miércoles, 5 de agosto de 2009

Un mundo abierto

-Es imposible, Negro- le decían.

En el año noventa y seis o noventa y siete, mi amigo el Negro Limón quería instalar en una misma máquina Windows y Linux, cosa que desde hace algunos años resulta muy fácil y mucho más frecuente de lo que se cree, pero en los días en que el Negro planteó su inquietud parecía un despropósito.

-Es imposible, Negro- le decían.

Y mi amigo, como todo visionario, como todo hombre adelantado a su tiempo, tuvo que sufrir las carcajadas de sus contemporáneos, incluso las de algunos de ellos que tenían o decían tener conocimientos avanzados de informática.

-Es imposible, Negro.

Lo mismo le decían cuando intentaba cachetear la señal del canal porno con el tracking desde el control remoto, y bien sabemos que una noche, cuatro o cinco pajeros vimos emerger ante nosotros, naciendo de un improbable mundo de puntitos saltarines y rayas horizontales, las tetas descomunales de la Cicciolina. Fue una revelación. Al contemplar tan enormes tetas se presentó ante mí, irrefutable, una nueva percepción del Universo: Ya no podía seguir confiando en los que se las saben todas, no; había que empezar a apostar por las causas perdidas, por los soñadores irredimibles, por gente como mi amigo el Negro Limón.

En aquella época, el Negro trabajaba en un puesto de diarios casi en la esquina de Humboldt y Paraguay. Cuando terminaba pasaba por casa y nos quedábamos tomando mate y charlando en el patio. Después de un rato seguía para su casa y pensaba en instalar Linux y Windows en la misma máquina. Yo hace tiempo que no lo veo, pero la última vez que supe de él trabajaba como técnico informático en una de las compañías químico-farmacéuticas más importantes del mundo. Nunca me gustó definir a la gente en función de su trabajo, suele resultar mezquino y frívolo, pero en este caso creo que cuadra perfectamente con lo que quiero decir.

Un día me fui del barrio, pasaron varios años y en el dos mil cinco me compré una compu portátil. Con el tiempo empezó a fallar, a pesar de que siguiera todos los pasos necesarios para su buen funcionamiento: desfragmentar -con el tiempo que ello toma- el disco rígido después de cada sesión; mantenerme al día -con la guita que ello toma- en la compra y el ejercicio de los más eficaces antivirus; enviar a Microsoft cualquier cantidad de informes de errores para los que jamás tuvieron una solución; independizar a una partición exclusiva el archivo de paginación sin deshacer la asignada por el sistema, ya que en caso contrario podría volverse inestable (¿? chino básico para cualquier chabón normal, y sin embargo yo, así tal como me conocen, con esta cara de boludo y todo, lo hice. “Si nos metimo' en la milonga”, me dije con seriedad “va haber que aprendé a bailar”).

Acá hay que dejar en claro que yo no había visto jamás otro sistema que no fuera Windows. Es más, ignoraba que existieran, a pesar de que las Macintosh se hubieran puesto tan de moda. Había hablado con algunos usuarios de Mac y siempre los había encontrado muy contentos, pero yo creí que lo bueno eran las máquinas que hacía Apple, la cosa física, que por eso serían tan caras. Hasta que descubrí que usaban otro sistema operativo. Fue como vislumbrar una solución. Por supuesto el sistema operativo de Macintosh es algo que a los pobres nos está completamente vedado, pero si el problema no era de la máquina sino del sistema... Entonces me acordé de mi amigo el Negro Limón. Y me acordé que hace unos años, el gobierno uruguayo había invertido en una compu para cada alumno de sus escuelas, una compu con Linux. Y que en los supermercados Multiahorro, para la misma época y también en Uruguay, estaban vendiendo máquinas con Linux preinstalado. Uruguay siempre fue un país muy adelantado, aunque algunas actitudes de mi mujer parezcan desmentirlo.

