miércoles, 21 de octubre de 2009

Adrogué

Resulta complicado determinar la causa, sin embargo es un hecho que mis relaciones con mujeres han terminado siempre de forma lamentable. Y eso que tuve la suerte de contar con la temprana ayuda de un primo más grande que sabía bastante del tema y me esclareció algunas nociones fundamentales.

-Son todas putas- me explicó una mañana primaveral. Yo acababa de cumplir ocho años. Me acuerdo que permaneció un rato abstraído, y cuando yo había dado por concluida su enseñanza:

-¡Todas putas!- repitió enérgicamente, acompañándose de un gesto de negación.

Hoy me entra el pánico de sólo imaginar cómo habría sido mi performance de no haber contado con tan significativo asesoramiento.

A Laura la conocí ese mismo verano en Adrogué, en una kermese que organizó la parroquia. Me cautivó enseguida con su puntería inalterable para bajar patitos giratorios en uno de los juegos. Linda zona, Adrogué. Unas casas bárbaras. A nosotros nos quedaba un poco a trasmano, porque toda la vida vivimos en José Paz, pero mamá no hubiese permitido que faltáramos a una convocatoria de la parroquia. Ahora entiendo que tal vez papá no estuviera muy de acuerdo, porque antes de salir, mientras guardaba los sánguches en una de esas heladeritas de playa, esgunfiado, oí que decía:

-¡Es en la loma del culo, vieja! ¿A vos te parece que vayamos? Digo: ¿es muy necesario?

Por suerte en cuestiones de fe mamá no daba el brazo a torcer. Pese a que el ranchito no era muy grande lo teníamos lleno de Crucifixiones, imágenes del Señor, estatuitas de la Virgen y altares dedicados a varios Santos. Recuerdo que mis hermanos mayores solían protestar porque querían colgar en la cocina un póster de Alice Cooper allí donde una imagen de Pío IX, oportunamente dispuesta, iluminaba a mi madre sobre la mesada en la cual ella se abocaba a la repostería. Cuando volvía de la parroquia con alguna bolsa en la mano, papá, que veía reducirse el espacio de la casa a un ritmo preocupante, preguntaba aterrado:

-¿Más Santos?

Y respiraba aliviado cuando de la bolsa salían verduras, o pollo, o rollos de papel higiénico, o detergente. Pero no, como decía antes, por suerte en esos temas mamá no daba el brazo a torcer. Y digo por suerte porque a mí el póster de Alice Cooper me asustaba. Creo que en la imagen se veía a una especie de gurka pisando pollitos, nunca me animé a mirarlo muy detenidamente. Y también porque fue gracias a la determinación de mi madre que aquel domingo fuimos a la kermese. Linda zona, Adrogué. Unas casas bárbaras.

Ya conté que lo que me impactó de Laura fue la precisión con la que disparaba a los patitos. Una cosa impresionante. Cuando me acerqué ya había ganado un elefante de porcelana tamaño natural, un reloj importado y una botella grande de champán, de esas que abren los de la fórmula uno. Y todavía esa misma tarde iba a sacarse un radio-grabador que funcionaba con ocho pilas grandes (“¡un presupuesto!” dijo la madre de Laura, por eso accedió a que me lo regalara, y lo metimos en el renó 6 inmediatamente, antes de que se arrepintiera), la escopeta de aire comprimido y un loro que cantaba tangos y decía barbaridades. También había otros entretenimientos en la kermese, juegos del estilo “póngale la cola al chancho”, “tírele la goma al burro”, esas cosas, pero ahí Laura perdía todo su encanto. Porque lo que no conté aún es que aparte de la puntería que me había cautivado desde el primer momento, no poseía ella ningún otro atractivo. Era más fea, la hija de puta. Y para que a los ocho años se note que sos feo, tenés que ser más feo que un culo feo. Y no lo digo por despecho, eh, no señor. Ya han pasado muchos años y he pensado frecuentemente en el tema con absoluta claridad mental, así que deberían creerme cuando les digo que escribo libre de cualquier asomo de emoción. ¡Cincuenta y siete años, dos meses y nueve días han pasado desde el episodio!

