domingo, 5 de abril de 2009

Toda la carne en el asador


Si bien la ceremonia se consuma en una noche, la mise en place lleva años de trabajo. Lo primero es contar con una serie de amigos macanudos. De este modo tendremos el noventa por ciento del éxito asegurado, pero para llegar a ello habremos pasado años seleccionando a los adecuados en incontables tardes de fútbol, largas noches de garufa infructuosa, interminables charlas descorazonadas en las que redescubrimos la meditada conclusión de que “todas las minas son una manga de hijas de puta”. No se me achiquen, lo dije antes de empezar: nos enfrentamos a un trabajo de años.

De haber hecho una buena selección, esta noche contaremos con el Gordo Ignacio (cuya presencia es tan notoria como su ausencia, y no sólo por una cuestión de volumen), con Pancho (que cuando lo considere oportuno se echará a dormir la siesta para resurgir de sus cenizas como el ave mitológica, a las seis de la mañana; y además traerá el pan), con Burattini (que ensayará unos chinchulines a la leche y unos temas de Bersuit Vergarabat, desafinando de manera inusitada, como nunca nadie antes), con Pocho (que tras evaluar el punto de la carne exigirá “¡un aplauso para el asador, che!”), con Diego Fútbol (que se acercará temprano para ayudar a hacer el fuego con un salamín y dos botellas de vino), con el Abuelo y Rolo (que pondrán su arte al servicio de tus guitarras criollas), con Faby y Mary (que nos reivindicarán con la provincia y nos darán la absolución del campo), y con el Pibe, que solucionará los fallos del distraído anfitrión. Cuando los astros estén de nuestra parte, una o dos veces en la vida, nos acompañará incluso el negro Limón. Ya podemos estar tranquilos, cada cual hará su papel en el momento indicado; no son simples amateurs, son verdaderos iniciados en esto que hoy nos ocupa.

Lo segundo es conseguir un viejo patio emparrado en aquel Palermo de entonces. Tampoco es fácil, creo que sólo quedan tres: el ideal y otros dos. Pero para una función como ésta, no podemos conformarnos con segundas opciones. Afortunadamente siempre tendremos al alcance a alguien vinculado estrechamente al Patio de la calle Serrano. Es que son tantos, y tan hospitalarios sus corazones, que resulta imposible no acercarse de algún modo, si en verdad nos lo proponemos.

A primera vista puede parecer un tema insignificante, pero hay que ser muy cuidadoso en lo que a la convocatoria se refiere. Aunque mi fe en el correo es inquebrantable, para casos como éste resulta más práctico el teléfono. Conviene adoptar un aire casual, como si se tratara de un hecho mínimo, para anunciar

-Esta noche, si está lindo, pensaba tirar un poco de carne a la parrilla y juntar a los pibes para hinchar los huevos un rato ¿por qué no te venís?

-De una. ¿Querés que lleve algo?

-Unos vinitos.

-Nos vemos esta noche. Les aviso al Ruso y al Largo y que ellos se encarguen de hacer correr la bola. ¿A qué hora les digo que caigan?

-Sobre las diez, más o menos. Sí querés venite un rato antes así me das una mano con el fuego.

A todos les pediremos lo mismo, pero nos quedaremos tranquilos porque llegado el momento sólo se presentará el indicado. A pesar de que aparenten indiferencia e irresponsabilidad, los muchachos saben perfectamente cómo deben actuar.

La variedad de cortes, tamaños y formas sobre la parrilla da a la experiencia un matiz interesante en materia plástica. Lo bueno es hacerse con un par de colitas de cuadril, algunas tiras de asado de dos dedos de ancho, cierta tapa de nalga, un cacho grande de vacío, etc. Tampoco deben faltar las achuras y demás: chinchulines, mollejas, zochoris, morcillas, incluso algún que otro morrón le mete bastante onda y sale con fritas. Por supuesto lo de las fritas solo es una manera de decir. En los grandes asados jamás hubo papas fritas. Allí el Hombre se ha alimentado siempre de carne y algunas ensaladas, para no desmerecer el trabajo de las chicas, más que nada.

Sobre las ocho menos cuarto, entonces, empezaremos a preparar el fuego. Para tal propósito utilizaremos papel de diario y las ramas de la enamorada del muro y de la parra que hemos podado el otoño pasado. No me miren así, ya les avisé que la mise en place no se resuelve en quince minutos. ¿Tengo que repetirlo? ¡Estamos frente a un trabajo de años! Por eso me enferman los imbéciles que aceptan o deniegan la invitación a un asado cual si los estuvieran invitando al cine. Gente que no entiende nada de La Vida, viejo.

Es la hora propicia, y entre el crepitar de ramas secas, el humo denso del principio y los primeros chispazos caerá Diego, o tal vez el Largo, con dos botellas de vino y un salamín. Inmediatamente se abocará a la tarea de cortarlo junto con una morcilla fría y tres piezas de pan francés. Además servirá vino, dos buenos vasos de vino, los primeros. Y los llenará cada vez que haga falta. A esto le llamamos en Buenos Aires “dar una mano con el fuego”

Si hasta aquí has seguido mis consejos al pie de la letra, es improbable que pueda fallar algo, no sólo durante la ceremonia sino incluso a lo largo de tu vida. La suerte ya está echada. A partir de ahora todo es más fácil. Limpiaremos la parrilla con aires de experto ante la admiración de nuestro interlocutor, charlando como si tal cosa, restándole toda importancia a la arriesgada maniobra. Hay que prender unos bollos de papel de diario y tirarlos bajo la parrilla. A medida que se ablande la grasa de asaditos pretéritos limpiaremos –siempre con diarios- la superficie de la parrilla, aprovechando el papel usado para repetir la operación todas las veces que sea necesario, echándolo bajo el asador antes que se extinga el bollo anterior. Este proceder apenas requiere cierta coordinación para no quemarse los dedos y deslumbra a quienes lo contemplan, siempre que lo ejecutemos así “como quien no quiere la cosa”.

