martes, 11 de enero de 2011

María Elena Walsh (1930-2011)




Cuando llegue a puerto
me parecerá temprano,
pero daré gracias
por no haber vivido en vano”









María ElenaWalsh
(Ramos Mejía 1930-Buenos Aires 2011)




-Che- desde la habitación del medio mi mujer, a los gritos, requería mi atención- ¿murió Maria Elena Walsh?
-¿Por?
-No sé, todo el mundo está colgando videítos.
Mal asunto, pensé clínicamente. Cuando los síntomas son reacciones unívocas en las redes sociales la enfermedad suele ser la muerte.
Un correo electrónico de mi hermano confirmó nuestros temores. Te tengo que dar una mala noticia, decía el Pibe. A lo mejor ya te enteraste. Y después de la noticia una anécdota, porque la última vez que estuve en Buenos Aires habíamos estado charlando de sus discos. Y después de la anécdota una ocurrencia: “También se me ocurrió que por ahí un equilibrista tenga ganas de homenajearla en sus apuntes, no sé.”
La palabra Homenaje resulta un tanto desmesurada, sobre todo teniendo en cuenta el tiempo que hace que no escribo, un detalle puntual que debemos sumar a mi dejadez de toda la vida. Pero voy a asumir el desafío e intentaré garabatear unos párrafos, siempre que se me permita ser completamente franco.
Para empezar, confieso que yo no tenía la menor idea si estaba viva o muerta. De verdad. Si alguien me decía que se había muerto en 2002 no me hubiera producido un efecto distinto al de esta mañana, cuando supe su muerte. Para mí ella era una de esas cuatro o cinco personas míticas, como el Canario Luna (de quien me acabo de enterar que murió el año pasado), a las que la muerte no cambia en absoluto. Gente que vive con mucha más fuerza en el imaginario colectivo que en la cocina de su casa. Como Pugliese, como Arribúa. Gente cuya presencia se reconoce en las calles de Buenos Aires aunque no se los vea. De ese modo existía María Elena Walsh en nuestra cotidianeidad, aunque no supiéramos si vivía o había muerto.
Ya ven que de su vida no estábamos muy al tanto. Pero de lo que estoy seguro es que en estos últimos meses no hubo un solo lugar en el que sus discos se hayan oído más que en esta casa. Hace unos días, sin ir más lejos, mi hermana Dolores vino de París a pasar las Fiestas con nosotros, y entre los programas que desarrollamos a lo largo de esa semana no faltó la audición de no sé si cinco o seis discos de María Elena Walsh al hilo. (¡Somos unos jodones bárbaros!).
En casa de mis viejos, en Buenos Aires, había unos cuántos discos de María Elena Walsh. No sólo discos infantiles. Allí nos criamos escuchando las canciones de En el país de Nomeacuerdo, por ejemplo. Pero también las de El sol no tiene bolsillos. Es cierto que durante la infancia se da el primer encuentro con la obra de Maria Elena Walsh, pero como todos sabemos, es esa una época en la que nadie entiende nada, y -por lo tanto- una época feliz. No sé por qué todo el mundo quiere acorralar a María Elena Walsh en esa época. (porque el idioma de infancia es un secreto entre los dos). Uno consigue reconocer el trabajo extraordinario de esta mujer recién cuando tiene uso de razón. Y hasta diría que un uso de razón más bien avanzado. Hacia los cuarenta años, si me apuran. Yo, por ejemplo, me acordaba toda la letra de La vaca estudiosa, pero no me di cuenta hasta mucho después -casi ahora- que la música es una copla Coya, como corresponde a la zona de donde la vaca era oriunda. O que en los textos de los alumnos (“los chicos tirábamos tizas y nos moríamos de risa”) el intérprete es un purrete. Si te ponés a repasar sus discos te vas a encontrar con cualquier cantidad de guiños de este tipo, y de ritmos folclóricos. De chico uno puede cantar la Marcha de Osías, pero hasta más tarde no reparará en la gracia de algunos versos (“quiero cuentos, historietas y novelas/ pero no las que andan a botón/ Yo las quiero de la mano de una abuela/ que me las lea en camisón”, entre otros). Cuando oigo a la gente decir que María Elena Walsh es una parte fundamental de su infancia, me da pena que se hayan perdido todo lo demás.