Yo la miraba obnubilado: ella bajando patitos era una delicia. Hasta que -previsiblemente- cayó el útlimo de la ronda.

-¡Fa! ¡sos un fenómeno! -le dije emocionado- ¿Cómo te llamás?

-Maura- dijo, sin mirar.

-¿Maura? ¡qué lindo nombre!- exclamé- Yo conozco un puto que se llama Mauro, pero Maura no había conocido a nadie.

-¡Laura!- dijo, y ahora sí se dio vuelta con una sonrisa franca, llena de hierros. A lo mejor le había hecho gracia lo del puto. Mamá se enojaba mucho cuando yo decía malas palabras, pero los demás siempre las encontraban muy graciosas. Incluso papá. Yo me quedé mirando esa sonrisa enorme que parecía tener paragolpes en los dientes, pero me cuidé mucho de decírselo. La puta que lo parió, era muy fulera. Pero yo entonces no era tan frívolo como ahora y no me importaba que una mujer fuera fea para quererla. Claro que no. Me guiaba por otros parámetros, buscaba cosas más profundas que la belleza física. Una puntería inalterable para bajar patitos giratorios en los juegos de la kermese, por ejemplo.

-¿Sos del barrio, Laura?

-Sí- me dijo, embutida en su vestidito escocés. Parecía un chorizo gigante de los que colgaban sobre el mostrador del gallego, en el bar de la estación José Paz. Sólo que a cuadritos.

-Linda zona Adrogué...- dije haciéndome el interesante -unas casas bárbaras.

Esta frase se la había oído durante la semana repetidas veces a varias de mis tías cada vez que mamá les contaba que el domingo iríamos para Adrogué, convocados por la parroquia.

-Linda zona, Adrogué- decían invariablemente mis tías -unas casas bárbaras.

-¿Vos de dónde sos?- me preguntó Laura.

-De José Paz- contesté orgulloso -¿Conocés José Paz?

-No.

-¿No conocés José Paz?

-No ¿es lindo?

-¿José Paz? ¡Es lindísmo, Laura! José Paz es lindísmo ¿nunca fuiste de excursión?

Yo estaba razonablemente asombrado de que alguien pudiera no conocer José Paz.

-¿Hay excursiones?- preguntó.

-¿A José Paz? ¡Flor de excursiones! Tenés que ir a Buenos Aires, antes. Y te tomás el tren en Retiro. Además el viaje es relindo. Le comprás alguna golosina a los vendedores ambulantes, para distraerte, ¿viste?... muy lindo viaje, eh; un rato largo y te bajás en José Paz. Podés comer en algún bolichito de la estación, o te llevás el picnic, si querés. Y después paseás, conocés la ciudad...

-¿Y es como acá?

-¿Como acá? ¿José Paz? ¡Noooo! ¡Por favoooor! ¡Nada que ver! El día y la noche. José Paz es como... no conocés Moreno ¿no? Es como, qué se yo... ¿y Londres? ¿conocés?- ella dijo que no. -Yo tampoco, pero creo que es bastante parecido a Londres, por lo que oí. Un poco más grande, José Paz, eso sí.

-¿Y tienen la misma moneda que acá?

-¿Cómo la misma moneda?

-¿Pagan en pesos?

-No, no. Bueno, allá hay varias monedas. Tenés las guitas, que sirven para comprar clavos sueltos en la ferretería o figuritas en el kiosco. También están los mangos. Con dos mangos comprás el pan. Tres cuartos de milonguitas comprás con dos mangos. Después tenés las gambas, pero nunca las vi. Me parece que con las gambas se pagan las facturas del gas, la luz, esas cosas. Y al final creo que vienen las lucas y los palos. Aunque también hay “miserias”.

-¿Miserias?

-Sí. No sé si es más o menos que las lucas, me parece que menos. Es lo que gana mi papá: una miseria.