El fuego ya está haciendo la brasa que necesitaremos para asar los manjares. En el interín nos habremos puesto al día con nuestro ayudante, hablaremos de fútbol y de política, también de aquello a lo que todos llaman “La Vida” y nosotros no tenemos puta idea de qué es; y empezaremos a comprender que por mucho tiempo que pase no nos alejaremos nunca. Distribuiremos los diversos cortes sobre el asador, salaremos con gruesa, toda la que podamos, reconoceremos por el chistido de la grasa sobre la parrilla que todo estará saliendo como corresponde. Mientras tanto han ido llegando tres o cuatro, las manos llenas de bolsas, las bolsas llenas de vino, y las mujeres ya se han acomodado en la cocina en charla cordial a cortar amorosamente las verduras. Piensan quizá que la angustia que signó durante la semana el paso de sus maridos ha desaparecido con la buena compañía y un par de vasos de vino. “¡Qué hijos de puta!”, piensan, “qué divinos los hijos de puta”.

Pronto la concurrencia será completa y empezaremos sacando unos zochoris, pero ya estaba todo resuelto de antemano. Entre tanto alguien habrá puesto un disco de Lou Reed o de Manu Chao, y otro -al segundo tema- reclamará seriamente "que alguien saque esa música de mierda y ponga una zamba, o por lo menos un tango", para joder o porque se acordó de golpe de un personaje de Castillo. Tampoco faltará el plomo, conocido de alguno de los iniciados. No debemos preocuparnos en absoluto, la suerte está echada. El plomo intentará acaparar nuestra atención permanentemente, como dispuesto a ganarse un lugar a toda costa, luchando por meterse en las conversaciones que venimos trabajando desde hace años, incomprensibles para un recién llegado, como quien quisiera recibirse de neurocirujano estudiando en una noche la última materia del programa. Es habitual –inclusive- que en algún momento de la noche nos increpe:

-Fallaste con la birra, negro.

Entonces intervendrá un iniciado:

-Esto es un asado, loco. Acá se toma vino tinto. Andate a una pizzería si querés birra.

Es hermoso contar con esta gente, pensará uno sonriendo, mientras un poco más allá uno de ellos ya se está enamorando fatalmente de una rubia coqueta que andá a saber como llegó, otro ha empezado a llorar a moco tendido porque no logra entender en qué momento la vida puta nos ha ido distanciando así (y no logra entenderlo porque nunca nos hemos distanciado; es lo que intenta explicarle otro iniciado ante el desconcierto evidente de la rubia), otro entona viejos tangos con voz arrabalera (justo antes de ir a acostarse un ratito, bastante antes de resurgir de sus cenizas como el ave Fénix), otro –dando saltitos de loca- descubre su homosexualidad latente, ¡otro sigue morfando!; es hermoso contar con esta gente. Nosotros dejaremos que todo siga su curso, ya hemos hecho todo lo que debíamos. Sabemos, por ende, que cada uno de los que ahí están saben perfectamente cuál es su papel. Incluso el plomo.

***

6 comentarios:

Unverto dijo...

Antes que nada, Pri. Tomá. Ahora, tiene un par de frases que merecen un lugar en la historia, un par de chistes que tal y como el equilibrista plantea su asado, son solo para iniciados y, sobre todo, debo exigirle un final acorde. Las despedidas, los personajes que se van borrando de la foto cuando, por fin, en la foto estaban todos, merece un espacio también. Que no se tome este pedido como algo nacido de la una malsana alcahuetería sino como un agregado, a mi entender fundamental, para que este tipo de ritos que, como cualquier otro, tenga un final y sea comprendido en su totalidad. Le agradezco su aporte cada vez mas espaciado a decir verdad pero invalorable. Nos vemos por Palermo. Si falta birra, que se coman un pancho.
Pd: Me toco "bricketa" de verificación, que creo que son esas cosas para encender el fuego ¿Será mera casualidad?

Jaime dijo...

Que lindo, que lindo!Asi es el asado que uno recuerda, así debería figurar la definicion en los diccionarios de la Real Academia Porteña. Yo, por mi parte, voy a seguir siendo el plomo, que es un rol que hago muy bien.
Salu

GATO dijo...

"Lo primero es contar con una serie de amigos macanudos". Muy cierto, una gran verdad.

Ostias! dijo...

Noto que Gato a tomado el roll de "corroborador"
El texto es superlativo, nada que agregar.
Ahora, usted se dará cuenta que si de demora en publicar, los visitantes disminuyen, porque se entretienen con otras cosas y ya no están pendientes del equilibrista.
Haganos la gauchada, no demore tanto.
Gracias por un texto nuevo

Orestes! dijo...

Esta ves estoy emosionado, equilibrista. Me hizo acordar de tantas y tantas tardes en lo de un gomia en sarandi que hasia unos asados barbaros y todos los muchachos nos juntabamos a comer, tomar vino tinto y guitarrear. que lindos recuerdos nunca faltaba una piva para alegrarnos los ojos y el corazon. grasias equilibrista. esta pendiente el asado con martes y angeles ya arregle el doge.
Orestes de remedios de escalada

Anonymous dijo...

Fantastico. Hace tiempo no pasaba por aca. Me queda la duda de la identidad del de los saltitos de loca..
Abrazo!
Elquellevaelpan.