viernes, 2 de octubre de 2009

Orden del día

“Vivía como un bohemio, malgastando mi vida.
Tan solo más tarde,
cuando conocí a Pissarro, que era infatigable
empecé a sentir gusto por el trabajo.”
Cèzanne.(*)


Suena el despertador y cómo cuesta. Pero por primera vez en mi vida voy viviendo del modo que quería, así que arriba. Hago un café romántico, barroco, como decía el cantautor. No me hace falta remojar la cabeza en agua fría porque al no tener pelo está siempre fresquita. Comparto con la bruja los primeros veinte minutos del desayuno, ya que ella emplea para tal fin nada menos que de dos a cinco horas.

A diferencia del personaje de Transas, (aquel tema tan lindo de García) de mí no resulta pertinente -por motivos que se explicaron en el párrafo anterior- asegurar que un día me cortaré el pelo. Lo que sí podría decirse con bastante probabilidad es aquello de no creo que pueda dejar de fumar, por lo que dedico un rato de la mañana a hacer ejercicio físico. A correr por el paseo marítimo, más que nada, para transpirar toda la porquería que ya he tenido tiempo de meterme ayer y limpiar un poco el organismo, que nunca viene mal; hacer bombear el bobo para mantenerlo en forma porque -pobrecito- ya ha sufrido tanto; y hacer circular la sangre, que según varias opiniones médicas se me ha ido espesando de manera alarmante desde que abandoné la niñez, allá en los años veinte. Llevo ya varios meses con estas prácticas deportivas y -desde el primer momento- nunca me parecieron tan terribles como esperaba. Al contrario, me gusta. Me deja muy relajado, sin la menor ansiedad, respirando con toda la capacidad de los fuelles y bastante cansado, debo admitirlo. Pero lo mejor viene después de correr: el baño de mar. Un baño corto pero perfectamente oportuno, unos minutos de relax nadando de espaldas, hacia atrás, tranquilamente, como haciendo la plancha, siempre de cara al sol, me convencen de que vale la pena vivir sanamente. Y me doy por cumplido con la vida sana. No pasa mucho tiempo hasta que me prendo un pucho.

De vuelta en casa y mientras la bruja termina el café, prevemos en un momento las tareas hogareñas que hay que llevar a cabo. Como estamos recién mudados, estas tareas se multiplican. Aparte de las actividades clásicas de cada día (tender la cama y esas cosas), hay diez millones de cosas por resolver, motivo por el cual uno de los balcones se ha convertido temporalmente en carpintería, donde ya he construido la mesita ratona y donde actualmente trabajo en El Sofá de Tres Cuerpos (un banco largo). No por otra cosa el comedor ha adquirido -también provisoriamente- formas de taller de costura, desde el que mi mujer -pobre santa- va despachando a velocidades insospechadas los almohadones que ya está requiriendo mi estructura de madera.

Toda jornada exige sus pausas y todo jornalero las agradece. Por eso vuelvo a enamorarme de la bruja cada mediodía, mientras tomo medidas, serrucho tablones y viene haciéndose la hora de almorzar; cuando sin que medie una palabra al respecto, la costurerita que dio ese mal paso (el de casarse conmigo, por supuesto; y lo peor de todo ¡sin necesidad!) me hace llegar desde la cocina nuevos olores de especias y verduras salteadas. Es cierto que en un pacto prenupcial habíamos acordado que esa labor me correspondía; pero considerando que accedí a la Fabricación Artesanal de Muebles (muy) Rústicos, ha resuelto ella misma (sin que yo la presionara de ningún modo, lo juro) suplirme momentáneamente.

-Hasta que arregles todo este quilombo- me dijo.

La tarde resulta menos increíble, porque ella se tiene que ir a laburar. La despido en la puerta, voy al balcón y hago como si atornillara algo hasta que la veo salir del edificio. Siempre se gira para saludar, me ve ahí trabajando y se va tranquila, por Pujades hacia el norte. Entonces largo el destornillador y me pongo a tocar la armónica con verdadero entusiasmo. Porque hay una idea que acuno desde mi más tierna infancia (y que ella no parece compartir) y es que tanto laburo no puede ser bueno para nadie.