Así que frustrado como estaba ante mi máquina cada vez menos útil y habiendo vislumbrado un horizonte acaso más claro, fui a dar en el recuerdo con las viejas inquietudes del Negro Limón, con unas simpáticas curiosidades de aquella temporada en Montevideo y con una experiencia personal en la que intenté sin éxito reventar la contraseña de red de un vecino desde Windows, y descubrí en los manuales del hacker que era mucho más fácil hacerlo con Linux. Entonces me compré unos anteojos de culo de botella, me dejé crecer la barba, y me puse a practicar en el teclado desconectado, tecleando a toda velocidad una serie de órdenes para la línea de comandos; características muy puntuales que yo consideraba imprescindibles si había decidido pasarme a Linux. Incluso llegué a cambiar mi lenguaje por uno que yo juzgaba más apropiado para Un Tipo Que Va A Usar Linux. Por ejemplo, si necesitaba pedirle a mi mujer que fuera a la cocina y me hiciera un sánguche, le decía:

-cd living/pasillo/cocina

-md sánguche

Si resultaba que el sánguche no estaba tal como me hubiera gustado, le pedía

-sudo gedit /home/cocina/sánguche/sanguchito.lst

Ella preguntaba:

-password for JBM

Yo le cantaba mi contraseña, ella habría el sanguchito, yo buscaba la línea que quería modificar y la editaba:

-más mayonesa y un poco de tomate- por ejemplo.

A los pocos días mi mujer me transmitió una decisión.

-Si no te dejás de pelotudeces voy a pedir el divorcio- me dijo.

-Orden no encontrada: “divorcio”- contesté con voz robótica.

No le hizo ninguna gracia, así que tuve que dejarme de pelotudeces, tal como ella lo requería, e instalar de una vez mi nuevo sistema operativo.

Antes de haberlo probado yo estaba convencido de que mi actitud de los últimos días era la más adecuada en vistas al paso que estaba por dar, al hombre nuevo en el que me convertiría. ¿Y vos podés creer que no? En cuanto lo instalé me di cuenta de que podía seguir siendo el mismo reo, el mismo analfabeto informático, el mismo hombre de la calle que antes usaba Windows. Me encontré con un sistema tan gráfico e intuitivo como el otro, sólo que mucho más personalizable, y configurable por completo. Y manyé que mi compu volvía a funcionar como debía, a pesar de los años trancurridos. Así que me afeité la barba, le dejé los anteojos puestos a la estatua de Verdaguer y salvé mi matrimonio. Y volví a acordarme del Negro Limón, esta vez con indecible gratitud.

Porque jamás me hubiera animado a cambiar de sistema operativo si el nuevo no me hubiera ofrecido la posibilidad de instalarlo sin desinstalar el antiguo. Y porque gracias a tipos como mi amigo el Negro Limón, que allá por el año noventa y seis o noventa y siete pensaron en instalar Linux y Windows en la misma máquina, en la posibilidad -lejana entonces- de un arranque dual que permitiera a la gente común -como vos o como yo- probar otra cosa sin tener que quemar las naves para después -una vez familiarizados con nuestro nuevo sistema- sí poder quemarlas si queremos, desembarazándonos de Windows como de los últimos jirones de un mundo viejo y sentirnos un poco más cerca del mundo en el que queremos vivir: Un mundo en el que nadie te pida que compres ni que te registres, un mundo en el que no haya que perder el tiempo desfragmentando discos para nada, un mundo en el que no te recuerden a cada rato que todos los programas que tenés son fallutos y que te enumeren las ventajas de conseguir el original, un mundo en el que no te corran con el miedo para que compres o renueves el antivirus, un mundo en el que las cosas funcionen como deben, y cuando no, que empiezen a llover las soluciones. Un mundo en el que las ideas descabelladas de unos pocos (mi amigo de Villa Crespo) sean compatibles con los conocimientos de programación de otros muchos (en Rusia, Sudáfrica o también Villa Crespo). En definitiva: Un mundo abierto que cada uno de nosotros puede mejorar.

***


4 comentarios:

Jaime dijo...

Bien hecho Equilibrista! El Limón merecía su pequeño homenaje en este espacio.
Mucha salú

Untal Alvarez dijo...

En cuanto combinaciones posibles este muchacho era un adelantado en varios sentidos. Lo que se dice un adelantado a su época...

GATO dijo...

Tengo muchas, pero ofresco esta "Nunca me gustó definir a la gente en función de su trabajo, suele resultar mezquino y frívolo". quien da más?

karakas dijo...

Los que nunca imaginamossalir de windows preguntan:
¿Si me paso a Linux no voy a oir hablar de virus?
Esto es mas o menos como cambiarse de sexo, es algo que hay que meditar por lo menos dos dias, creo yo.
Empiezo ahora y ya que estoy medito también lo del sexo...