jueves, 20 de agosto de 2009

El inmigrante profesional

Siempre he admirado desde lejos al inmigrante profesional. Más de una vez me sentí tentado a inscribirme en la cátedra, pero he descubierto a tiempo que soy un cobarde, que no tendría el valor necesario para ejercer, una vez conseguido el título. No estoy hablando del vasquito Saratxu, prematuramente calvo a raíz de las preocupaciones que lo tenían corriendo de aquí para allá noche y día para ganarse el marroco y sostener orgulloso -en algún intervalo no muy frecuente- que había montado su Empresa, compuesta por sus herramientas, él mismo y algún peón ocasional. Por supuesto que no estoy hablando de él. De quien hablo es de aquel que ha aprendido a vivir a su modo, de quien ha hecho de su condición de inmigrante una profesión. Porque es duro sobrevivir en la vieja Europa, y el inmigrante profesional vaya si lo sabe. Hoy quiero detenerme un momento a pensar en él, en su angustia y su alegría, pararme a comprender cómo resuelve su vida en medio de esta incertidumbre, de qué modo consigue sobrevivir en un continente que le es adverso siempre y muchas veces esquivo.

En su secreto Código de Inmigración el primer ítem aconseja conseguir una novia. No tanto por el peso abrumador de la soledad sino para compartir gastos, más que nada. Obedeciendo este proceder tienen resuelto ya el cincuenta por ciento del problema.

Pero el alma del inmigrante profesional es para el mundo inescrutable.

-¿A que te dedicas?- pregunta el interesado, y nuestro héroe contesta vagamente:

-Y, qué se yo... me la rebusco.

Y vemos cómo su respuesta evita con elegancia entrar en temas que para la gente decente resultarían inabordables. En este caso concreto, el verbo rebuscar oculta una serie deliciosa de irregularidades que pasan desapercibidas para el hombre corriente pero que un equilibrista, agudo observador del mundo inestable en el que se conduce- lo reconoce- un poco a ciegas, se ha tomado el trabajo de inventariar para usted, querido lector.

En primer lugar está el tema del sustento diario. El inmigrante profesional no duda en allegarse a un grupo estudiado de supermercados de los que -bajo la ropa, en los bolsillos o directamente en mochilas- sustrae productos con una habilidad que no tiene parangón. Y no sólo alimentos, sino también cualquier cosa necesaria que se les ponga a tiro. Yo he visto, no sin estupor, a uno de ellos volver del carrefour con un taladro y ciertas brocas especiales que necesitaba para reciclar un mueble, porque el tema del reciclaje se lo toman muy en serio. Es su proveedor principal en lo que se refiere a amoblar la guarida.

Todo el moblaje del inmigrante profesional proviene de la calle, desde la cocina hasta el televisor, pasando por el colchón y la cama, el lavarropas, la biblioteca, el equipo de audio, el sofá, las cinco sillas -todas distintas, por supuesto- y la mesita ratona, aunque haya tenido que encargar el vidrio porque el original estaba rajado. Todo el moblaje es reciclado, por no hablar de la pava, la bici y el acordeón a piano. Y pensar que él se hubiera conformado con el horno a microondas.

El problema del transporte urbano lo solventa con absoluta naturalidad, ya que salta los molinetes del metro con un caradurismo fuera de lo común, completamente blindado a las miradas reprobatorias de los padres de familia y sin temor alguno a la aparición eventual del guarda. Jamás espere encontrar la tarjeta del metro en el bolsillo de un inmigrante profesional, señora. La consideran un souvenir para turistas, un lujo de residentes cívicamente responsables, un artículo útil para inmigrantes no diplomados.

Se trata de reducir gastos, y uno de los que más lo preocupan es el del consumo eléctrico. Con celo de electricista estudian el modus operandi durante algunos minutos, consultan con gente del palo, averiguan si alguna vez hubo problemas en relación a lo que tienen en mente; y una hora y cuarto después ya han reventado el contador de luz. No se entretienen con tonterías. Se trata de gente práctica, cómo le diré, funcional.

Cubiertas como se explica arriba las necesidades básicas se abocan a los problemas diarios quizá menos importantes pero no por ello indignos de dirigirles unos momentos de atención a fin de solucionarlos. Me refiero a lo que ellos denominan sus “berretines”, caprichos por llamarlos de alguna manera, o pretensiones que rebasan lo que se supone el techo de un hombre que ha decidido no trabajar más que de inmigrante, su profesión. Estos “berretines” van surgiendo diariamente y lo admirable es que nuestro héroe se ocupa de cada nuevo tema con un interés que supera toda expectativa. Yo he conocido a uno capaz de subir a la azotea de un edificio con un viejo teléfono de cables en la mochila y una cortaplumas en el bolsillo para pinchar las líneas de las oficinas de un banco que opera en la planta baja y comunicarse de manera gratuita con su país de origen (concretamente la Argentina). He sabido de otros que dedicaron días a estudiar los pasos necesarios -y a llevarlos a cabo- para violar la contraseña wifi de alguna red al alcance, a fin de evitar pagarle un par de euros al turco del locutorio por el servicio. Sé de varios que poseen falsas credenciales de prensa en la billetera y que las utilizan -increíblemente, por lo mal logradas que están- para ingresar a museos, exposiciones y espectáculos como corresponsales.

Siempre he admirado desde lejos al inmigrante profesional. Más de una vez me sentí tentado a inscribirme en la cátedra, pero he descubierto a tiempo que soy un cobarde, que una vez conseguido el título no tendría el valor necesario para ejercer. Me limito por ende a mirarlo con simpatía, a tratarlo con deferencia, a ofrecerle mi confianza. Son de agradecer con sinceridad una invitación al cine, una vieja bicicleta o una máquina de escribir; suelen dar mucho más de lo que tienen, pero no intentes plantearles tus problemas o satisfacciones en materia económica porque para ellos el dinero no tiene ningún valor. Saben que el tiempo es oro, y por eso no lo venden. Porque el oro, simplemente, les nefrega.

***


2 comentarios:

Anónimo dijo...

de parte de todos los inmigrantes de underground muchas gracias por los consejos. te tiramos una, los baños de los museos son muy limpios.

hoyesmuylunes.

LVV dijo...

La envidia es casual, pero ya estamos hace mucho allá, ponete a envidiar otra cosa pasada menos de moda.

(otro argentino)