Esta armónica que siempre llevo en algún bolsillo y que me regaló Diego Fútbol justo antes de cruzar el charco, cada vez que la soplo me pide orquestación. Y como también tengo una guitarra que me regaló el gordo Ignacio, un amplificador y una consola que me regaló mi mujer y un micrófono que me regalaron mis viejos, me pongo a grabar. Qué manera de regalarme cosas, la gente. (Por si alguien está leyendo y le interesa, ahora andaría necesitando cuarenta lucas). Suelo partir de una canción que no esté muy fresca, que haya madurado lo suficiente en barricas de roble francés, digamos una canción compuesta hace no menos de diez años. Claro que desde que la compuse yo he cambiado bastante, entonces viene lo más lindo y complicado del trabajo: hacer o intentar que la canción me siga gustando. Corregir una armonía o algún verso, insertarle con naturalidad varios chistes (especialmente a las canciones melancólicas), suprimir alguna parte instrumental quizá demasiado pretenciosa, reemplazar un pomposo solo de piano por un chiflido arrabalero, un coro en falsete o un bajo en orsai; en fin, cosas que van surgiendo espontáneamente y que renuevan en mí las ganas de sacarme de encima un cajón lleno de temas viejos que no habían tenido juventud.

En eso estoy, abstraído y muerto de risa, cuando en Barcelona empieza a caer la tarde. Es la hora de buena luz para hacer fotos, así que sin perder un segundo cacheteo la cámara y la bicicleta y salgo de safari fotográfico por la ciudad. No tengo mucho tiempo de buena luz, por lo que intento aprovecharlo al máximo. Voy sin rumbo pero evitando -dentro de lo posible- los puntos turísticos, la aglomeración de estudiantes y el ataque de rumanos. A veces consigo algunas fotos buenas, otras no; pero salgo regularmente, como si se tratara de un compromiso ineludible. Después las reviso. Si hice alguna que me gusta la cuelgo en mi galería particular.

En algún momento empiezo a preocuparme porque recuerdo de golpe que con esto de la mudanza y el viaje a París he vuelto a descuidar al equilibrista.

-¿No te da vergüenza, pajero?- quiere saber el pelado- ¿ cómo es posible que con todo el tiempo que tenés seas incapaz de escribir una sola página para el bloc?

-Fue un mes complicado- me defiendo.

-Andá a cagar- grita indignado- Sos un fantasma, ¡un hijo de puta!. Toda la vida tuviste excusas de todos los colores, y ahora que ligaste la beca, que por fin te sacaste de encima el yugo, todavía te queda cara para quejarte. Caradura... ¡Fantasma! “Un mes complicado”- se burla.

-Qué querés, pelado, vos ya me conocés: tengo que quejarme, es más fuerte que yo, como una vocación... ¡es una vocación insobornable!

-Dejate de joder y ponete a escribir- me ordena serio- Ahora mismo.

-Ok, bajo a comprar puchos y ahora me pongo.

-Ahora mismo- repite. El pelado es implacable.

Así que acá estoy, me puse a garabatear esta nota para que no me rompiera más los huevos; y como casi la estoy terminando me parece que voy a bajar a buscar esos puchos de una vez, porque me están entrando unas ganas bárbaras de escuchar el piano extraordinario de Thelonious Monk, descorchar una botella y empezar a preparar -tranquilamente, sin ninguna prisa, mientras disfruto del piano y del vino- alguna exquisitez para cuando vuelva la bruja.

¿Por qué escribo todo esto? No sé, tal vez para recordar cuando caiga sobre esta nota dentro de algún tiempo, para recordarme a mí que tanto me gusta quejarme, que alguna vez viví contento sin buscar motivos de queja. Que en este extraño momento de mi vida viví completamente ajeno al calendario con feriados en rojo y a los absurdos horarios de trabajo. Que pude hacer, cada día, muchísimas de las cosas que había querido hacer siempre.

O quizá para que te mueras de envidia, negro, quién puede saberlo.

*

(*) A pesar de las comillas y la cursiva la frase no es del todo textual. Primero porque no sé francés. Y segundo porque estoy un poco lejos y a trasmano de los libros que solía consultar en mi adolescencia.

4 comentarios:

Untal Alvarez dijo...

"Un día se cortará el pelo
No creo que pueda dejar de fumar", un visionario recuperado hasta el equilibrio.
Un abrazo grande
Me alegra que vuelvas porque me gusta irme, asín de loco es esto. Brindo con un vino de segunda que cuesta un huevo. Salut
Pd: Palabra clave gynta, casi giunta ¿La próxima sera ambarmovych o coldet?

Anónimo dijo...

Siga asi, siga asi, que le va a ir bien.

Dr. Quijano.

Anónimo dijo...

y otra cosa...que harias con las cuarenta lucas?... hacenos reir dale

J.B.M. dijo...

Ja, ja, ja, ja ¡Qué hijo de puta, Pijano!