El del puesto seguía la conversación entretenido, como si no tuviera ganas de que acabase, y me miraba con simpatía. Entonces me pareció que admiraba en secreto mi labia y mi proceder majestuoso en el arte incierto de la seducción, pero ahora creo que estaba agradecido porque, distrayendo a Laura, lo estaba salvando de que ella le desvalijara el kiosco. Se había hecho un pequeño silencio y le tocaba a Laura llenarlo de algún modo.

-¿Querés jugar?- preguntó, y yo noté que el tipo del puesto me clavaba la mirada y con cierta desesperación subía y bajaba la cabeza velozmente, como queriendo transmitirme un mensaje secreto.

-No- le dije -jugá vos.

Y ahí vino la segunda ronda de premios: el radio-grabador que metimos de inmediato en el auto, el loro atorrante y la escopeta de aire comprimido. Uno atrás del otro. No había memoria de algo semejante desde el carnaval del treintidós, dijeron los más veteranos. Un fenómeno mi chica.

Como a dos o tres puestos había un pelado vendiendo choripanes. Le pregunté a mamá si la podíamos invitar a Laura a uno y noté cierta preocupación en el gesto de papá.

-¿Podemos? -pregunté entonces a papá, pero mamá interrumpió diciendo que sí, que claro que podíamos. Estaba de muy buen humor aquella tarde, mamá. Papá no se explicaba lo de los choripanes teniendo en el baúl del auto una heladerita llena de sánguches. ¡Y de salchichón primavera!

Ahí mismo, mientras nos engullíamos aquel par incomparable de choripanes, le dibujé en unas cuantas servilletas un plano de José Paz marcándole en primer lugar nuestro ranchito, seguido de otros puntos de interés. Le había pedido prestado el rifle de aire comprimido que acababa de ganar y me lo había colgado al hombro porque -intuía- me daba un aire irresistible como de John Wayne en alguna de las maravillosas películas que solíamos ver los Sábados de Súper Acción.

-¿Ves? Acá donde te hice el descampado adornado con plantitas de marihuana están los “faloperos”- le comentaba, para que no fuera a perderse cuando llegara a José Paz -Acá, en cambio, a pasitos del desarmadero, te vas a encontrar a los que afanan autos, estéreos, esas cosas: los “pungas”. En esta esquina paran los “fiolos”, ¿ves?. Y éstos, éstos de acá, son los “trabucos”. Si seguís por acá, frente a la escuela, en la placita, están siempre los “pederastras”. Papá los odia, pero son buena gente. A mí siempre me saludan, a veces me hacen regalos y todo.

Así estaba yo, dibujando y explicándole el plano a Laura, cuando sobrevino la catástrofe. Sin que nada hiciera preverlo, la madre de Laura -que aparentemente estaba detrás de mí, estudiando mis indicaciones por encima de mi hombro- se me plantó enfrente enfurecida y -echando humo por los ojos y pronunciando a los gritos no sé qué conjuro- quiso tomar violentamente a su hija de un brazo para llevársela quién sabe dónde. Pero yo me adelanté: la cacé por la cintura como los galanes de cine, nos escabullimos hasta el puesto de choripanes y volcando de un patadón el tonel donde se asaban los chorizos conseguimos una suerte de trinchera.

-¡Hija de puta!- le grité mientras intentaba descorchar el botellón de champán que había logrado manotear con la zurda mientras cazaba a Laura con la diestra para llevarla a un lugar seguro -¡No te acerques más porque sos boleta!

A unos metros de nosotros, mamá estaba indignada por mi vocabulario y papá -anonadado- había abierto enormes los ojos y parecía no entender nada; pero a mi lado y como en otro planeta, Laura reía, lo que me envalentonó. Me descolgué el arma del hombro y se la extendí a mi compañera.

-Apuntá, apuntá- le dije, y después grité endemoniado- ¡Los vamos a hacer cagar a todos, putos!

