café frente a un par de birras, en el bodegón del barrio Gótico, durante los viajes en metro o en casa, al volver, cuando no nos preocupaba más que estar charlando, cuando toda la atención estaba centrada en la conversación. Pateamos todos los rincones de la ciudad por pura obligación. Para que no le dijeran, un día, en Buenos Aires

-¿Estuviste una semana en Barcelona y te los pasaste en la casa de tu amigo y en cuatro o cinco cafés? ¿¡Cómo se puede ser tan pelotudo!?

Por mí, nos hubiéramos pasado todo el día tomando vino y cagándonos de risa del pasado y del futuro. Porque lo más lindo de pasar una semana en Barcelona con un amigo de esos de toda la vida, lo más lindo nunca va a ser Barcelona.

Ayer a la mañana Pocho siguió su viaje. Arrancaba muy temprano y nos acostamos muy tarde, así que por más que puse la alarma para darle un abrazo de despedida no me desperté hasta el mediodía. Había sido una semana muy intensa y se ve que estaba agotado. Como los libros habían tenido un lugar tan marcado en nuestra historia, no me sorprendió el detalle. Sobre la mesa del comedor encontré una postal agradeciéndonos, una city notebook con una dedicatoria muy linda, y “España, decí alpiste”, el broli de Casciari en versión argentina. En la primera página había anotado:

'Porque nunca se sabe cuándo puede fallar un “ordenador”, una edición que cruzó el océano con las crónicas de uno de esos amigos que uno todavía no tuvo la oportunidad de abrazar.'

Sonreí con una sonrisa un poco triste y al rato me fui a laburar, bajo la lluvia, pensando en ese espacio vacío del que habla la canción. Ahora que termino esta nota, salgo al balcón con la compu para ver si garroneo Internet y logro colgar esta página. Y me parece que allá al fondo, por el lado del Tibidabo, empieza a abrirse un poco, empieza a despejar.

***

6 comentarios:

Untal Alvarez dijo...

La suerte que tenés de ver el Tibidabo desde tu balcón, dolape. Che, cuando decís Pocho no estarás hablando de que se te apareció el General y tuviste una revelación, no. Mira que si te descuidás Pino Solanas te hace una película con tu historia...

hoyesmuylunes dijo...

Las distancias son otra de esas cosas tan relativas que trae la vida... fijate sino como a veces uno tiene cerca a gente de la que si se fija bien, en realidad está tan lejos.
chequea mail querido

Orestes! dijo...

No savia que vivia en barcelona equilibrista. me dijeron que lanus se parece un poco en el centro y que no hay doges en la calle. debe ser muy linda fransia aunque no les entenderia nada de lo que disen porque no caso un pomo de franchute.
Orestes de remedios de escalada

Walter Almost dijo...

A mi me da la espina que el equilibrista se hizo maricón.
no se a vos.

Anonymous dijo...

"de la parte comercial del arte"
jaja me se pianta un lagrimon! de la risa!
panacho

hollywoodencasa dijo...

yo se que estoy desactualizado
hay mucha gentita nueva
todos limados no??
bienvenidos a la gira del fin de mundo
del Finnesterre
saludos don equilibrio