martes, 8 de octubre de 2013

Canciones en itinerancia / Roaming songs


A mi amigo Francisco Ferro, 
en su cumpleaños.
  

 

Al final acá estamos otra vez. Creíamos que el bloc estaba cerrado, que el equilibrista había muerto de muerte natural, pero volvió a aparecer. Me costó -eso sí- convencerlo de que publicara, pero esta vez yo tenía un as en la manga. Un as redondo, con un agujero en el medio y trece canciones adentro. Así es, queridísimos amigos: me complace enormemente anunciar el lanzamiento de mi disco de Canciones en itinerancia /Roaming songs. Ahora está concluído, y uno podría pensar que siempre fue redondo, con un agujero en el medio y trece canciones adentro, pero no. Al principio era distinto: no tenía una forma concreta, estaba hecho de la misma materia que los sueños y, por supuesto, sonaba mucho mejor. En esta página contaré su evolución.



A mediados de septiembre de 2011 mi amigo Mariano Burattini me convenció para emprender un viaje durante un par de semanas por el centro y el este de Europa. Yo estaba entonces con muy poco trabajo, escaso de proyectos y con la creatividad bajo mínimos, así que acepté la propuesta con la idea de convertir el viaje -la vivencia- en un manojo de canciones que pudieran editarse como un álbum conceptual, una suerte de collage sonoro que comunicara la experiencia de esos días; o por lo menos sacar alguna foto.

Durante la semana siguiente fijamos un itinerario (creo que más bien lo fijó Burattini, yo lo acepté mansamente cebando mate, tal es mi costumbre) y concretamos fechas. Arrancamos en los primeros días de octubre y durante dos semanas malvivimos con alegría en cafés, trenes, plazas, terminales, y en los alojamientos más baratos que encontramos, tomando apuntes textuales, sonoros o visuales sobre la experiencia, sobre nuestra circunstancia de viajeros en tránsito y sobre la vida moderna en general.

Desde el primer momento supe que mi disco no pretendería enfocar las cúpulas de los palacios imperiales sino que mantendría la mirada a ras del suelo, indagando en las calles y avenidas donde nativos, chinos, paquistaníes y africanos desempeñan como pueden sus tareas y sus amores, envejecen, cultivan sus afectos y ven marchitarse sus sueños mientras pagan impuestos.
   
Iba a hablar de Jurai, aquel viejo fantástico que tenía algunos conejos y bastante olor a pis y que nos alojó en un arrabal de Bratislava. Iba a hablar de aquellos monoblocks en los que una banda de garage ensaya sin convicción su descreimiento. O del turco enamorado que sin saber otro idioma se larga irresponsablemente a cruzar fronteras para recuperar a su chica, como haría cualquier hijo de vecino. Y de la sensación de no tener una botella de vino para pasar la noche cuando se la necesita. Y de aquellos primeros cinco mil florines, de lo que le cuesta conseguirlos a uno y a otro. Y de quienes todavía somos capaces de correr alguna vez para intentar alcanzar un tren que partió hace años. Es decir, hablaría de toda esa gente olvidada que como vos y como yo -en cualquier idioma, en cualquier lugar- hace lo que puede para defenderse del mundo, para conservar la alegría.
 
Sobre el final de 2011 empecé a revisar los apuntes y a componer los primeros temas. Después conseguí trabajo y me compré una guitarra eléctrica. Podría haber grabado con los instrumentos que tenía, pero creí que el trabajo duraría, así que me compré una guitarra eléctrica. Sí, lo reconozco, también un bajo. Creí que el trabajo duraría, ya lo dije. Duró unos meses, hasta fin de 2012. A partir de entonces, ya con más tiempo, me dediqué a grabar.

Revisé lo que había estado componiendo y me encontré con muchísimo material. Fui organizando, puliendo, descartando (a veces con lástima) y reuní un puñado de temas que conformarían el disco. Se trata de un álbum instrumental casi en su totalidad (“musiquitas aburridas” se quejaría una chica fenomenal que tuve la enorme suerte de que me haya querido, hace mil años). Los pocos pasajes en los que me toca cantar lo hago en un inglés lamentable. Decidí escribir en inglés porque fue el idioma en el que nos manejamos durante el viaje y porque el hecho de no dominarlo muy bien me resultaba estimulante. Por supuesto me tomé alguna licencia poética y varias licencias humorísticas. La idea original era aprovechar ese inglés medio en joda del que nos valimos para ponerle un toque de humor al disco, pero al final, volviendo sobre el resultado, no estoy seguro de que haya salido como esperaba. Ya lo dejó dicho Discepolín: somos la mueca de lo que soñamos ser. (Y una mueca muy absurda.)

Hasta aquí la historia del proyecto. El resultado son unas cuantas canciones sinceras, orgánicas, en las que técnicamente no quise intervenir demasiado. La mayor parte del disco está compuesto de primeras tomas. Sólo repetí las justas, las que habían salido impresentables. Y ni siquiera todas ellas. Hay algunos errores de ejecución que no quise corregir en pos de conseguir una frescura y una espontaneidad que en general no se encuentra en los discos de estudio (salvo en los de Jimmie Vaughan). No hay un trabajo forzado de post-producción. Me ceñí prácticamente a rajatabla a lo que mi hermano y yo llamamos el Concepto Sans Façon. Y estoy muy contento con el resultado. No hay parafernalia ni edulcorante. Hay suficiente aspereza, como exigía la zona y el momento histórico. Hay la sensación de no saber bien lo que pasa, dónde se está. Hay mucho espacio que fue dejado abierto a la improvisación. Hay la ejecución equívoca, la melodía que a veces no termina de resolverse. Y hay -por supuesto- los semáforos, las plazas, las estaciones de tren, los cafés. Es decir, la calle.

Bueno, no quiero entretenerlos más, que después de leer lo anterior ya estarán al borde de un ataque de ansiedad preguntándose ¿pero dónde se puede oír ese discazo extraordinario? ¿no?



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