Mientras intentaba descorchar la botella, mantenía a raya a la madre de mi chica y a otros alcahuetes que se habían alistado bajo su bandera, arrojándoles, mediante la pala del parrillero usada a modo de catapulta, las brazas que habían caído a los pies del tanque y demás objetos contundentes que encontrara a mi alcance. Cuando sentí que el corcho estaba cediendo atiné a bajar repentinamente la botella con la suerte de que el proyectil salió disparado a una velocidad incalculable y dio de lleno en la frente de la vieja. Cayó de culo, quedó sentada un par de segundos e inmediatamente se desvaneció. Yo me mandé un trago largo de champán porque entre la emoción y los nervios se me había secado la garganta.

-¡Atrás, hijos de puta! ¡Atrás!- gritaba yo fuera de mí, excitado por el champán y por la convicción de que con aquel rifle de aire comprimido y la puntería de mi chica éramos imbatibles. Y fue el pico más alto de mi euforia, porque inmediatamente todo se derrumbaría.

Me dolió bastante ver que mamá se acercaba a la madre de Laura e intentaba hacer que volviera en sí. También me sentí defraudado al ver a papá -ayudado por el pelado de los chiripanes- cargarla y ponerla a salvo detrás de un cedro. Fue un mal trago, un golpe bajo. Pero lo que terminó de destrozarme fue ver que a mi lado Laura había bajado la escopeta y llorando desconsoladamente se entregaba al enemigo.

-¿Tú también, Bruto?- pregunté cinematográficamente y, derrotado, bajé definitivamente la guardia. Creí que no me había oído, porque ya estaba detrás del cedro abrazando a su madre que ahora empezaba a reaccionar, pero enseguida me miró llena de lágrimas y se puso a gritar con toda su alma:

-¡Bruto! ¡bruto! ¡bruto!- como si yo fuera el traidor.

La desazón fue tan profunda que estaba perdido. No sabía cómo reaccionar, pero intuí que lo más razonable era empezar a correr lo más rápido posible en cualquier dirección. Porque al ver que la vieja volvía en sí, encabezados por mi padre y en segundo lugar el pelado de la parrilla, todos, absolutamente todos empezaron a correr detrás de mí, a perseguirme con el propósito bastante claro de cagarme a palos.

-¡Bruto! ¡bruto!- gritaban todos corriéndome enfurecidos -¡Brutoooo!

Todos menos el loro cantor, que al parecer gritaba “puto”.

Cuando por fin me agarraron, papá evitó el linchamiento haciéndose cargo de los destrozos provocados. Después, en José Paz, me linchó él mismo.

-Deberías haberlos dejado a ellos- le recordé toda su vida- te ahorrabas guita y laburo- Pero él parecía no entender, me clavaba una mirada como de desconcierto, pobre. Nunca fue un clarividente para eso de los negocios, mi padre.

***


6 comentarios:

metrapo dijo...

Que hermosos recuerdos de infancia tiene usté, equilibrista.

Anónimo dijo...

La gente de Jose Paz nunca fue buena para los negocios.
Recuerdo uno que trabajaba en la calle y se dedicaba a las cadenitas o a los relojes.
Nunca a las cadenitas y a los relojes.
Salu´
Schan

Gerardo Sanagoria dijo...

Es cierto. Yo anduve poco por José C. Paz, pero me acuerdo de uno que antes de chorearte te daba a elegir:

-¿la cadena o el rejoj?

 Oscar d'Oliveira dijo...

Hola, soy Oscar de Tucumán.
He llegado a tu blog (y a tu escrito sobre María Elena) por extraña casualidad. Estaba gugleando sobre equilibristas y afines y terminé prendido leyendo tus recuerdos. Escribe lindo, paisano.
Si tiene tiempo pase por mi boliche:
http://oscardoliveira.blogspot.com
Un abrazo y suerte con su música.

Anónimo dijo...

jajajajajjaja......que HdP!!!!

Anónimo dijo...

Una maravilla!!!!