En la adolescencia es cuando los pibes sensibles le encontramos todo el sentido a su obra. Yo había arreglado Oración a la justicia para violín, clavicordio y banda de rock duro, pero mis compañeros de banda (de rock duro) no quisieron saber nada. Creo que la culpa la tuvo Spinetta, a quien admirábamos, que había dicho que aquel Charly García de Sui Generis no le gustaba porque sus canciones parecían de María Elena Walsh. A nosotros nos gustaba el Spinetta de Invisible, el flaco Spinetta de Pescado y hasta de Almendra. Pero si entonces hubiéramos viajado hasta estos últimos meses y hubiésemos podido ver en qué se convirtió el flaco, en esa vieja chota que invita a los periodistas que lo entrevistan a tomar un tecito, sacando una caja con diferentes infusiones y ofreciéndola con ademanes hiperdramatizados, entonces seguro que no le habríamos hecho caso. ¿Qué es eso de ofrecer té? Si es sabido que las buenas gentes beben vino. Y si no hay vino agua fresca. No te sorprendas si cualquier día de estos te enterás de que “Almuerza hoy con Mirtha Legrand la distinguida señora Luis Alberto Spinetta”. Pobre flaco, al final no iba a saber envejecer con la naturalidad de María Elena Walsh. Pero no nos desviemos.
Cuando con catorce o quince años volví a buscar entre los discos de vinilo que había en casa los dos volúmenes de Juguemos en el Mundo, El sol no tiene bolsillos, y uno del cuarteto Zupay cantando sus temas, fue un deslumbramiento. Esa mujer que nos había entretenido tanto de chicos no había perdido el interés para nosotros sino todo lo contrario, ahora nos hablaba del mismo modo que antes -con ternura, humor, ironía- pero nos decía otras cosas, porque habíamos crecido. Nos hablaba con ternura en temas lindísimos como Vals Municipal, Sábana y mantel, Serenata para la tierra de uno, Canción de caminantes, Barco quieto. Con ironía en The kana o Canción Neurótica (“Me paso las noches en vela/ rumiando a Cortázar y el jazz/ después me desayuno en el Di Tella/ que -créame- es la única verdad”). Y siempre con un sentido del humor maravilloso.
Empecé admirando pequeños detalles. Me encantaba que llamara Papá Noel a Fidel Castro (en Gilito de barrio Norte), por ejemplo. O sus recuerdos de Ramos Mejía, donde había un cielo entero/ por el que navegaban las hamacas/ y leche que el lechero/ traía no en botella sino en vaca”. Me maravillaban sus canciones de protesta (Oración a la justicia, Canción de cuna para Gobernante, no tanto Diablo estás). Y el abuso de la fantasía en El Señor Otoño, o El mono moto loco. Y el ingenio de la milonga Sapo Fierro.
Como todos ustedes comprenderán, no tardé en enamorarme de ella. La diferencia de edad y la incompatibilidad de nuestras tendencias sexuales frustraron de raíz el idilio. (Según los especialistas, nunca me recuperé del desengaño.)
Y como uno siempre vuelve a lo que ama, hará unos seis meses me bajé todos aquellos discos de María Elena Walsh que había en casa de mis viejos, y desde entonces volví a disfrutar con ellos igual que antes, cuando era un adolescente deslumbrado que con cada verso se iba cerciorando de que el mundo era un lugar fenomenal y complicado.
Como ya dije más arriba, en estos últimos meses escuché muchísimas veces esos discos geniales grabados hace como cuarenta años. Y nunca estuve más seguro de que hay alguna gente a la que la muerte no cambia en absoluto. Gente que vive para siempre en un lugar que construyeron ellos mismos y que consiguieron que cohabite con éste, en el mismo espacio y tiempo, pero quedándose mucho más cerca de nosotros.
*

2 comentarios:

El Pibe dijo...

Gracias.
Y gracias otra vez.

Astor Decó dijo...

..cuanta verdad en sus palabras...,
al "El Pibe", le quiero decir que es que esta desde este lado de la tecnología es señor Emiliano, "El Emi"....
asi que le dejo mi mail...

emilianogaudiano@gmail.com

saludos!!!!